Durante las últimas semanas hemos sido testigos del deslinde del Presidente Humala con la izquierda, la agresiva respuesta de Ciudadanos por el Cambio (Salomón Lerner Ghitis), el pronunciamiento del Partido Nacionalista Peruano y el lanzamiento del FRENAIZ (Frente Amplio de Izquierda). Lamentablemente, en vez de que estos acontecimientos nos hayan mostrado a una izquierda moderna, solo hemos recibido las mismas caras, con las mismas ideas muertas.
Según su presentación, la nueva agrupación, surge en respuesta a la frustración que ha generado el alineamiento del presidente Ollanta Humala con el “modelo económico neoliberal y los poderes fácticos que nos gobiernan desde la década de los noventa”. Los líderes de esta izquierda tradicional nos hablan de insistir con un plan de gobierno rechazado por los ciudadanos en las últimas elecciones, la llamada “Gran transformación” que tuvo que ser abandonada por Humala para llegar al gobierno y que no es otra cosa que la propuesta de un salto atrás hacia el velascato que desquició al país y nos condenó a décadas de empobrecimiento generalizado.
Esta gente se opone a la reforma del servicio civil, a los tratados de libre comercio, a la inversión minera, a la globalización, desconocen nuestros avances, tienen una visión política para la toma del poder y carecen de una visión de desarrollo y superación de la pobreza en el mundo del siglo XXI.
Hace mucho tiempo que el Perú necesita contar con una izquierda moderna, una izquierda que se nutra de la historia económica y social de la humanidad, que sepa aprovechar las experiencias de otros países, donde las izquierdas supieron llevar a sus ciudadanos hacia la prosperidad y el bienestar general. Izquierdas que insertaron a sus países como líderes en el mundo global.
Estamos hablando de experiencias como la de España con Felipe Gonzalez, Nueva Zelanda con Ruth Richardson, Irlanda con John Bruton, el Reino Unido con Tony Blair y Polonia con Lech Walesa. Pero también estamos hablando de la China de Den Xiaoping y del laborismo australiano.
Tal vez el mejor ejemplo para nosotros, sea el de Nueva Zelanda, que liderado por un gobierno laborista (de izquierda), desarrolló una de las reformas de Estado y rediseño de políticas públicas más exitosas de la historia. Tanto así, que por ejemplo, solo en el año 1997, recibieron la visita de 57 delegaciones de naciones interesadas en aprender de ellos.
En Nueva Zelanda (NZ) las libertades políticas y económicas, avanzan juntas. Antes de las reformas liberales, la intervención del Estado en la economía neozelandesa era, prácticamente, de corte soviético, solo se producían lácteos y carnes que se vendían íntegramente a Inglaterra. Cuando el Reino Unido ingresó a la Unión Europea se vio obligado a comprar esos productos a los países europeos. Nueva Zelanda ahora era pobre y no tenía mercados. A inicios de los ochenta los laboristas empezaron las reformas liberales y, en una década, se desreguló el mercado de capitales, se retiraron los subsidios agrícolas, se recortaron gastos en educación, sanidad y pensiones, se liberalizó el mercado de trabajo y se estableció en principio de rendición de cuentas en el Estado. Nueva Zelanda pasó de tener una economía estatista a ser uno de los países con más libertad económica. Los resultados son evidentes: crecimiento, eliminación de la pobreza y bienestar general.
El PBI per cápita de NZ pasó de US$ 8,200 (ppp) en 1980 a un estimado del FMI de US$ 30,800 (ppp), para el 2013, el 76% de sus exportaciones se basa en materias primas y sus rankings internacionales son verdaderamente impresionantes:
• 3° en el ranking Doing Bussiness 2013
• 4° en el Índice de Libertad Económica (Heritage Fundation 2012)
• 4° en el Índice de Calidad Institucional (Fundación Libertad y Progreso 2012)
• 1° en el Índice de Corrupción (Transparencia Internacional 2012)
• 23°/144 – en el Índice de competitividad Mundial (Foro Económico Mundial 2012 – 2013)
Los peruanos debiéramos organizar una delegación de líderes políticos, gremiales y académicos para evaluar las reformas neozelandesas e iniciar un debate nacional sobre las políticas públicas que promuevan el desarrollo, la superación de la pobreza y la disminución de la desigualdad.
Pero volvamos al tema de fondo: ¿Qué es una izquierda moderna? Difícil de responder, ahora que se han derrumbado los muros ideológicos y la mayor parte de los países del mundo avanzan por las rutas del pragmatismo y el realismo superando la pobreza y la desigualdad. Recordemos el aserto del líder comunista chino, Den Xiaoping: “No importa de qué color es el gato, mientras cace ratones”. El color del gato en China, el país comunista más grande de la historia, se llama mercado, capitalismo e inversiones privadas y allí están los millones de chinos que han abandonado la pobreza. El Vietnam comunista, el único país que derrotó militarmente a Estados Unidos, también se ha embarcado en una ruta pragmática de desarrollo.
La prosperidad de Australia y su ubicación entre los diez países con mayor PBI per cápita del mundo también se explica porque, en la década de los ochenta, el también Partido Laborista Australiano liberalizó la economía de ese país.
Como se ve, hay ejemplos de izquierda moderna en todos los continentes, pero escasean en nuestra región. Quizá los socialistas chilenos que, en la primera etapa de la Concertación continuaron y profundizaron las reformas de mercado se constituyan en un ejemplo de izquierda moderna. Pero una golondrina no hace el verano. En general, la filiación ideológica de la izquierda latinoamericana huele a formol.
Algunos sostienen que Brasil y Uruguay podrían representar ejemplos de una izquierda moderna en la medida que sus economías tienen ciertos niveles de apertura, desregulación y protagonismo del sector privado. Sin embargo, estos mismos países, frustraron el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas en la reunión del Mar del Plata en el 2005, mantienen políticas comerciales proteccionistas y apadrinan y protegen a los autoritarismos estatistas del Alba.
Los peruanos no necesitamos líderes que no aprendan, ni ilusos, menos que sean excesivamente ideologizados y, tampoco gente que busque el poder para ejercerlo sin una visión de desarrollo adecuada al mundo de hoy. La izquierda que se ofrece hoy, según su historia y planteamientos actuales, no está a la altura de las necesidades del país, no quieren entender que los caminos al bienestar, transitan por la economía de mercado. L