Javier Escobal (Grade) ha respondido en este mismo Diario a una columna mía en la que yo argumentaba que Juntos debe tener un sesgo más productivo. Sostiene que hay que separar las cosas: dejar Juntos como está y profundizar la “inclusión económica” con otro programa que ya está en marcha: Mi Chacra Emprendedora-Haku Wiñay.
Según él, “es importante no confundir el objetivo de un programa de transferencias condicionadas que busca romper la transmisión intergeneracional de la pobreza mejorando las oportunidades de educación y salud de los niños, con un programa de generación de ingresos”.
Esa es una frase hecha. En realidad, la mejor manera de “romper la transmisión intergeneracional de la pobreza” es precisamente mediante un programa de generación de ingresos. Si la familia da un salto en su productividad agropecuaria y en la cantidad y calidad de los alimentos que produce, elimina de manera automática y sin amenazas la desnutrición de los niños. Juntos, en cambio, ni siquiera lograría eso. Según la evaluación que hizo Renos Vaquis, del Banco Mundial, en el 2009 Juntos no tenía un impacto en la reducción de la desnutrición infantil.
Es más, las tecnologías de Sierra Productiva ayudan a desaparecer la deserción escolar: al estabular el ganado y pasar a la crianza de animales menores (cuyes, gallinas) en lugar de ovinos, los chicos (sobre todo las hijas) ya no tienen que llevar al ganado a la puna a pastar y, por lo tanto, irán al colegio sin problemas y no para que no les retiren los 100 soles.
En suma, Sierra Productiva (o Haku Wiñay) logran los propios objetivos de Juntos mucho más rápido –en un año o poco más– y con una sola inversión. Juntos, en cambio, da 200 soles bimensuales a la familia ¡durante 20 años!, sin garantizar el resultado, porque la posta médica, si existe, suele no estar implementada, y en la escuela faltan profesores o asisten poco. Más bien ese dinero es un incentivo perverso a que la familia no quiera aventurarse a algún emprendimiento económico que mejore sus ingresos, por temor a perder la subvención, como ha demostrado el estudio de Norma Correa.
Por eso, he sugerido que el gestor local de Juntos acuda al campo acompañado por un yachachiq que simplemente informe acerca de la posibilidad de usar parte de la asignación bimensual para instalar algunas tecnologías, y les enseñe a hacerlo a quienes lo quieran. Estoy seguro de que la aceptación sería masiva, como ha ocurrido donde se ha presentado esta posibilidad. Esto sin detrimento de las otras condicionalidades, que resultan superfluas desde el momento en que la familia sale de la pobreza.
Es absurdo pensar que ofrecerle a una familia campesina la posibilidad de construir un minirreservorio e instalar riego por aspersión sea una opción “vertical o paternalista donde el Estado, o algún iluminado, saben lo que le conviene a cada productor”, como arguye Escobal. Aquí no hay imposición, y es bien difícil que alguien prefiera el secano estéril a la lluvia permanente. Bastará con ofrecer esta posibilidad para que los Andes se transformen.
Publicado en El Comercio, 20 de diciembre de 2013