Por Bernard-Henri Lévy (Escritor y filósofo) y George Soros (Presidente del Soros Fund Management)
(El País, 26 de Enero de 2015)
Hace un año nació una nueva Ucrania en la plaza de Maidan. Hoy, el espíritu que movió a millones de ucranios a congregarse allí es más fuerte que nunca.
La nueva Ucrania parece estar convirtiéndose en todo lo contrario de la vieja Ucrania, que era un país desmoralizado y plagado de corrupción.
La transformación ha sido un increíble experimento de democracia participativa; la aventura noble y admirable de un pueblo que se ha unido para abrir las puertas de su país a la modernidad, la democracia y Europa; y el movimiento no ha hecho más que empezar.
Lo que hace que este sea un experimento extraordinario es que no solo encuentra su forma de expresión en la lucha, sino también en un esfuerzo de creación; no solo en la oposición, sino en la construcción nacional.
Muchos de quienes ocupan en la actualidad el Gobierno y el Parlamento son voluntarios que han abandonado trabajos bien remunerados para servir a su país. Natalie Jaresko, la nueva ministra de Finanzas, es una antigua banquera de inversiones que dejó su puesto para trabajar hoy por unos cuantos cientos de dólares al mes. Hay voluntarios que están ayudando al millón de personas que han tenido que desplazarse dentro del país, y otros que asesoran a los ministros y a las Administraciones locales.
Sin embargo, la nueva Ucrania se enfrenta a un poderoso obstáculo que es una herencia de los viejos tiempos. La Ucrania de entonces tiene todavía un sólido arraigo en una burocracia y una oligarquía empresarial que trabajan en estrecha colaboración. Y, por supuesto, tiene en su contra la empecinada hostilidad del presidente ruso, Vladímir Putin, que quiere desestabilizar el país cueste lo que cueste.
El problema es que la nueva Ucrania es un secreto muy bien guardado, desconocido no solo para el resto del mundo sino para la propia población ucrania. Están elaborándose reformas radicales, pero todavía no se han llevado a la práctica.
Es interesante comparar la Ucrania de hoy con la Georgia de 2004. Entonces, cuando llegó al poder, Mijail Saakashvili se apresuró a sustituir de inmediato a la odiada policía de tráfico, y eliminó los controles de carretera que se habían utilizado para extorsionar a los conductores y exigirles sobornos. La población se dio cuenta enseguida de que las cosas habían cambiado, y para mejor. Por desgracia, Ucrania no ha encontrado aún un proyecto similar, que pueda servir como declaración de intenciones. Existe el plan de reestructurar la policía de Kiev, pero, por ahora, si uno necesita obtener el permiso de conducir, tiene que seguir pagando el mismo soborno que en el pasado.
Saakashvili era un líder revolucionario que tomó drásticas medidas contra la corrupción pero, al final, acabó convirtiéndola en monopolio del Estado. Por el contrario, Ucrania es una democracia participativa que no depende de un solo dirigente, sino que cuenta con un sistema de controles y equilibrios. Las democracias avanzan despacio, pero, a largo plazo, eso es una ventaja.
Ahora bien, ¿habrá un largo plazo? En la actualidad, Ucrania está sufriendo agresiones militares y económicas por parte de la Rusia de Putin. Rusia se encuentra en plena crisis financiera, pero da la impresión de que Putin ha decidido que puede destruir la nueva Ucrania antes de que tenga tiempo de afianzarse y antes de que la crisis destruya su propia popularidad. Está intensificando las presiones militares y económicas. El fin de semana pasado llevó a cabo un ataque contra Mariupol que contribuyó a deshacer el engaño de que los separatistas actúan por su cuenta.
Ucrania puede defenderse en el terreno militar, pero necesita urgente ayuda económica. Lo malo es que las democracias tardan en reaccionar, y una asociación de democracias como la Unión Europea tarda todavía más. Y Putin se aprovecha de esa circunstancia.
De lo que suceda en los próximos días dependen muchas cosas. No solo está en juego el futuro de Ucrania, sino el de la propia Unión Europea. La caída de Ucrania sería una pérdida inmensa para Europa, porque permitiría que Rusia dividiera y dominara a la UE.
En cambio, si Europa se muestra a la altura de esta situación de emergencia y proporciona la ayuda económica que necesitan los ucranios, llegará un momento en el que Putin se verá obligado a renunciar a su agresión.
Ahora, Putin puede alegar que todos los problemas de la economía rusa se deben a la hostilidad de Occidente, y a los rusos les convence ese argumento. Si Ucrania recibe la necesaria ayuda financiera, la responsabilidad de los problemas de Rusia recaerá sin la menor duda sobre el presidente ruso.
Es posible que entonces la población rusa le obligue a seguir el ejemplo de la nueva Ucrania. Y Europa se encontrará con una nueva Rusia que, en lugar de una peligrosa amenaza estratégica, será un poderoso socio estratégico. Eso es lo que nos jugamos.