Mientras miles de estudiantes contenían la brutalidad represiva del ‘socialismo del siglo XXI’ y la defensora del pueblo [sic] venezolana decía ‘que tiene sentido la tortura de las fuerzas policiales ya que se usa para obtener una confesión’; y mientras Nadine Heredia avanzaba radiante por la alfombra roja mapocha, Michelle Bachelet asumía en Chile -en una impecable transferencia que muestra la altura política de su sistema- su segundo período presidencial en medio de grandes expectativas y no menos preocupaciones.
Entre otros logros, y con 50% [Adimark] de aprobación, Piñera parte alcanzando revertir la catástrofe post terremoto de 2010, un crecimiento de 5.5%, una inflación de 3% y un millón más de empleos; se va pues habiendo dado continuidad a un modelo que desde 1990 -inicio de la vía democrática y liberal- al 2014 -incluyendo a los gobiernos concertacionistas-, logró reducir la pobreza de 40% a 14% en paralelo a uno de los más bajos niveles de corrupción de la región y una gran calidad institucional.
Sin embargo, el asunto no fue fácil. La derecha chilena -sobre todo aquella minimé melancólica del pinochetismo salvaje-, generó incomodidades en sectores juveniles genuinamente liberales -hoy en ruta de rescatar la esencia de su ideario real- que la acusa de haber confiado en que la ‘eficiencia del modelo’, defendería por sí sola los avances en el campo de batalla de las ideas ante una ciudadanía apabullada por el griterío extremista del ‘cambio rápido y total’.
Si los estrategas de Bachelet arguyen que ‘lo único que pone en riesgo el modelo es no hacer cambios’, los discrepantes replican: cómo se detendrá la bola de nieve que ya va en bajada gracias a la táctica bacheletista de haber convertido a la ambigüedad en un ‘arte’ impredecible; en la que no solo sonrió con fines electorales a sus amigos banqueros y empresarios, sino también a los liderazgos termocéfalos del comunismo pro castro-chavista [como la electa diputada Camila Vallejo, adepta de Fidel y Hugo]. Y es que el ‘progresismo’ socialista [sus aliados comunistas tratarán de sobrepasarlos sin duda] pretende un Estado benefactor análogo al que europeos recelosos, como los suecos, tuvieron que desmontar ya que los tiraba de los pelos hacia el estancamiento. Ante ello, las juventudes liberales advierten los riesgos que hay de que ‘una sociedad que persiga la igualdad por sobre la libertad, acabará sin la una y la otra’.
Miremos a Chile de reojo: lo que suceda allá hará eco, de una u otra manera, en el tenso contexto ideo-político, económico y social de la región.