La candidata del comunismo en Chile da una muestra de la inconsistencia de los caviares con sus prédicas.
En la siguiente nota, Juan Lagos de La Fundación para el Progreso de Chile, hace un análisis descarnado de la lógica de privilegios de los comunistas, que para nosotros en el Perú, explica el ‘modus vivendi’ de nuestros propios comunistas, socialistas y caviares. Buena lectura.
Fundación para el Progreso – Chile
Juan Lagos
Publicado en El Líbero
08.08.2025
Glosado por Lampadia
En un foro de Clapes UC, la abanderada del Partido Comunista, Jeannette Jara, declaró que «los comunistas tienen derecho a tener iPhone» como una forma de justificar abiertamente su patrimonio personal. La frase, que busca cerrar el tema con una mezcla de superioridad y desdén, es más reveladora de lo que parece: no porque exponga una supuesta contradicción personal, sino porque resume la forma en que el comunismo justifica sus privilegios mientras sigue predicando la igualdad forzada para los demás.
No es novedad que los líderes comunistas disfruten de aquello que niegan al resto: tecnología, viajes, ropa de marca, propiedades. Pero el punto no es solo la incoherencia.
El problema es más profundo: cuando alguien debe explicar que tiene derecho a consumir, es porque parte de una idea que desconfía del consumo, del mérito y de la libertad individual.
No es casual que los mismos que critican las importaciones, el «modelo extractivista» o la «dependencia del capital extranjero» sean adictos a productos de empresas con sede en Palo Alto, California.
Cuesta ver a un comunista sin iPhone, sin MacBook o sin AirPods.
En Argentina ocurre lo mismo: despotrican contra el comercio internacional, pero todos los termos de mate de los peronistas son importados.
Condenan el capitalismo en el discurso, pero no pueden vivir sin sus comodidades. Esa contradicción no es una anécdota: es la prueba viva de que su relato se desmorona apenas toca la realidad.
Y tampoco es un fenómeno reciente.
Fidel Castro, por ejemplo, acumuló una fortuna personal mientras el pueblo cubano sigue pagando con penurias. Usaba dos relojes Rolex: uno con la hora de La Habana y otro con la de Moscú. Lo suyo no era una elección estética; era el reflejo de un régimen que predicaba el sacrificio del pueblo mientras su élite vive como millonaria.
No hay punto de comparación entre quienes producen riqueza creando valor para otros y quienes solo acumulan privilegios a punta de discurso. Los empresarios prosperan ofreciendo bienes y servicios que mejoran la vida de las personas.
Los comunistas, en cambio, se enriquecen desde el aparato público o desde el poder político, mientras repiten consignas contra el mismo sistema que los sostiene. Denuncian el lucro, pero viven de él. Atacan la propiedad privada, pero la defienden cuando es suya. No es una contradicción: es el modo de operación de una ideología que nunca ha funcionado sin doble estándar ni represión.
Esa estructura de privilegios también se refleja en su actitud frente a la propiedad. Cuando una propiedad del Partido Comunista en Lo Barnechea fue tomada ilegalmente, no hubo romanticismo revolucionario ni apelaciones al derecho a la vivienda. Exigieron el desalojo inmediato. Cuando la propiedad es suya, el discurso cambia. Lo que para otros es «acumulación injusta», para ellos es patrimonio legítimo. Lo que en boca ajena es «violencia estructural», en boca propia se convierte en defensa jurídica. No se trata solo de hipocresía: se trata de un modelo que no puede sostenerse sin doble estándar.
Lo mismo ocurrió con Karol Cariola y el secreto bancario. Su sector lleva años impulsando reformas para eliminarlo, en nombre de la transparencia y la lucha contra la desigualdad. Pero cuando se propuso aplicar esa misma lógica a sus finanzas personales, todo el partido cerró filas para protegerla. Una vez más: las reglas son buenas mientras se apliquen a los demás. Ellos, en cambio, están siempre un paso más allá, en una categoría moral superior que los exime de toda consecuencia.
Nada de esto es casual. El comunismo no cree en la igualdad ante la ley ni en la universalidad de los derechos. Cree en un poder que distribuye, castiga o protege según la conveniencia del momento.
La frase de Jara sobre el iPhone no es trivial. Es una muestra de cómo su sector pretende convertir todo en un «derecho», pero solo cuando se trata de justificar su posición. Lo que no dicen es que, bajo su modelo, esos derechos terminan vaciándose de contenido para el resto. Solo quedan para ellos.
Lo explicó sin tapujos un jurista soviético en 1927: «El comunismo no significa la victoria de la ley socialista, sino la victoria del socialismo sobre la ley». Esa lógica sigue vigente. Por eso no sorprende que se declaren enemigos del capitalismo mientras viven como capitalistas. Lo sorprendente es que aún haya quienes les crean. Lampadia