Alonso Rey Bustamante
Perú21, 14 de noviembre del 2025
El verdadero cambio no vendrá de un nuevo ministerio ni de más mesas de trabajo, sino de enfrentar el laberinto de permisos y licencias que asfixia al emprendedor», sostuvo Alonso Rey, presidente de ComexPerú.
La reunión del presidente José Jerí con los gremios empresariales dejó un mensaje claro: el Perú no puede seguir asfixiado por su propia burocracia. Cada trámite innecesario, cada licencia absurda y cada sello mal puesto representan tiempo, dinero y oportunidades perdidas, pero sobre todo un golpe a la generación de empleo para los emprendedores. Desregular no es desordenar: es reducir la corrupción y liberar al Estado.
Durante años, hemos confundido control con complicación. El verdadero cambio no vendrá de un nuevo ministerio ni de más mesas de trabajo, sino de enfrentar el laberinto de permisos y licencias que asfixia al emprendedor. En el país hay 1,894 municipalidades distritales y provinciales (si el Congreso no crea una más mañana), muchas de las cuales son un estorbo extorsivo que no presta servicios a sus ciudadanos.
El Estado debe derogar sino todos casi todos los trámites que impidan ser eficientes y productivos a los emprendedores, por el contrario, termina castigando a quien quiere hacer las cosas bien. Y cuando la informalidad se vuelve la opción más rápida, todos perdemos y la corrupción gana. Por eso, la desregulación debe ser una política de Estado, no un eslogan. Reducir trabas no significa debilitar la fiscalización, sino hacerla inteligente, con reglas claras y procesos simples.
La raíz de la corrupción no siempre está en los grandes escándalos, sino en la ventanilla donde un funcionario decide a quien le da el permiso y a quien se lo rechaza, además de la falta de capacidad de muchos funcionarios que no están preparados y a quienes se les debería evaluar una vez al año para ver si es competente. Cada requisito redundante es un incentivo para ser informal y una invitación al soborno. Combatir ese sistema es, en el fondo, una reforma moral del Estado.
A ello se suma la otra gran trampa que ahoga al emprendedor: la inseguridad. De poco sirve simplificar trámites si abrir un negocio implica pagar cupos o arriesgar la vida, tenemos un Estado ausente que no protege ni deja crecer, es más, entorpece. En los últimos años, los caviares (por no decir, rojos) han convertido el Estado en un aparato para obstruir la inversión privada.
En este periodo de transición, el presidente Jerí tiene una oportunidad que sus antecesores desperdiciaron: demostrar que el Estado puede dejar de ser un enemigo del ciudadano. El camino hacia la formalización y la transparencia no pasa por crear más normas, sino por eliminar las que sobran (que son casi todas). Solo un Estado que deja trabajar podrá volver a generar confianza.






