El favorable sentimiento que mostraron los mercados con las economías emergentes antes del pesimismo generado por el anuncio del ‘tapering’ monetario en EE.UU. parece no resurgir. Y es que, aunque las causas de ese pesimismo no son nuevas, estas habían estado minimizadas durante los años de euforia y vienen siendo amplificadas en estos meses de mayor aversión al riesgo. Las principales razones para la actual desconfianza se basan en una mayor percepción de los riesgos políticos:
En primer lugar, está la mayor volatilidad política producto de la creciente demanda de las clases medias en la región, que han incrementado su tamaño e influencia durante el ciclo de crecimiento que precedió el actual pesimismo.
En segundo lugar, está la desigualdad del ingreso en la región, que en comparación con otras regiones globales sigue rezagada. En este contexto, viene creciendo la preocupación respecto a la solidez institucional de los países de América Latina para enfrentar las recientes demandas presupuestales de una población que presiona por más medidas de corte redistributivo (y en muchos casos populista).
Finalmente, el actual contexto de menor benevolencia financiera (crediticia, fiscal y externa) ha generado dudas sobre la habilidad de las autoridades para proveer un marco de política creíble que mitigue los efectos macroeconómicos del mayor pesimismo de los mercados.
Casi todos los analistas coinciden en que la forma de calibrar estos tres factores de mayor estrés político es lo que va a determinar el éxito de la estrategia de inversión elegida para la región, especialmente en un contexto en el que las valuaciones y respuestas de política económica vienen brindando excelentes oportunidades. Haciendo un intento de resumir las recomendaciones en las diferentes economías de América Latina tenemos:
En Brasil, las autoridades han erosionado significativamente su credibilidad en la lucha contra la inflación y control fiscal que tanto les costó construir desde comienzos del siglo XXI. Así, se ha visto la caída en el riesgo soberano en Brasil en relación al promedio de mercados emergentes.
En Argentina, la administración de los Kirchner continúa negándose a asumir la responsabilidad por la elección de política económica que llevó al país a la actual precariedad fiscal y financiera. En este contexto, las recomendaciones de inversión han tendido a subponderar la deuda soberana y los activos argentinos en general.
Venezuela desciende rápidamente hacia una aún mayor catástrofe política y económica, y lo que es peor, aún sin claras señales de haber tocado fondo en ninguno de estos dos aspectos.
Al otro lado del espectro se encuentra la Alianza del Pacífico:
En México se percibe que la escena política se mantendrá estable y las reformas implementadas por la actual administración han generado cierto optimismo a pesar de algunas dudas sobre el éxito de su implementación. En este sentido, se ha favorecido al riesgo soberano y a los activos mexicanos en general.
En Chile los inversionistas vienen mostrando cierta preocupación respecto a la agenda redistributiva del recientemente inaugurado Gobierno de Michelle Bachelet. Pero dada la robusta institucionalidad económica y política del país, la gobernabilidad en Chile sigue siendo percibida de forma distinta de los demás países de América Latina. De este modo, las recomendaciones han venido estando de lado de una sobre-ponderación de los activos chilenos en los portafolios con estrategia de inversión latinoamericana.
En el caso de Colombia, es percibida como estructuralmente sólida y con una creciente economía. Finalmente, Perú. Sus sólidos fundamentos económicos lo convierten en un oasis en América Latina y por ahora el entorno político se mantiene manejable. Sin embargo, dada la alta proclividad del país para sufrir alzas inesperadas de ruido político, la tendencia de los analistas es a mantenerse neutrales en los activos peruanos y positivos en el riesgo soberano.
Publicado en Gestión, 18 de marzo de 2014.