La crisis humanitaria, económica, social y política de Venezuela parece no tener fin. Según los últimos datos proyectados del FMI al cierre del presente año, el déficit fiscal en este país superaría el 7% del PBI y la deuda pública ascendería a casi el 70%. Esta política de mayor gasto público, financiada en gran parte por un banco central capturado por la dictadura de Maduro, más allá de reactivar la economía – Venezuela fue la única economía de América Latina y el Caribe que no creció en el 2017, caída que ascendió al 14% – ha generado una hiperinflación, que el FMI estima que cerrará este año en un 1’000,000%.
Este aumento generalizado y desenfrenado de precios que parece de nunca acabar ha destruido los salarios reales de los venezolanos que, según un reciente artículo escrito por Ricardo Haussman, profesor de economía de la Universidad de Harvard, a duras penas les permite comprar 2 huevos al día.
Sin embargo, aún cuando la solución del problema económico de Venezuela se encuentre en cualquier libro de texto de macroeconomía básico de primeros ciclos de un estudiante universitario de economía, estos no son sus únicos problemas.
Como indica Haussman, existen también graves problemas de salud y de delincuencia que afectan a la población venezolana como por ejemplo, un aumento notable de enfermedades, como la malaria y la anemia, así como una mayor presencia de organizaciones delictivas, como las FARC y el ELN de Colombia, que han hecho de gran parte del territorio venezolano, su hogar.
Como bien señala uno de los fundadores de la escuela de economía de la Universidad de Chicago y también Premio Nobel de Economía, Milton Friedman, si deseas saber cómo se siente la gente ordinaria con respecto a la condición de vida de su país, debes mirar cómo votan con los “pies”. Y en el caso de Venezuela, lo que se ha observado es la mayor inmigración que ha podido presenciar Las Américas, con magnitudes semejantes a las de Siria. En este sentido, ¿Es posible darle fin a esta crisis que tanto aqueja a nuestros hermanos venezolanos y que los obliga a buscar mejores oportunidades en la región?
Ciertamente es posible, pero como sugiere Haussman, requiere de una coordinación entre la comunidad internacional y las fuerzas democráticas venezolanas. Es necesario que el 10 de enero, la Asamblea Nacional, que fue elegida y respaldada en el 2015 por más del 60% de la población, designe a un nuevo gobierno y a un nuevo mando militar, que permitan retornar a la democracia, aún cuando esto implique una falta a la constitución vigente.
Asimismo, para un correcto proceder en este proceso, es fundamental que las fuerzas armadas respeten las decisiones de la Asamblea, con el objetivo de asegurar que no se vulneraran los derechos humanos de ningún ciudadano venezolano que apoye la reforma.
Con respecto al apoyo internacional, este ya está dado pues los resultados de las elecciones que tuvieron lugar en mayo del presente año no fueron avalados ni por los países más importantes de América Latina ni por Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y Japón, entre muchos otros. En ese sentido, el apoyo está más que garantizado si es que se toma esta dura decisión.
Urge ponerla en práctica a la brevedad, de ser posible, el 10 de enero del 2019, día en el que empieza el nuevo mandato, no reconocido interna y externamente, de Maduro. ¡Nuestros hermanos venezolanos lo piden a gritos! Lampadia
Cómo poner fin a la pesadilla de Venezuela
3 de diciembre, 2018
RICARDO HAUSMANN
Traducción de Ana María Velasco
Ricardo Hausmann, ex ministro de planificación de Venezuela y ex economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, es director del Centro para el Desarrollo Internacional (CID) en la Universidad de Harvard y profesor de economía en la Kennedy School of Government de Harvard.
CAMBRIDGE – Desear que un problema desaparezca, rara vez es una estrategia efectiva. Mientras la comunidad internacional ha estado enfocando su atención en otros asuntos, la catástrofe venezolana se ha profundizado. Y de continuar las tendencias actuales, ella solo puede empeorar.
Con un día de trabajo al salario promedio, ahora se compran 1.7 huevos o un kilo de yuca, la caloría más barata disponible. Un kilo de queso local cuesta 18 días de trabajo al salario promedio, y un kilo de carne cuesta casi un mes, dependiendo del corte. Los precios se han estado elevando a tasas hiperinflacionarias durante 13 meses seguidos y la inflación va camino a exceder la marca de 1,000,000% este mes. La producción continúa cayendo como una piedra: según la OPEP, en octubre de 2018 había bajado el 37% en relación al año anterior, o casi 700,000 barriles diarios.
De acuerdo a Alianza Salud, una coalición de ONG, los nuevos casos de malaria en 2018 se han multiplicado por 12 desde 2012, lo que se traduce en un total de más de 600,000, que es el 54% de todos los casos en Las Américas. Amplias extensiones de territorio venezolano han sido cedidas a organizaciones delictivas, entre ellas grupos terroristas como las FARC y el ELN de Colombia, que actúan en colusión con miembros de la Guardia Nacional en la producción de oro y coltan, como también en el narcotráfico.
Como consecuencia, los venezolanos han estado saliendo de su país de manera masiva, creando una crisis de refugiados de proporciones semejantes a Siria, y que es la más grande de la historia de Las Américas. Dado que Facebook informa que tiene 3.3 millones de usuarios venezolanos en el exterior, mi equipo de investigadores en el Center for International Development de la Universidad de Harvard estima que debe haber por lo menos 5.5 millones en total. Entre quienes tuiteaban solo desde Venezuela en 2017, para noviembre, más del 10% había dejado el país. Pese a sus valerosos esfuerzos, Colombia, Ecuador y Perú encaran cada vez mayores dificultades para hacer frente al flujo de refugiados.
Es más que evidente que los problemas de Venezuela no se resolverán a menos que y hasta que haya un cambio de régimen. Después de todo, tanto el régimen como el colapso económico son consecuencia de la eliminación de los derechos básicos. Los venezolanos no pueden invertir y producir para satisfacer sus necesidades debido a que se les han arrebatado sus derechos económicos; y tampoco pueden cambiar políticas desatinadas porque también se les han arrebatado sus derechos políticos. Un giro requiere el re-empoderamiento de los venezolanos.
Afortunadamente, se vislumbra un fin a esta pesadilla, pero ello exigirá coordinación entre las fuerzas democráticas venezolanas y la comunidad internacional. El 10 de enero marca el fin del periodo del presidente Nicolás Maduro, el que comenzó con su elección en 2013. Su elección a un segundo periodo en mayo de este año fue una farsa: no se permitió que participaran los principales partidos de oposición y sus candidatos, y Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, Japón y los países más importantes de América Latina, entre muchos otros, se negaron a reconocer el resultado de dicha elección. Esto significa que no reconocen la legitimidad de la presidencia de Maduro más allá del 10 de enero.
La solución lógica es que la Asamblea Nacional, elegida en diciembre de 2015 con una mayoría de dos tercios de la oposición, resuelva el impasse constitucional designando a un nuevo gobierno interino y a un nuevo alto mando militar, capaces de organizar el retorno a la democracia y de poner fin a la crisis. Sin embargo, los diputados están actuando con cautela en relación a esto, puesto que, en el mejor de los casos, temen ser ignorados o, en el peor, ser encarcelados, exiliados o torturados a muerte y luego arrojados por la ventana de un décimo piso, como le ocurrió en octubre a Fernando Albán, concejal de la ciudad de Caracas. A menos que las fuerzas armadas respeten las decisiones de la Asamblea Nacional, será muy difícil hacerlas cumplir.
Es por ello que esta solución requiere de la coordinación entre la comunidad internacional y las fuerzas democráticas venezolanas. Estas no saben con certeza cuánto apoyo internacional van a recibir, y la comunidad internacional tampoco sabe con certeza cuáles son los planes ni el nivel de cohesión que tienen dichas fuerzas.
Como es el caso con todos los problemas de coordinación, hay buenos y malos resultados que se auto cumplen. Por ahora, dado que la comunidad internacional no ha dejado en claro a quién se reconocerá como gobernante legítimo de Venezuela después del 10 de enero, las fuerzas democráticas venezolanas no han logrado unirse en torno a una solución.
Pero los venezolanos han estado haciendo sus tareas y sentando las bases organizacionales para el cambio. Los partidos políticos, los sindicatos, las universidades, las ONG y la Iglesia Católica se han unido para formar una iniciativa llamada Venezuela Libre. Han organizado congresos en los 24 estados del país, en los que han participado 12,000 delegados, y, el 26 de noviembre, llevaron a cabo un evento nacional para lanzar un manifiesto que esboza el camino de regreso a la democracia. Además, han estado elaborando un detallado plan económico, que han discutido ampliamente con la comunidad internacional, para superar la crisis y restaurar el crecimiento.
Esta es una excelente oportunidad para que la comunidad internacional se mueva hacia una solución coordinada: una negativa explícita a reconocer a Maduro después del 10 de enero, junto con el reconocimiento de las decisiones de la Asamblea Nacional con respecto al gobierno de transición, y ayuda para implementarlas. Además, es preciso enviar un claro mensaje a las fuerzas armadas venezolanas de que las decisiones de la Asamblea Nacional deben ser respetadas.
Una solución a la catástrofe venezolana no solo es deseable, sino también posible. El mundo no puede dejar pasar esta oportunidad. El 10 de enero puede convertirse en un nuevo comienzo. Lampadia