Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia
Últimamente está arreciando nuevamente la campaña para sembrar entre nosotros la falacia del altísimo nivel y agravamiento de la desigualdad en el Perú, ya sea con información abiertamente distorsionada o con afirmaciones equivocadas.
Evidentemente, el tema de la desigualdad es muy importante y es necesario echar luces sobre las relaciones causa-efecto que lo explican. Pero mucho más importante es hacer un análisis prospectivo sobre lo que nos espera en los próximos años, como consecuencia del desarrollo del mundo global tecnologizado por la ‘cuarta revolución industrial’, y el contraste con un Perú empobrecido por la falta de visión y torpeza de nuestra clase dirigente, que está condenando a nuestros pobres a vivir en los arrabales de la globalización.
Así, el pasado 6 de febrero, CooperAcción, la ONG anti inversión y anti minera, y el diario [del túnel] La República, sacaron por todo lo alto un informe de un reporte de desigualdad, afirmando que el ‘Perú es el cuarto país más desigual del mundo’, asumiendo un muy discutible nivel de riqueza del 1% de la población.
Un mes después, el 5 de marzo pasado, el diario El Comercio, publicó un artículo de Saki Bigio, ‘Desigualdad: ¿su existencia responde al ingenio o al privilegio?’ que empieza diciendo que “ante la carencia de datos locales, es útil contrastar la evolución de la desigualdad en el Perú con su evolución en el resto del mundo”. – Si no hay datos ¿qué comparas?
Bigio reconoce la complejidad de la medición de la desigualdad:
“En la práctica, los economistas comparamos al 1% más rico contra la media. Algunas mediciones pueden ser subjetivas: los salarios son datos objetivos, pero el valor de un negocio contiene factores subjetivos”.
En cuanto al mundo, dice Bigio, “gracias al trabajo de Martin Ravallion o Branko Milanovic para el Banco Mundial, sabemos que los ingresos de la población de los países más pobres se vienen acercando a la media de los países ricos.
(…)
“En el Perú, la desigualdad medida por el índice Gini se redujo consistentemente desde los 55 puntos en 1998, hasta los 41 puntos antes de la pandemia. Las mejoras en el Perú son palpables, incluso si corregimos estadísticamente por la falta de información acerca de los ingresos del 1% más rico. Gracias a la Encuesta Nacional de Hogares, también sabemos que la mejora en el Gini se observa en todas las regiones y que en gran medida se debe al éxito de nuestros programas sociales”.
Esta última afirmación es una mentira sembrada desde Grade, que lamentablemente recoge Bigio. Como han explicado antes algunos economistas serios, como Richard Webb y Miguel Palomino, la reducción de la pobreza y de la desigualdad evidenciada en el siglo XXI en el Perú, se debe hasta en un 75% a la inversión (80% privada) y al crecimiento de la economía.
Continúa Bigio: “En cuanto a la riqueza, carecemos de datos. A pesar de la carencia de datos, podemos llegar a algunas conclusiones de la comparación internacional”.
Primero, el avance histórico en la lucha contra la pobreza, que en el Perú cayó del 60% al 20% en las últimas décadas, difiere mucho de lo que sucedió en países desarrollados. Segundo, conforme nuestro país se desarrolle, la tecnología y la globalización podrían poner en riesgo las mejoras de salarios de los trabajadores sin educación superior”.
La verdad es que si no enmendamos la orientación de nuestras políticas públicas y promovemos agresivamente la inversión privada y el crecimiento de la economía, como dijo el gran historiador israelita (2011), Yuval Noah Harari, estaremos condenando a nuestros pobres a no ser parte del mundo de mañana.
Los peruanos de mayores recursos siempre podrán acomodarse a ese nuevo mundo con estándares de salud preventiva hoy inimaginables, podrán acceder a la mejor educación, y podrán disfrutar de buena parte de las comodidades y beneficios de las nuevas tecnologías, que marcarán una nueva era para la humanidad; pero si no nos ponemos a tono, nuestros pobres quedarán fuera, para siempre, de la nueva modernidad.
Evidentemente, el desarrollo integral no depende solo de inversión y crecimiento, como hemos dicho siempre, pero sin ellos no la contaremos y nos encaminaremos hacia la desigualdad absoluta.
No medida contra el 1% que más tenga, sino medida entre nuestros pobres y la gran mayoría de la humanidad, la humanidad recargada por la ‘cuarta revolución industrial’.
Esa desigualdad que amenaza con la pobreza eterna, la ¡Desigualdad ¡Absoluta!!! Esa desigualdad que estamos labrando con el odio entre peruanos, con la guerra contra la inversión privada, y con las ideas retardatarias del proteccionismo, el pos-extractivismo y el Estado empresario.
¡Liberemos las capacidades de los peruanos e igualemos el terreno que nos separa del bienestar común!!! Lampadia