Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia
Lo que estamos viviendo estos días es un ejemplo de cómo las agendas ocultas de varios actores políticos generan narrativas que malinforman a la población y tergiversan la realidad.
El compromiso político de estos actores está por encima de la verdad.
En este caso, el expresidente Castillo ha dado un golpe de estado, y ante su fracaso por falta de apoyo, sale de Palacio en busca de asilo en la embajada mexicana.
Luego de ser arrestado por flagrancia sus compinches empiezan a tejer interpretaciones absurdas y maquiavélicas, con el objeto de buscar la liberación del reo presidencial y recuperar espacio para la agenda continental de las izquierdas latinoamericanas.
Así como nos sorprendieron positivamente las reacciones de las instituciones democráticas y de las fuerzas armadas y la policía en el Perú, nos sorprenden negativamente las reacciones de los líderes de izquierda regionales, de los presidentes de países amigos y de muchos medios de comunicación internacionales.
Queda muy claro que estamos en medio de una guerra política-cultural, que pretende instalar y mantener, a cualquier costo, el control de nuestras economías. Ojalá fuera para crear espacios de desarrollo y bienestar. Lamentablemente, me temo, es fundamentalmente para crear una región vinculada al crimen internacional, empezando por el narcotráfico.
Esta situación requiere que estemos muy alertas ante las narrativas perversas, y que pasemos al frente difundiendo información seria y contradiciendo las mentiras de esos actores políticos.
Como ejemplo de cómo se tuercen las cosas en los medios internacionales, líneas abajo compartimos el artículo de The Economist sobre el golpe de Castillo, donde se aprovechan para sembrar algunas distorsiones y desdibujar los hechos.
Castillo el breve
Tras fallido intento de golpe de estado, cae presidente de Perú
Pedro Castillo trató de cerrar el Congreso. En cambio, fue acusado
The Economist
7 de diciembre de 2022
En la vieja frase de Marx, la historia se repite como una farsa. En 1992, Alberto Fujimori, un presidente electo, envió tanques para cerrar el Congreso de Perú y gobernó como un autócrata durante los siguientes ocho años [constituyente y elección popular (1995) por medio]. Tres décadas después, Pedro Castillo, el torpe ocupante del puesto desde julio de 2021, intentó hacer lo mismo. El 7 de diciembre anunció que cerraría el Congreso, convocaría uno nuevo con facultades para redactar una nueva constitución y “reorganizaría” el poder judicial y la fiscalía. El esfuerzo colapsó en cuestión de horas.
En cambio, el Congreso votó por 101 votos contra seis y diez abstenciones para destituirlo. Luego de una reunión de emergencia del alto mando, la policía decidió arrestarlo por rebelión cuando lo conducían a la embajada de México para pedir asilo. Su vicepresidenta, Dina Boluarte, le ha sucedido ahora.
Castillo, un maestro de escuela rural sin mayor experiencia política previa [más bien un dirigente sindical que no ejerció el magisterio], fue elegido presidente con un margen de apenas 50.000 votos (de casi 18 millones). A pesar de provenir de la extrema izquierda, ganó contra la hija de Fujimori, Keiko, quien es aborrecida por muchos peruanos y quien trató de anular los resultados electorales con acusaciones infundadas de fraude.
En solo 16 meses en el cargo, Castillo ha demostrado que no es apto para el trabajo.
Ha pasado por cinco gabinetes y alrededor de 80 ministros; iban y venían casi semanalmente, muchos de ellos tan poco calificados como el propio presidente. Según el fiscal jefe, él y varios miembros de su familia conspiraron corruptamente para adjudicar contratos públicos. Él niega todas las acusaciones y alega persecución política.
La constitución de Perú permite al Congreso acusar a los presidentes por “incapacidad moral permanente”; dos de los predecesores de Castillo fueron expulsados en virtud de esta cláusula. Dos veces el Congreso trató de eliminarlo también. Pero actuaron demasiado pronto y carecieron de los 87 votos necesarios de los 130 legisladores. El bloque de izquierda en el Congreso se mantuvo sólido [incluyendo a varios congresistas comprados por el ejecutivo]. Otros tenían miedo de perder sus trabajos bien remunerados si al juicio político le seguían nuevas elecciones generales, como les gustaría a muchos peruanos. Una tercera moción, con más apoyo, debía someterse a votación el 7 de diciembre, horas después del desafortunado anuncio de Castillo.
La medida de Castillo fue “una jugada desesperada de un hombre asustado e incompetente”, dice un ex ministro. A diferencia de Fujimori, Castillo carecía del apoyo del ejército y de las calles. No llegaron tanques para cerrar el Congreso. Ninguna multitud enojada invadió la cámara. Incluso sus seguidores lo condenaron. Las fuerzas armadas, algunos de cuyos comandantes fueron a la cárcel después de que terminó el régimen de Fujimori, dijeron en un comunicado conjunto con la policía que no respaldarían al presidente. En cambio, Castillo le dio al Congreso el incentivo que le faltaba para destituirlo si quieren conservar sus trabajos. De manera similar, la izquierda habría sufrido al asociarse con un movimiento tan similar al del Sr. Fujimori.
Existe otro precedente de las acciones de Castillo. En 2019, Martín Vizcarra, entonces presidente, cerró el Congreso cuando parecía negarle una moción de confianza. [Mediante un golpe de Estado absolutamente inconstitucional]. Eso no fue aconsejable, pero había una diferencia. No buscó manipular el poder judicial y convocó a elecciones inmediatas para un nuevo Congreso.
Boluarte se convierte en la sexta presidenta de Perú desde 2016. No es muy conocida por el público en general, pero tampoco lo era Vizcarra cuando asumió el cargo. Luego se convirtió en uno de los presidentes más populares de Perú, solo para ser destituido en 2020. El nuevo presidente es otro izquierdista, pero parece ser más competente. Boluarte haría bien en formar un gobierno de amplia base si quiere terminar el resto del mandato de Castillo hasta 2026. La mayoría de los peruanos se sienten aliviados de que esta vez fracasó el intento de golpe. Lampadia