Los cambios de Constitución no resuelven los problemas socioeconómicos
“¿Tiene Chile un problema de desigualdad? Sí
¿Vas a resolver eso con una nueva Constitución? No”
Entrevista a Niall Ferguson
DF-MAS – Diario Financiero, Chile
Marcela Vélez-Plickert
Domingo 30 de mayo de 2021
Glosado por Lampadia
Los Think Tanks y los medios chilenos nos ayudan siempre a analizar fenómenos sociales y políticos que parecen hechos sobre el Perú.
En este caso reproducimos la entrevista al famoso historiador británico, Niall Ferguson, sobre el cambio de Constitución, que el considera irrelevante para corregir los problemas de Chile, especialmente en el tema de la desigualdad.
Cuando habla de la pandemia, Ferguson dice con toda claridad que el exceso de muertes y la falta de apoyo económico no es una muestra de las fallas del capitalismo. “La falla no fue del capitalismo, sino de la burocracia, en la mayoría de países. Sabemos que había una forma de enfrentar este virus, en maneras que no requerían interrupciones masivas. Eso hicieron en Taiwán. Eso hicieron en Corea del Sur. Pero en el resto del mundo fuimos muy lentos en reconocer lo que teníamos que hacer”.
Cuando el periodista pregunta que “a consecuencia de la pandemia ha crecido el apoyo a cambios de paradigmas económicos. Se cree que el Estado debe tener un mayor rol en la economía. De repente la deuda pública, el déficit fiscal, están bien. ¿Estamos sacando las lecciones correctas de la pandemia?”
Ferguson responde: “No, porque ya hemos recorrido ese camino antes, en el siglo XX, varias veces. Esto tuvo tres consecuencias: la primera fue económica, mayor deuda estaba asociada con inflación, y muchos impuestos tuvieron efectos distorsionantes; la segunda, fue política, porque un Estado más grande es más fácil de ser cooptado por grupos de poder, que se convierten en un desafío a las instituciones democráticas; y la tercera, es que resolver las dos anteriores era muy difícil y usualmente desestabilizador”.
“Pienso que hay un peligro en tratar de arreglar problemas que son realmente de administración pública, a través de un cambio constitucional. Uno de los problemas de Latinoamérica es que tiene demasiadas reformas constitucionales. Mientras, el eje definitorio de la política estadounidense es una Constitución que tiene casi 250 años. No creo que sea una buena idea eliminar la Constitución estadounidense, porque fue hecha en tiempos de esclavitud, y comenzar de nuevo; y todavía pienso que fundamentalmente no es una buena idea eliminar la Constitución chilena, porque fue hecha en dictadura, y comenzar de nuevo. Las reformas constitucionales no tienen un buen historial, especialmente en lo que se refiere (a resolver) problemas socioeconómicos”.
No dejemos de leer la entrevista a Ferguson:
En Doom, su último libro, Ferguson intenta una teoría de los desastres, como parte de su esfuerzo porque aprendamos de nuestros errores del pasado.
Por el contrario, afirma en esta entrevista, parecemos empeñados (también en Chile) en repetir ensayos fallidos del siglo XX.
En uno de los relatos más vívidos de lo que fueron las primeras semanas del manejo de la pandemia en Reino Unido, Dominic Cummings, exasesor del primer ministro Boris Johnson, confesó ante el parlamento que los miembros del comité de emergencia “Cobra” (Cabinet Office Briefing Room) “caminaban como zombies”. El relato coincide con una de las tesis que Niall Ferguson expone en Doom, The Politics of Catastrophe.
Ferguson acusa, con varios ejemplos, cómo la burocracia gubernamental simplemente no ha estado lista para reaccionar de forma adecuada a los desastres cuando llegan. En su último libro, el historiador escocés recurre a la economía, política, psicología y la teoría de redes para entender por qué somos tan malos para predecir desastres, prepararnos y, llegado el caso, reaccionar a ellos.
Este es el 16° libro de Ferguson, y fue escrito en medio de la pandemia. El texto está cargado de un sentido de urgencia, propio del desastre en que estamos (aún). Según el británico, uno de nuestros primeros errores -y esto se puede aplicar a todo tipo de desastres, también políticos- es que fallamos en aprender de la historia. ¿No es acaso algo que también está haciendo Chile? En entrevista con DF MAS, desde su casa en California, Ferguson cree que sí.
A consecuencia de la pandemia ha crecido el apoyo a cambios de paradigmas económicos. Se cree que el Estado debe tener un mayor rol en la economía. De repente la deuda pública, el déficit fiscal, están bien. ¿Estamos sacando las lecciones correctas de la pandemia?
–No, porque ya hemos recorrido ese camino antes, en el siglo XX, varias veces. Esto tuvo tres consecuencias: la primera fue económica, mayor deuda estaba asociada con inflación, a menudo no siempre, y muchos impuestos tuvieron efectos distorsionantes; la segunda, fue política, porque un Estado más grande es más fácil de ser cooptado por grupos de poder, que se convierten en un desafío a las instituciones democráticas; y la tercera, es que resolver las dos anteriores era muy difícil y usualmente desestabilizador.
Chile tuvo una muy mala experiencia tratando de salir del paradigma de la izquierda extrema en los años ‘70, y eso llevó al otro extremo a una dictadura, y no fue el único país en esa experiencia. Parece un poco extraño querer repetir el siglo XX, como si esos errores no hubiesen pasado. Pero parece que es lo que estamos haciendo, porque tenemos corta memoria. (…)Es como pensar, esta es una crisis, no la desperdiciemos para expandir el gobierno en formas que habrían sido imposibles en circunstancias normales.
El argumento que se escucha en Chile y en otros países de Latinoamérica es que el exceso de muertes y la falta de apoyo económico es una muestra de la falla del capitalismo…
–La falla no fue del capitalismo, sino de la burocracia, en la mayoría de países. Sabemos que había una forma de enfrentar este virus, en maneras que no requerían interrupciones masivas. Eso hicieron en Taiwán. Eso hicieron en Corea del Sur. Pero en el resto del mundo fuimos muy lentos en reconocer lo que teníamos que hacer. Tenemos que analizar dónde ocurrió el error, y fue en la burocracia de la salud pública. No veo cómo eso tiene que ver con capitalismo. En la práctica, el sector privado demostró su eficiencia en el desarrollo de las vacunas; y gracias a Dios los gobiernos no eran responsables de esto, porque habríamos tenido peores vacunas distribuidas más lentamente.
Ese es un buen ejemplo. Porque incluso teniendo logros como ese, de todas formas se argumenta que hay que cambiar de sistema, cuando la falla parece más bien de los gobiernos. Lo mismo pasó tras la crisis financiera. ¿No es solo una excusa?
–Es una pereza intelectual, que usa el término capitalismo de forma totalmente imprecisa. Si queremos preguntar por qué el exceso de muertes es más alto en unos países que en otros, no podemos explicarlo con la palabra capitalismo. ¿No es Corea del Sur capitalista? Algunos países que lo hicieron muy bien tienen economías capitalistas y algunos países que lo hicieron muy mal son socialistas. Así que no parece una explicación. Así como no basta con culpar a populistas o primeros ministros, porque países con tecnócratas y liberales en el gobierno también lo hicieron muy mal. Tenemos que alejarnos de estas explicaciones simplistas, si queremos sacar las lecciones correctas de este desastre y asegurarnos de que nos preparamos mejor. De hecho, la parte de respuesta a la crisis que estuvo a cargo del sector privado funcionó mejor. La gente ha sido extremadamente crítica de las grandes farmacéuticas en los últimos años. Pero, sabes, estoy muy contento de que esas firmas fueron capaces de desarrollar en meses una vacuna con 95% de eficacia. China no tiene el mismo sistema económico, tiene un sector farmacéutico controlado por el Estado, y las vacunas chinas -y lo saben en Chile- tienen menor eficacia.
El proceso chileno
Ferguson es cuidadoso al hablar de Chile, porque dice que entre todos los temas que sigue (por lo que muestra en su último libro son muchos) no tiene el detalle del día a día político del país. Pero conoce de cerca este territorio, lo ha visitado varias veces en ciclos de charlas, el último de ellos en febrero 2019.
¿Cómo ve el país ahora en comparación al que visitó antes de las protestas?
-Es obvio que el eje político ha girado más a la izquierda. Esto comenzó antes de la pandemia, y ésta lo ha exacerbado. Una vez más estamos discutiendo un cambio constitucional. Pienso que hay un peligro en tratar de arreglar problemas que son realmente de administración pública, a través de un cambio constitucional. Uno de los problemas de Latinoamérica es que tiene demasiadas reformas constitucionales. Mientras, el eje definitorio de la política estadounidense es una Constitución que tiene casi 250 años. No creo que sea una buena idea eliminar la Constitución estadounidense, porque fue hecha en tiempos de esclavitud, y comenzar de nuevo; y todavía pienso que fundamentalmente no es una buena idea eliminar la Constitución chilena, porque fue hecha en dictadura, y comenzar de nuevo. Las reformas constitucionales no tienen un buen historial, especialmente en lo que se refiere (a resolver) problemas socioeconómicos.
Se sostiene que será una vía para resolver la desigualdad.
-¿Tiene Chile un problema de desigualdad? Sí, tiene una estructura muy desigual, es un mal país para nacer pobre. ¿Vas a resolver eso con una nueva Constitución? No. No es como resuelves ese problema. Es un error de categoría (de pensamiento). Tenemos una tendencia a ello. Por ejemplo, tenemos una pandemia, pero actuamos como si tuviéramos una crisis financiera.
Chile tiene un problema de desigualdad, pero actúa como si tuviera un problema constitucional.
–Creo que vamos a perder una gran cantidad de tiempo en este proceso, y el resultado será que la desigualdad no se va a resolver. Este es un problema que tiene que ver con educación, con políticas sociales, con cómo diseñas entitlements, tiene que ver con un montón de cosas que las constituciones no pueden resolver.
Pero, ¿es la desigualdad la única explicación para este momento político? Porque yo he vivido en otros países de la región, y sí, Chile es desigual, pero el Estado funciona mejor, los estándares de vida son mejores que sus vecinos.
-Es un buen punto. La desigualdad en Chile es llamativa comparado con otros países de la OCDE, y eso te dice que Chile está más avanzado que otros países en Latinoamérica. Respecto a sus vecinos, no hay grandes diferencias. Creo que la política de Chile es clave en este giro (hacia la izquierda). Por un lado, la derecha ha perdido la iniciativa y el coraje de sus propias convicciones; y la izquierda, que ha sido muy poderosa en varias partes de la sociedad chilena, especialmente en el sistema educativo, está resucitando su narrativa sobre esta fantástica oportunidad que se perdió cuando Allende fue derrocado. Hay un problema de confusión histórica. La gente olvida lo disfuncional que fue el gobierno de Allende y por qué fue derrocado. Hay un mito sobre la dictadura que ignora, por las violaciones a los derechos humanos, que reestructuró la economía chilena de forma exitosa y luego permitió una transición pacífica a la democracia.
Puedo predecir, con bastante confianza, que si en el proceso de reescribir la Constitución se debilitan algunos de los fundamentos de la prosperidad chilena, en 10 años la situación será peor para los chilenos más pobres. Ese es el gran peligro, que soluciones que parecen estar motivadas por la igualdad o en el interés de los más pobres, no terminen haciendo otra cosa que más daño. Esa es mi preocupación.
Falta de cívica
No es solo la derecha. La socialdemocracia parece avergonzarse del rol que jugó en los últimos 30 años.
-Esa lectura es correcta. Hay muchos logros que defender. Hay razones por las cuales Chile se convirtió en el país más exitoso de Latinoamérica; y creo que es un gran error cuando comienzas a aceptar que “todo está mal” y “debemos comenzar de nuevo”. Hay que aprender de otras constituciones, pero también cómo funcionan en la práctica. Porque una cosa es ver un pedazo de papel, y otra la realidad. Si lees la Constitución de la Unión Soviética bajo Stalin, estarías impresionada, en el papel era todo tipo de cosas, libertades y representación. Pero nada de eso se tradujo a la realidad.
Puedo contestar desde ya a eso. La respuesta es que “Chile no es Venezuela”, por ejemplo. Que en Chile se harán mejor las cosas.
-Bueno, Venezuela también fue un país rico, el más rico de Latinoamérica. Argentina fue un país rico, hace 100 años. Latinoamérica está lleno de países con gran potencial, que no lograron aprovecharlo, en la mayoría de los casos, debido a sus políticos. Y cuando la política se transforma en un debate sobre la Constitución, lo considero casi una distracción de los verdaderos problemas en la sociedad. Corres el riesgo de romper lo que de hecho funciona, y ese es el peligro que veo en el caso chileno.
Ahora, no es solo en Chile. También lo vemos en Europa o Estados Unidos, donde está mal defender ciertas ideas, porque no son “políticamente correctas”.
-Eso puede atribuirse a lo que pasó en la educación en los últimos 20 años, donde las universidades en el mundo anglosajón, pero también en el mundo hispano, dieron un giro a la izquierda y los conservadores dejaron la academia. Los millennials y la generación Z tuvieron una educación de izquierda, no encontraron ideas conservadoras en la universidad, y algunos incluso en la escuela. Esa es una parte de la historia. La otra es que como la gente no está siendo educada en Cívica, como se le conoce en EEUU, no se les enseña la importancia de la libertad individual y libertad de expresión. Por eso, llegan muy rápidamente a la conclusión de que libertad de expresión es “hate speech”, y quieren parar a la gente que exprese argumentos que puedan molestar a una minoría. La gente en la izquierda no quiere participar del debate. Si has nacido en libertad, lo das por sentado, y entonces es fácil renunciar a ello. Si no te han enseñado acerca de la libertad, si no has leído sobre los regímenes totalitarios, porque nadie te enseñó, muy fácilmente puedes aceptar perderla, y cuando te das cuenta, usualmente es tarde para recuperarla.
¿Qué rol juega China en este cambio político? ¿No está acaso usando su soft power?
-Sí. Un ejemplo: es muy interesante que el ala progresista del Partido Demócrata está criticando a Joe Biden por su postura hacia China. Ilhan Omar, la congresista demócrata musulmana, se ha quejado de la “mentalidad de Guerra Fría” de la Casa Blanca, cuando China es el país que más está persiguiendo a los musulmanes. No, por el contrario, ella dice que debemos ser más amables con China. Son los “idiotas útiles”. Lo vimos en el siglo XX. Los soviéticos hicieron lo mismo.
Y ahora vemos a China como el defensor de la globalización, y del libre comercio…
-Y el cambio climático, cuando es el país con más emisiones.
Pregunto a Ferguson por los tres libros que se deberían leer para entender mejor la historia, para aprender de nuestros errores y no repetirlos. Acusando modestia, no recomienda ninguno de sus 16 títulos. Pero, War of the Worlds ofrece una mirada diferente al siglo XX, con sus guerras, pero también con su progreso económico. The Ascent of Money, publicado acertadamente previo a lo peor de la crisis financiera, nos conduce por la historia del dinero y los mercados financieros.
Insisto a Ferguson que escoja solo tres libros. Esta fue su respuesta:
- La historia de la revolución bolchevique (Russia under the Bolshevik Regime), de Richard Pipes. Es la mejor forma de entender cómo una revolución puede traicionar a la gente.
- Porque es una pieza maestra de la literatura, se debe leer aunque sea una parte de The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, de Edward Gibbon. (El capítulo 43) sobre la plaga de Justiniano le resultará a los lectores extrañamente familiar.
- Un libro para entender mejor la historia es A Little History of the World (1935), de Ernst Gombrich. Debería haber un ejemplar en cada casa. Fue escrito en los años ‘30, pero sigue siendo el mejor.