La segunda vuelta en Chile, que definirá la Presidencia entre Michelle Bachelet y Evelyn Matthei, ha sobresaltado a todos los observadores latinoamericanos, porque no es una elección similar a las que siguieron a la transición a la democracia, sino una en que se cuestionan los consensos que se habían alcanzado en cuanto a economía de mercado y desarrollo institucional. Las propuestas de Bachelet sobre la reforma tributaria, la reforma de la educación y de una nueva Constitución apuntan a restarle facultades e iniciativas a la sociedad y al sector privado para incrementar el rol del Estado y la burocracia en la economía. Es decir, plantea lo contrario a lo practicado por Chile, con tanto éxito, durante los últimos 25 años, en democracia.
En otras palabras, en Chile ya no hay un consenso sobre qué hacer con la economía y el desarrollo institucional. Mediante una elección se puede tirar por la borda todos los logros que han convertido a Chile en una estrella planetaria. Al respecto, Mario Vargas Llosa escribió que “lo prototípico de una elección tercermundista es que en ella todo parece estar en cuestión y volver a fojas cero, desde la naturaleza misma de las instituciones hasta la política económica y las relaciones entre el poder y la sociedad. Todo puede revertirse de acuerdo al resultado electoral y, en consecuencia, el país retroceder de golpe, perdiendo de la noche a la mañana todo lo ganado a lo largo de años o seguir perseverando infinitamente en el error. Por eso, lo característico del subdesarrollo es vivir saltando, más hacia atrás que hacia delante, o en el mismo sitio, sin avanzar”.
Las reflexiones de Vargas Llosa no pueden ser más aleccionadoras sobre las elecciones chilenas. En el artículo Dos modelos de sociedad en pugna, Lucía Santa Cruz, del Instituto Libertad y Desarrollo de Chile, sostiene que “desde un punto de vista conceptual (se refiere a la propuesta de Bachelet) lo que se postula es la reconstrucción de la sociedad, del sistema político y económico, a partir de una idea rectora única —característica principal de los totalitarismos— en aras de la cual se sacrifican todas las otras aspiraciones legítimas existentes en una sociedad diversa y plural: la igualdad. Igualdad que se obtendría a través de la acción coercitiva del Estado en todos los ámbitos, especialmente en la educación”.
Es evidenteque la propuesta de la Nueva Mayoría de Michelle Bachelet (que esta vez incluye también al Partido Comunista), pretende redefinir las relaciones entre el Estado y la sociedad que han caracterizado al Chile de la democracia post pinochetista y que le han permitido colocarse en el umbral del desarrollo con el PBI per cápita más alto de América Latina. Es evidente también que los comicios mapochos, como lo sugiere Vargas Llosa, empiezan a tener todos los ingredientes de una típica elección tercermundista en la que se puede saltar hacia atrás. Otra consecuencia de los planteamientos de la Bachelet, es la polarización que está generando en la sociedad chilena.
Sin ir muy lejos, en el Perú, todas elecciones de la democracia post fujimorista se han caracterizado por traer propuestas para reinventar todo, partir del vacío nuevamente. En las elecciones del 2011, inclusive, el programa La Gran Transformación con el que el Presidente Humala entró a la segunda vuelta, fue dejado de lado por la llamada Hoja de Ruta, para disminuir la resistencia a su programa refundacional.
En las sociedades occidentales donde se ha alcanzado la prosperidad, las propuestas pueden ser de izquierda o de derecha, pero todas ellas participan de los consensos económicos y sociales que permiten alcanzar el desarrollo, sumando y sumando, en vez de la política de los Adanes que creen que la vida empieza con ellos. Ojalá las sombras que se ciernen sobre Chile solo sean las sombras que producen los juegos electorales. De lo contrario, el camino al desarrollo en Latinoamérica habrá sufrido un grave revés.