Comentario de Lampadia
En el siguiente artículo publicado en Portafolio, de El Comercio, el reconocido economista norteamericano Kenneth Rogoff explica los retos y desafíos que enfrenta el actual proceso de crecimiento moderno. El ex economista jefe del FMI destaca que todas las predicciones hechas sobre el colapso demográfico, alimentario y económico de la humanidad han fallado. “Hasta ahora, todas las predicciones hechas en la edad moderna de que la suerte de la humanidad empeoraría, desde Thomas Malthus hasta Karl Marx, han fallado espectacularmente”. No obstante, aclara que la trayectoria de crecimiento que se ha observado en el pasado enfrenta amenazas, principalmente por deficiencias y disfunciones políticas, que van a requerir del diseño de políticas públicas adecuadas. Por ejemplo, Rogoff señala que la degradación ambiental, la sostenibilidad política y legitimación social del sistema económico, el envejecimiento de la población y la reforma de los sistemas de pensiones, son asuntos que los estados van a tener que resolver en un futuro cercano, especialmente los países avanzados. Rogoff concluye que los países emergentes que aún no han llegado a la frontera tecnológica continuarán disfrutando de una mejor calidad de vida, mientras que en el caso de las economías avanzadas seguirán enfrentando dificultades.
La globalización económica no ha sido acompañada, hasta ahora por instituciones globales que representen una versión moderna de las que se diseñaron después de la II Guerra Mundial. Cada día se hace más evidente que el mundo necesita instituciones modernas que acompañen la evolución de la economía global y promuevan una mejor gobernanza global.
Artículo original:
Malthus, Marx y el crecimiento moderno
Todas las predicciones de que la suerte de la humanidad
empeoraría han fallado espectacularmente.
Por: Kenneth Rogoff, Project Syndicate
(Portafolio, El Comercio, 23 de marzo de 2014)
La promesa de que toda nueva generación gozará de mayor prosperidad que la anterior es un postulado de la sociedad moderna. En general, la mayoría de las economías más avanzadas han cumplido dicha promesa y el nivel de vida de las últimas generaciones ha aumentado, pese a los reveses provocados por guerras y crisis financieras.
También en el mundo en desarrollo la inmensa mayoría de las personas han empezado a experimentar una mejoría sostenida del nivel de vida y están concibiendo rápidamente esperanzas similares de crecimiento, pero ¿podrán hacerlas realidad las generaciones futuras, en particular las de las economías avanzadas? Aunque la respuesta más probable es que sí, los riesgos de deterioro parecen mayores que hace varios decenios.
Hasta ahora, todas las predicciones hechas en la edad moderna de que la suerte de la humanidad empeoraría, desde Thomas Malthus hasta Karl Marx, han fallado espectacularmente. El progreso tecnológico ha superado los obstáculos al crecimiento económico. El reequilibrio político periódico, unas veces pacífico y otras no, ha garantizado que la inmensa mayoría de las personas se haya beneficiado, si bien unas mucho más que otras.
A consecuencia de ello, las preocupaciones de Malthus por una mortandad en masa por inanición no se han materializado en ninguna economía capitalista pacífica y pese a la desconcertante disminución en los últimos decenios de la proporción correspondiente a la mano de obra en la renta el panorama a largo plazo sigue desafiando la predicción de Marx de que el capitalismo resultaría depauperador para los trabajadores.
Pero los resultados del crecimiento en el pasado no son una garantía de que se pueda mantener una trayectoria en gran medida similar en todo este siglo. Dejando de lado los posibles trastornos geopolíticos, hay amenazas formidables que superar, debidas en su mayor parte a deficiencias y disfunciones políticas.
El primer conjunto de cuestiones comprende los problemas —que se van fraguando poco a poco— debidos a externalidades, el principal ejemplo de las cuales es la degradación del medio ambiente. Cuando los derechos de propiedad no están bien definidos, como en el caso del aire y el agua, el Estado debe intervenir para ofrecer una reglamentación apropiada.
Un segundo conjunto de problemas se refiere a la necesidad de velar porque se considere que el sistema económico es fundamentalmente justo, pues es algo decisivo para su sostenibilidad política. Ya no se puede dar por sentado que así sea, pues la combinación de la tecnología y la mundialización ha exacerbado la desigualdad de los ingresos y la riqueza dentro de los países, aun cuando los desfases entre los países disminuyeran.
Hasta ahora, nuestras sociedades han resultado notablemente aptas para adaptarse a tecnologías que ocasionan trastornos, pero el ritmo de cambio en los últimos decenios ha causado tensiones tremendas, reflejadas en disparidades enormes dentro de los países, con desfases casi sin precedentes entre los más adinerados y los demás. La desigualdad puede corromper y paralizar el sistema político de un país y con él el crecimiento económico.
El tercer problema es el del envejecimiento de las poblaciones, asunto que plantearía amenazas graves incluso al sistema político mejor concebido. ¿Cómo se asignarán los recursos para el cuidado de los ancianos, en particular en las economías con un crecimiento lento, en las que los sistemas públicos de pensiones y los planes de salud para la vejez son claramente insostenibles? No cabe duda de que unas deudas públicas desorbitadas exacerban el problema, porque se está pidiendo a las generaciones futuras que salden nuestra deuda y paguen nuestras jubilaciones.
La última amenaza se refiere a una amplia diversidad de cuestiones que requieren la reglamentación de unas tecnologías en rápida evolución por unos Estados que no necesariamente cuentan con la competencia o los recursos para hacerlo eficazmente. Ya hemos visto adónde puede conducir una reglamentación deficiente de unos mercados financieros que evolucionan rápidamente. En muchos otros mercados hay deficiencias paralelas.
Un ejemplo destacado es la oferta de alimentos, sector en el que la tecnología ha seguido produciendo cada vez más alimentos elaborados y genéticamente perfeccionados que los científicos tan solo están empezando a evaluar. Lo que se sabe hasta ahora es que la obesidad infantil ha llegado a ser una epidemia en muchos países, con un aumento alarmante de las tasas de diabetes tipo 2 y de las enfermedades coronarias Las intervenciones estatales, consistentes en impartir una mejor formación al respecto, han resultado hasta ineficaces en gran medida. La adicción autodestructiva a los alimentos elaborados, que los economistas considerarían una “internalidad”, pueden reducir la calidad de vida de los afectados por ella y puede acabar creando externalidades para la sociedad.
Todos esos problemas tienen soluciones. Un impuesto mundial al carbono mitigaría los riesgos climáticos, además de aliviar las cargas de las deudas estatales. Para abordar la desigualdad, hace falta una mayor redistribución mediante los sistemas impositivos nacionales, junto con programas mejorados de educación de los adultos, probablemente recurriendo en gran medida a nuevas tecnologías. Se pueden mitigar los efectos negativos de la reducción del crecimiento demográfico relajando las restricciones de las migraciones internacionales y fomentando la entrada de más mujeres en la fuerza laboral o la permanencia de jubilados en ella, pero la de cuánto tardarán los Gobiernos en actuar es una pregunta aún sin respuesta.
Las economías capitalistas han sido espectacularmente eficientes para lograr el aumento del consumo de bienes privados, al menos a largo plazo. En cuanto a los bienes públicos —como, por ejemplo, la educación, el medio ambiente, la atención de salud y la igualdad de oportunidades—, la ejecutoria no es tan impresionante y, a medida que las economías capitalistas se desarrollaban, parecen haber aumentado los obstáculos políticos.
¿Seguirá toda generación futura disfrutando de una mejor calidad de vida que su predecesora inmediata? En los países en desarrollo que aún no han llegado a la frontera tecnológica, la respuesta es casi con toda seguridad que sí. En las economías avanzadas, aunque la respuesta debería ser también que sí, las dificultades están llegando a ser formidables.
Publicad en El Comercio, 23 de marzo de 2014.