Fausto Salinas Lovón
Para Lampadia
Es obvio que para el cogollo político que gobierna nada de lo que estamos viendo y comprobando tiene relevancia moral. Su única moral es la de conservar el poder, a cualquier precio. Lo demás, como decía Lenin, es ilusión. Sin embargo, tenemos que pensar que ¿todos son así? ¿Todos están infectos de esta suerte de pandemia moral? ¿La señora Boluarte también?
Es lógico que la izquierda aliada al gobierno, en particular la de Verónika y otros caciques regionales, no quiera ver que su arribo al poder, con candidato propio, de confesión, militancia y discurso marxista, se pueda convertir en un debut y despedida y no advierta que se sostienen en el poder con embuste, fraude y plagio.
Bernales, Pease, Barrantes y hasta el mismo JDC deben estar revolviéndose en sus tumbas al ver las “convicciones democráticas” de sus émulos. ¿No hay en la izquierda una reserva moral que tome distancia? ¿La moral de Arana se quedó colgada junto a su sotana? ¿Y la de Marisa Glave, donde se fue? Y Yehude, ¿vive aún?
Es lógico que en APP, Podemos, Somos Perú y un gran sector de AP la única moral que importe es la del presupuesto para sus Alcaldes y Gobernadores, la de las candidaturas locales que ofrecen puestos y presupuestos, los altos puestos para sus partidarios en el Gobierno, la de los fajines para los cercanos, la de las licitaciones para sus allegados y la de las autorizaciones para sus negocios. Seguramente, como ya está muchas veces dicho, Fernando Belaunde y Alberto Andrade también se revuelven en sus tumbas al ver lo que se hace en su nombre. Sin embargo, ¿todos son iguales? ¿Son estas las “convicciones democráticas” que guían a estos colectivos políticos?
Es feo, pero lógico, que todos aquellos que se suben al proyecto del lápiz para ocupar ministerios, embajadas, viceministerios, jefaturas de organismos autónomos, direcciones generales, directorios y demás puestos de un estado elefantiásico como el que tenemos, miren para otro lado cuando la realidad muestra la coima, el negociado, el plagio y la desvergüenza al más alto nivel del gobierno que los cobija. Su lógica es tener un puesto, un cargo, un poco del poder, presupuestos, viáticos, recursos y en el peor de los casos, una línea más en su currículum. ¿Todos serán así?
Está claro que para gobernadores regionales, consejeros, alcaldes y regidores los negociados de Sarratea, los Consejos de Ministros sin actas, los 20,000 USD en el baño de Palacio o las licitaciones a los amigos no son moralmente relevantes. Su moral, salvo tal vez el caso del Alcalde de Moche, es la moral del presupuesto, la moral de la emergencia que permite contratar y comprar sin licitación, la de la obra, el proyecto y la delegación de facultades y recursos que sin el MEF no existe. ¿Sólo hay un Alcalde, en Moche, que está exento de esto?
Está claro que para los padrinos extranjeros de esta tragicomedia, nada de esto sea relevante. La única moral válida es la que surge de la consigna anti liberal que cubre como un manto curalotodo todas las trapacerías que por más de 60 años hacen en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Argentina. Al contrario, un moralmente incapaz es lo que necesitan: débil, vulnerable, sediento de soporte político, maleable y dúctil.
Es obvio que esta incapacidad no sea advertida por una prensa que se acostumbró a estar pagada y se ofreció como partido del decrépito PPK y sus sucesores, y que ahora´, en buena parte, respalda al lápiz por las mismas millonarias razones de “convicción” que salen del abultado presupuesto estatal de publicidad. Son esas las mismas razones que también explican la “convicción democrática” y la “apuesta por la gobernabilidad” de académicos, clérigos y ONGs. ¿Sólo esta prensa, esta academia, esta iglesia pueblan nuestro país? ¿Son así de funcionales todos los periodistas, letrados, clérigos y oenegeros del Perú?
Si no fuera por las cifras que llevaron a la segunda vuelta al lápiz (apenas el 10% del padrón electoral) y el nivel de desaprobación que tiene este gobierno (superior al 75% de la población) en todo el Perú, al ver esta realidad de políticos, autoridades, académicos, periodistas y otros podríamos pensar que hay en nuestra sociedad una suerte de Pandemia Moral o, como escribió Espert para la sociedad argentina, una Sociedad Cómplice.
Felizmente, la contundencia de las cifras nos devuelve la esperanza. La PANDEMIA MORAL y la COMPLICIDAD sólo están a nivel de nuestra clase política y los que viven de ella. La sociedad se resiste aún a estar infectada. Repudia todavía la coima, el negociado, la componenda, el fraude. La gran reserva moral es ciudadana. El ciudadano no cree en este embuste y aunque lo adoctrinen, adormecen con medidas populistas y bonos y lo distraigan con enemigos falaces, advierte aún dónde está lo bueno y dónde está lo malo.
El reto es conseguir que esta inmunidad ciudadana frente al virus moral sea canalizada. Que esta indignación ciudadana que ahora es mayor que el antivoto que nos llevó a este estado de cosas sea encauzada, obtenga un liderazgo, un vehículo que, desde la derecha, el centro o la izquierda, la convierta en un conjunto de acciones políticas que acaben con la infección moral que amenaza a nuestro país. Lampadia