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De una guerra más peligrosa

Alejandro Deustua
17 de mayo de 2023
Para Lampadia

Frente a la inminente contraofensiva ucraniana contra el invasor ruso la comunidad internacional podría expresar mayor preocupación por las consecuencias de la guerra.

Especialmente si el multibillonario rearme ucraniano en Occidente se expresa en sofisticada y cuantiosa capacidad militar adicional, Rusia consume stocks y reservistas en dimensiones extraordinarias y las alianzas que respaldan a los beligerantes expresan clara intolerancia a aceptar derrotas definitivas de sus asociados. El escalamiento está a la vista sin otro límite que el riesgo nuclear, el agotamiento económico o político de los involucrados o los límites de un indefinido largo plazo.

Es más, frente a la inestabilidad creciente del sistema, la fragmentación evidente en diversos alineamientos y bloques económicos y con otro schock global a la vista, era de esperarse que la comunidad internacional se hubiera empeñado en atajar conflictos en que se involucran las superpotencias si las consecuencias de la invasión de febrero del año pasado aún no son superadas.

Especialmente cuando éstas exacerban tendencias reflejadas en persistentes niveles de inflación, pobreza extrema, inseguridad alimentaria, disfunción de cadenas de valor y degradación ambiental y menor crecimiento (Rogoff).

Pero he aquí que, a pesar de que 141 estados (entre ellos, el Perú) rechazaran inicialmente la invasión rusa, demandaran el retiro de sus tropas y fueran afectados seriamente por los efectos de la guerra, la propensión de no pocos estados calificados como “mercados emergentes” a no involucrarse en el atajo de la guerra se ha incrementado y hasta han desarrollado racionalizaciones para impulsar esa conducta.

Para contrariar ese impulso o para atizarlo han surgido dos bandos.

1. El primero está integrado por los miembros del G7 que se reunirán en Hiroshima en estos días. Entre otros asuntos, ellos probablemente intentarán orientar la conducta de algunos de esos países -o simplemente, cooptarlos- en relación a los dos puntos de atención bélica: Ucrania y Taiwán.

Esa no es una buena idea si la intención no toma en serio los requerimientos de una tregua con retiro de tropas y/o de un acuerdo de paz en Eurasia. Si sólo China y Brasil han iniciado intentos de intermediación siguiendo sus propios intereses o aspiraciones, por lo menos ellos muestran objetivos que los países en desarrollo (o parte de ellos) deberían proponer a los beligerantes para apurar el momento en que éstos muestren predisposición a considerar esta posibilidad.

2. El segundo convocante es un grupo de intelectuales, quizás amparados por uno o más estados del “sur global” (un neologismo que desea reemplazar al antiguo “Tercer Mundo” -y más específicamente, a la América Latina-), llamando la atención sobre su creciente participación en el comercio, la inversión y la producción globales. Pero sin diferenciar siquiera entre el no involucramiento en complicaciones estrictamente bélicas y la necesidad de tomar acción preventiva frente a los efectos de las mismas, ellos no cuentan con una propuesta apropiada para desescalar el escenario de guerra. Y ni siquiera se permiten su esbozo.

Su preocupación ronda más bien en torno a la emergencia multipolar, a una redundante agenda multilateral y a varias carencias: escasez de motivación (el anticolonialismo de mediados del siglo pasado ha desaparecido), de instituciones efectivas (el G77 subsiste a fuerza de oportunismo) y de parámetros sistémicos (no pocos miembros del NO AL ya tienen un alineamiento con China). Sin cohesión básica, que no sea la del foro o gabinete proponente, esa agrupación parece no haber tomado nota de la inexistencia de intereses comunes sistémicos entre los países en desarrollo que son partícipes también de la realidad de la fragmentación.

En épocas de guerra, esa iniciativa parece más bien un poco imaginativo artilugio diplomático-académico que juega a cierta equidistancia como si ésta fuese un valor superior a la realidad sangrienta de una invasión territorial en un escenario geopolítico crucial y a las necesidades de contener su escalamiento y mitigar sus graves consecuencias.

Entre los concretos requerimientos del caso, es claro que además de la muy posible emergencia de un Niño global, debemos prepararnos para afrontar una renovada crisis de combustibles, problemas de aprovisionamiento de insumos básicos para la agricultura, renovadas distorsiones de las cadenas de valor que afectarán el transporte, el comercio y la inversión con efectos de mediano o largo plazo.

Las consecuencias inflacionarias y eventualmente recesivas de esa crisis son graves en un contexto con poco espacio para soportar nuevos ejercicios de política monetaria, de fuerte limitación fiscal y de vulnerabilidad a los efectos de la desglobalización (que equivaldrían al 2% del PBI global si se considera sólo el impacto en la inversión, a 7% si el escenario fuera de “fragmentación intensa” y a cotas más altas si se añadiese la fragmentación tecnológica -FMI-).

Por lo demás, debe tenerse en cuenta de que, fuera del escenario de guerra, una proyección del Banco Mundial estima que los precios de los metales, luego de haber repuntado en el primer trimestre, caerían este año alrededor de 8% interanual debido a un decrecimiento de la demanda y un incremento de la oferta (BM).

Esa proyección está en línea con las proyecciones de desaceleración global (de 3.4% en 2022 a 2.8% este año con Latinoamérica cayendo de 4% % a 1.6% ese ese período) reportada en abril por el FMI.

Éstos son los problemas de corto y mediano plazo que debemos afrontar en la región que requieren de un escenario cooperativo bien distinto a la conflictiva situación actual. Y en el gran escenario externo, antes de plantear equívocas estrategias sobre el “sur global” con intereses fuertemente discrepantes, quizás la región podría expresar a los beligerantes euroasiáticos la preocupación de los latinoamericanos por una guerra agravada advirtiéndoles de sus efectos en el resto del mundo. Lampadia




Xi en Moscú

Alejandro Deustua
22 de marzo de 2023
Para Lampadia

El cambio del balance del poder mundial suele ser más visible que el cambio sistémico. Si aquél brilla hoy en Moscú con menor luz que la esperada durante la visita del presidente chino, éste no es menos relevante bajo las circunstancias.

La “amistad sin límites” sino-rusa acaba de fortalecerse en la vitrina global cuando la perspectiva occidental es unánime en establecer que Rusia no está ganando la guerra en Ucrania y que está aislada, el compromiso norteamericano y europeo de aprovisionamiento bélico a Ucrania se incrementa (no sin reparos) y la imputación de Putin por la Corte Penal Internacional resta a éste legitimidad entre los Estados que forman parte de esa entidad.

En ese marco, el presidente Xi ha mostrado en Moscú que planificar la guerra y el futuro de Europa del Este y de Eurasia sobre la base del aislamiento ruso puede ser un error estratégico. Al fin de cuentas, China no sólo ha confirmado su respaldo a Rusia, sino que lo ha hecho también para lograr cooperación frente a los “actos de hegemonía dañina, dominación y prepotencia” contra China, apresurar la emergencia de un orden multipolar (cuyo proceso está en marcha) e impulsar un multilateralismo más democrático. La visita de Xi a Putin se ha realizado con una visión del mundo de largo plazo y de su propia situación en conflicto con la norteamericana y europea en medio de una guerra.

Aunque de la reunión sino-rusa no ha surgido una alianza en forma (China no desea una alianza manifiestamente antioccidental), el encuentro puede haber marcado el punto de inflexión de una nueva relación “Este-Oeste” (según el argot periodístico) y de la confrontación eslava.

La relación “Este-Oeste” es, en este caso, más bien metafórica porque en el “Este” hay poco alineamiento y mucha fricción. Ello se debe a la resistencia de India, Japón, Corea del Sur y los países del Sudeste Asiático al “avance” chino en términos de consolidación territorial (p.e. Taiwán), a la expansión marítima (los conflictos del mar del sur de la China), a la pretensión hegemónica china y la ampliación de su área de influencia (el programa de la “nueva” ruta de la seda que, en su versión extendida, incluye a países como el Perú).  

A ello se suman coaliciones temerosas de la expansión china. Al AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) en el Pacífico se agrega el QUAD (India, Japón, Estados Unidos y Australia) en el Indopacífico (ésta última dinamizada hoy por aproximaciones entre Japón e India). De intensificarse la confrontación en esas áreas, los mecanismos de integración y cooperación económica en la cuenca del Pacífico, de los que el Perú forma parte, (APEC, TPP 11) pueden quedar afectados.

En relación al “plan de paz” presentado por China en febrero pasado como marco de solución para el conflicto en Ucrania, éste no ha logrado aceptación en Occidente, aunque el presidente Zelensky sí ha deseado discutirlo con Xi bajo sus propias condiciones.  Al respecto debe decirse que China no presentó ese documento como el esbozo de un acuerdo sino como su posición para el término de la guerra. En cualquier caso, éste parece tener algún silencioso respaldo de un conjunto de países que no intervienen en el enfrentamiento pero que han condenado, en la ONU, la invasión rusa.

Si ese planteamiento lograra activarse con las adiciones que se requieran, el rol de China podría evolucionar desde el de un socio estratégico ruso que no ha condenado la invasión al de un semi-mediador. Dado su status de potencia, ese rol no se limitaría a aproximar a las partes, sino que podría estimular los términos del acuerdo por vías que, dada la asimetría con el socio, podría incluir el apremio a la propia Rusia.

Pero para que ello ocurra no basta romper el silencio con que se trata la materia. Cuatro condiciones esenciales deberían satisfacerse.

Primero, el retiro ruso del territorio conquistado (ello es improbable, aunque las condiciones del “retiro” deberían poder discutirse).

Segundo, el respeto a los intereses de seguridad rusos que implican no limitar con un Estado históricamente vinculado que recibe extraordinario respaldo de la OTAN y de la Unión Europea (muy difícil a la luz de las realidades de Finlandia y los países bálticos que ya limitan con Rusia con esos respaldos).

Tercero, la neutralización de, por lo menos, parte del territorio rusófilo (probable si las potencias occidentales recuerdan que las zonas de influencia y los “buffer” siguen siendo parte de la realidad internacional).

Y cuarto, que los beligerantes (que dinamizarán su agresividad en esta primavera), tengan alguna certeza de que no lograrán sus objetivos sólo por la vía militar o que el logro de algunos de ellos costará menos por la vía de la negociación (ese momentum no existe aún).

Si China encuentra ese momentum, su rol como potencia incrementaría su influencia en Europa. Sin embargo, la rivalidad sistémica impedirá que ello ocurra en tanto Estados Unidos considera, con razón, que la potencia asiática como el adversario principal.

De otro lado, es probable el apoyo implícito de potencias menores a una solución próxima de un conflicto que impacta negativamente la economía global y la seguridad energética y alimentaria de esos países. Pero ese apoyo tendría el costo de la consolidación de la presencia china bajo condiciones que centralizan en esa potencia los mercados de exportaciones primarias y el origen de buena parte de la inversión llevando consigo el impulso a un alineamiento no deseado. Nuestras economías conocen las consecuencias del predominio económico de grandes potencias si éste carece de alternativas que hoy parecen menos dinámicas.

Por lo demás, durante la visita de Xi a Moscú se han consolidado vínculos que permitirán a Rusia completar la reorientación de su comercio exterior (Rusia reemplazará a Arabia Saudita como primer proveedor de petróleo a China y se construirá un nuevo gasoducto confirmatorio de la nueva relación), incrementar la producción industrial en Siberia y mejorar el acceso financiero y el aprovisionamiento militar a cambio de tecnología, seguridad energética y de otras facilidades de infraestructura.

Esta innovación en marcha ya ha alterado la geopolítica de la zona. Y el balance de poder global ha cambiado, no necesariamente para mejor. Lampadia




Los rusos no tienen a dónde ir

Por: Ilia Krasilshchik
El Comercio, 2 de Octubre del 2022

“Los rusos se han convertido en parias. Muchos países ya les han impuesto restricciones de residencia, y cada vez tienen menos posibilidades de obtener un estatus legal, un permiso de trabajo o incluso una cuenta bancaria”.

“Hola, mi esposa está embarazada y tengo una hipoteca. Mi mujer siente pánico y yo no tengo dinero para ir al extranjero. ¿Cómo puedo escapar del reclutamiento?”.

Ese es un mensaje que recibimos en ‘Helpdesk.media’, un sitio web que algunos periodistas creamos en junio para ayudar a las personas –con información, asesoramiento jurídico y apoyo psicológico– afectadas por las acciones del Gobierno Ruso. Tras cumplir el servicio militar obligatorio hace siete años, el emisor estaba siendo reclutado para luchar en la guerra contra Ucrania. Al Gobierno Ruso no le interesaba saber quién pagaría la hipoteca o cuidaría de su mujer embarazada. Simplemente quería más carne de cañón para su guerra.

En los días transcurridos desde que Vladimir Putin anunció una “movilización parcial”, despejando el camino para que cientos de miles de hombres fueran reclutados para su fallido esfuerzo bélico, hemos recibido decenas de miles de mensajes como estos. Algunos eran quejas; otros eran desafiantes. Algunos simplemente expresaban derrota. Junto con los rusos que intentaban abordar vuelos, cruzar fronteras o atacar centros de reclutamiento, daban testimonio del mismo deseo: evitar el reclutamiento.

La verdad es que quizá no puedan hacerlo. Aunque se presenta como una medida limitada que solo afecta a los que han servido antes en el ejército, en la práctica, el gobierno tiene vía libre para llamar a filas a tanta gente como quiera. La cifra inicial de 300.000 parece ya una enorme infravaloración. Ante un régimen monstruoso empeñado en la guerra y un aislamiento internacional generalizado, los rusos están atrapados en un desastre. Y a juzgar por la respuesta hasta ahora, están aterrorizados.

Ese terror no concuerda con el apoyo masivo que supuestamente tiene la guerra. Sin embargo, el nivel real de apoyo es claramente inferior al que pregonan los medios controlados por el Kremlin. Resulta revelador que haya muy poca gente dispuesta a ir a la guerra.

Para los ciudadanos ordinarios que quieren escapar de ese destino infernal, simplemente no hay muchas opciones. Algunas personas han cruzado la frontera a Bielorrusia, pero ya estamos recibiendo información de que las autoridades bielorrusas, cómplices de Putin, están planeando capturar hombres de Rusia. Si no es Bielorrusia, ¿dónde? Pocos días antes del inicio de la movilización, Letonia, Lituania, Estonia y Polonia impusieron una prohibición de entrada a casi todos los rusos. La semana pasada, los países bálticos declararon que esa decisión no cambiará, al menos por ahora.

La frontera de unos 1.500 kilómetros con Ucrania está, por supuesto, cerrada. Las autoridades finlandesas siguen dejando entrar a los rusos, pero se necesita un pasaporte y un visado Schengen, algo que tienen apenas un millón de rusos. Finlandia también tiene previsto cerrar la frontera. Lo que sigue abierto es Georgia, donde la fila en el paso fronterizo se demora más de 24 horas y a veces se le niega la entrada a la gente sin ninguna razón evidente. También hay destinos tan lejanos como Noruega, Kazajistán, Azerbaiyán y Mongolia. Llegar a cualquiera de ellos, a pie, en bicicleta o en auto, es una meta desalentadora.

Los boletos de avión a los pocos destinos aún disponibles para los rusos, después de que el grueso del espacio aéreo europeo se cerrara en febrero, están casi agotados. ¿Quieres volar a la vecina Kazajistán? Aquí tienes un boleto, con dos escalas, por 20.000 dólares. ¿Quieres ir a Armenia? No quedan boletos. ¿O a Georgia? Rusia solía tener vuelos directos diarios a Tiflis antes del conflicto del 2008, pero ahora tampoco se puede volar hacia allá.

La terrible verdad es que los rusos se han convertido en parias. Muchos países ya les han impuesto restricciones de residencia, y cada vez tienen menos posibilidades de obtener un estatus legal, un permiso de trabajo o incluso una cuenta bancaria. En todo caso, no está claro cuánto tiempo permitirán las autoridades rusas que la gente abandone el país. Algunas autoridades militares regionales ya han emitido órdenes que prohíben a los hombres sujetos a la leva –es decir, a casi todos los hombres– abandonar sus pueblos y ciudades.

La gente que observa este horror desde fuera de Rusia se pregunta: ¿Por qué no protestan? Pues bien, muchos lo hacen. La primera noche tras el anuncio, la policía rusa detuvo a más de mil manifestantes en más de 30 ciudades del país. Algunos manifestantes recibieron fuertes palizas. Se trata de una valentía que va más allá de lo que imaginan quienes nunca han experimentado la vida en una dictadura.

En cuanto a derrocar a Putin, que también se les pide a los rusos, dudo que haya alguien que sepa cómo hacerlo. El principal político de la oposición, Alekséi Navalni, está tras las rejas; la protesta está, para todo efecto práctico, prohibida; e incluso las declaraciones antibélicas leves pueden llevar a los rusos a la cárcel con una fuerte condena.

Tenemos un dicho conocido en Rusia: “bombardear Vorónezh”. Vorónezh es una ciudad rusa no muy lejana de la frontera ucraniana, pero la frase no se refiere a los bombardeos de Ucrania. Se refiere a la perversa costumbre de las autoridades rusas de tomar represalias contra sus propios ciudadanos en respuesta a las acciones de otros gobiernos. El 21 de setiembre, Putin añadió a la lista el ejemplo quizá más atroz. Frustrado por la resistencia de Ucrania, optó por castigar a los ciudadanos rusos por su propio fracaso.

La pena capital podrá estar prohibida en Rusia. Pero por la decisión de Putin, muchas personas pagarán con sus vidas.

–Glosado y editado–

© The New York Times




¿Podemos hacerlo mejor?

¿Podemos hacerlo mejor?

Pablo Bustamante Pardo
Director de
Lampadia
(Actualizado 28/02/22, a la 1:45 pm)

“Si crees que el cambio histórico es imposible y que la humanidad nunca abandonó la jungla y nunca lo hará, la única opción que queda es jugar el papel de depredador o de presa. 
Pero ¿tal vez el cambio es posible? 
¿Quizás la ley de la jungla es una elección más que una inevitabilidad? 
Si es así, cualquier líder que elija conquistar a un vecino obtendrá un lugar especial en la memoria de la humanidad. Pasará a la historia como el hombre que arruinó nuestro mayor logro. Justo cuando pensábamos que habíamos salido de la jungla, nos empujó hacia adentro”.
Yuval Noah Harari

Hace una semana Mario Vargas Llosa escribió sobre ‘La Muerte de Sócrates’

“Lo realmente ejemplar en él tuvo que ver más con su muerte que con su vida. Ese es el mayor ejemplo que nos ha dejado.
¿Cuántos contemporáneos han sido capaces de imitarlo? Muy pocos. O se trató de pobres diablos, como Hitler, que se mató cuando todas las puertas se le habían cerrado y se exponía a un final más grave y largo que el suicidio. Ni siquiera Stalin y otros bandidos siguieron su ejemplo. En la larga historia de los golpistas militares que arruinaron al Perú y lo saquearon, no hay casi suicidas, y creo que se puede decir lo mismo del resto de América Latina. Como Batista, Somoza, Perón y el resto de los grandes tiranuelos, se aprovisionaron bien de dólares y ellos los esperaban a la salida de la cárcel, para asegurarles una vejez tranquila. No se puede decir que el destino de la Europa Occidental haya sido muy diferente. Los desastres de su historia son abundantes y casi no hay suicidas entre sus dirigentes. Quienes se quitan la vida suelen ser bandidos, empresarios en bancarrota, gentes desesperadas que huyen de la miseria y el hambre”.

Pero Vargas Llosa se olvidó de uno de los suicidas más famosos e importantes de la historia. Hace 60 años, uno de los más preclaros pensadores y escritores perdió la esperanza en la humanidad y luego de terminar sus memorias, se suicidó con su esposa en Petrópolis, Brasil.

El era Stefan Zweig, un judío brillante que tuvo el privilegio de vivir durante la ‘Pax Europea’ desde fines del siglo XIX hasta antes de la Primera Guerra Mundial. Eran tiempos de florecimiento de las ciencias y las artes en su natal Viena, el centro de la ilustración y el optimismo en la humanidad.

Zweig logró reponerse a los horrores de esa primera conflagración global, para continuar con optimismo su prolífica obra. Por ejemplo, escribió un libro laudatorio como ‘Momentos Estelares de la Humanidad’. Pero Zweig no soportó el inicio de la Segunda Guerra Mundial, perdió la fe en la humanidad y se refugió en Petrópolis a terminar sus memorias, ‘El Mundo de Ayer’; donde describe la transición de la paz ilustrada a los horrores de la guerra.

Líneas abajo compartimos el artículo de Harari en el The Economist, donde, en relación a la invasión de Ucrania por Putin, se pregunta si el cambio es posible.  ¿Si quizás la ley de la jungla es una elección más que una inevitabilidad?

Lo que está haciendo Putin es inaceptable desde todo punto de vista. Debe ser condenado por todas las personas de buena voluntad. Esperemos que pronto se logre escarmentar a Putin y sus esbirros, y que recuperemos un espacio de paz para seguir luchando por el desarrollo de los pueblos.

Los peruanos no tenemos suicidas famosos, excepto recientemente Alan García, en un acto de protesta por la persecución política. Pero tenemos grandes héroes como Grau y Bolognesi, que lucharon por su patria hasta la entrega de sus vidas.

Ese es el ejemplo que debemos seguir, manteniendo la esperanza en el futuro y afirmando el compromiso con los valores más sagrados de la humanidad, como la libertad y la prosperidad.  

¡No a la guerra!    
¡No a la prepotencia!

Harari sostiene que en Ucrania

Está en juego el rumbo de la historia humana

El mayor logro político de la humanidad ha sido el declive de la guerra. Eso ahora está en peligro.

The Economist
Yuval Noah Harari
9 de febrero de 2022

En el corazón de la crisis de Ucrania se encuentra una pregunta fundamental sobre la naturaleza de la historia y la naturaleza de la humanidad: ¿es posible el cambio? ¿Pueden los humanos cambiar la forma en que se comportan, o la historia se repite sin cesar, con humanos condenados para siempre a recrear tragedias pasadas sin cambiar nada excepto la decoración?

Una escuela de pensamiento niega firmemente la posibilidad de cambio. Argumenta que el mundo es una jungla, que los fuertes se aprovechan de los débiles y que lo único que impide que un país devore a otro es la fuerza militar. Así fue siempre, y así será siempre. Los que no creen en la ley de la selva no solo se engañan a sí mismos, sino que ponen en riesgo su propia existencia. No sobrevivirán mucho tiempo.

Otra escuela de pensamiento sostiene que la llamada ley de la selva no es una ley natural en absoluto. Los humanos lo hicieron, y los humanos pueden cambiarlo. Contrariamente a los conceptos erróneos populares, la primera evidencia clara de una guerra organizada aparece en el registro arqueológico hace solo 13,000 años. Incluso después de esa fecha ha habido muchos períodos sin evidencia arqueológica de guerra. A diferencia de la gravedad, la guerra no es una fuerza fundamental de la naturaleza. Su intensidad y existencia dependen de factores tecnológicos, económicos y culturales subyacentes. A medida que estos factores cambian, también lo hace la guerra.

La evidencia de tal cambio está a nuestro alrededor. Durante las últimas generaciones, las armas nucleares han convertido la guerra entre superpotencias en un loco acto de suicidio colectivo, obligando a las naciones más poderosas de la Tierra a encontrar formas menos violentas de resolver los conflictos. Mientras que las guerras entre grandes potencias, como la segunda guerra púnica o la segunda guerra mundial, han sido una característica destacada durante gran parte de la historia, en las últimas siete décadas no ha habido una guerra directa entre superpotencias.

Durante el mismo período, la economía global se transformó de una basada en materiales a una basada en el conocimiento. Donde antes las principales fuentes de riqueza eran los bienes materiales, como las minas de oro, los campos de trigo y los pozos de petróleo, hoy en día la principal fuente de riqueza es el conocimiento. Y mientras que puedes apoderarte de los campos petroleros por la fuerza, no puedes adquirir conocimiento de esa manera. Como resultado, la rentabilidad de la conquista ha disminuido.

Finalmente, se ha producido un cambio tectónico en la cultura global. Muchas élites en la historia (caudillos hunos, jarls vikingos y patricios romanos, por ejemplo) veían la guerra de manera positiva. Gobernantes desde Sargón el Grande hasta Benito Mussolini buscaron inmortalizarse a sí mismos mediante la conquista (y artistas como Homero y Shakespeare felizmente cumplieron tales fantasías). Otras élites, como la iglesia cristiana, veían la guerra como algo malo pero inevitable.

Sin embargo, en las últimas generaciones, por primera vez en la historia, el mundo quedó dominado por élites que ven la guerra como algo malo y evitable. Incluso los gustos de George W. Bush y Donald Trump, sin mencionar a los Merkel y Ardern del mundo, son tipos de políticos muy diferentes a Atila el Huno o a Alarico. Por lo general, llegan al poder con sueños de reformas internas en lugar de conquistas extranjeras. Mientras que, en el ámbito del arte y el pensamiento, la mayoría de las luces principales, desde Pablo Picasso hasta Stanley Kubrick, son más conocidas por representar los horrores sin sentido del combate que por glorificar a sus arquitectos.

Como resultado de todos estos cambios, la mayoría de los gobiernos dejaron de ver las guerras de agresión como una herramienta aceptable para promover sus intereses, y la mayoría de las naciones dejaron de fantasear con conquistar y anexionarse a sus vecinos. Simplemente no es cierto que la fuerza militar por sí sola impida que Brasil conquiste Uruguay o que España invada Marruecos.

Los parámetros de la paz

El declive de la guerra es evidente en numerosas estadísticas. Desde 1945, se ha vuelto relativamente raro que las fronteras internacionales sean rediseñadas por una invasión extranjera, y ni un solo país reconocido internacionalmente ha sido completamente borrado del mapa por conquistas externas. No han faltado otros tipos de conflictos, como las guerras civiles y las insurgencias. Pero incluso si se tienen en cuenta todos los tipos de conflicto, en las dos primeras décadas del siglo XXI la violencia humana ha matado a menos personas que los suicidios, los accidentes automovilísticos o las enfermedades relacionadas con la obesidad. La pólvora se ha vuelto menos letal que el azúcar.

Los académicos discuten una y otra vez sobre las estadísticas exactas, pero es importante mirar más allá de las matemáticas. El declive de la guerra ha sido un fenómeno tanto psicológico como estadístico. Su característica más importante ha sido un cambio importante en el significado mismo del término “paz”. Durante la mayor parte de la historia, la paz significó solo “la ausencia temporal de la guerra”. Cuando en 1913 la gente decía que había paz entre Francia y Alemania, querían decir que los ejércitos francés y alemán no se enfrentaban directamente, pero todo el mundo sabía que, no obstante, una guerra entre ellos podía estallar en cualquier momento.

En las últimas décadas, “paz” ha pasado a significar “la inverosimilitud de la guerra”. Para muchos países, ser invadidos y conquistados por los vecinos se ha vuelto casi inconcebible. Vivo en Oriente Medio, por lo que sé perfectamente que hay excepciones a estas tendencias. Pero reconocer las tendencias es al menos tan importante como poder señalar las excepciones.

La “nueva paz” no ha sido una casualidad estadística o una fantasía hippie. Se ha reflejado más claramente en los presupuestos fríamente calculados. En las últimas décadas, los gobiernos de todo el mundo se han sentido lo suficientemente seguros como para gastar un promedio de solo alrededor del 6.5% de sus presupuestos en sus fuerzas armadas, mientras que gastan mucho más en educación, atención médica y bienestar.

Tendemos a darlo por sentado, pero es una novedad asombrosa en la historia humana. Durante miles de años, el gasto militar fue, con diferencia, la partida más importante del presupuesto de todos los príncipes, kanes, sultanes y emperadores. Apenas gastaron un centavo en educación o ayuda médica para las masas.

La decadencia de la guerra no fue el resultado de un milagro divino o de un cambio en las leyes de la naturaleza. Fue el resultado de que los humanos tomaron mejores decisiones. Podría decirse que es el mayor logro político y moral de la civilización moderna. Desafortunadamente, el hecho de que surja de la elección humana también significa que es reversible.

La tecnología, la economía y la cultura continúan cambiando. El auge de las armas cibernéticas, las economías impulsadas por la IA y las nuevas culturas militaristas podrían dar lugar a una nueva era de guerra, peor que cualquier cosa que hayamos visto antes. Para disfrutar de la paz, necesitamos que casi todos tomen buenas decisiones. Por el contrario, una mala elección de un solo bando puede conducir a la guerra.

Es por eso que la amenaza rusa de invadir Ucrania debería preocupar a todas las personas en la Tierra. Si vuelve a ser una norma para los países poderosos devorar a sus vecinos más débiles, afectaría la forma en que las personas en todo el mundo se sienten y se comportan. El primer y más obvio resultado de un retorno a la ley de la selva sería un fuerte aumento del gasto militar a expensas de todo lo demás. El dinero que debería destinarse a maestros, enfermeras y trabajadores sociales se destinaría en cambio a tanques, misiles y armas cibernéticas.

Un regreso a la jungla también socavaría la cooperación global en problemas como la prevención del cambio climático catastrófico o la regulación de tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial y la ingeniería genética. No es fácil trabajar junto a países que se preparan para eliminarte. Y a medida que se aceleran tanto el cambio climático como la carrera armamentista de la IA, la amenaza de un conflicto armado seguirá aumentando, cerrando un círculo vicioso que bien podría condenar a nuestra especie.

Dirección de la historia

Si crees que el cambio histórico es imposible y que la humanidad nunca abandonó la jungla y nunca lo hará, la única opción que queda es jugar el papel de depredador o de presa. Ante tal elección, la mayoría de los líderes preferirían pasar a la historia como depredadores alfa y agregar sus nombres a la sombría lista de conquistadores que los desafortunados alumnos están condenados a memorizar para sus exámenes de historia.

Pero ¿tal vez el cambio es posible? ¿Quizás la ley de la jungla es una elección más que una inevitabilidad? Si es así, cualquier líder que elija conquistar a un vecino obtendrá un lugar especial en la memoria de la humanidad. Pasará a la historia como el hombre que arruinó nuestro mayor logro. Justo cuando pensábamos que habíamos salido de la jungla, nos empujó hacia adentro.

No sé qué pasará en Ucrania. Pero como historiador sí creo en la posibilidad de cambio. No creo que esto sea ingenuidad, es realismo. La única constante de la historia humana es el cambio. Y eso es algo que tal vez podamos aprender de los ucranianos. Durante muchas generaciones, los ucranianos sabían poco más que tiranía y violencia. Soportaron dos siglos de autocracia zarista (que finalmente colapsó en medio del cataclismo de la primera guerra mundial). Un breve intento de independencia fue rápidamente aplastado por el Ejército Rojo que restableció el dominio ruso. Los ucranianos vivieron entonces la terrible hambruna provocada por el hombre del Holodomor, el terror estalinista, la ocupación nazi y décadas de una dictadura comunista aplastante. Cuando la Unión Soviética se derrumbó,

Pero eligieron de otra manera. A pesar de la historia, a pesar de la pobreza absoluta ya pesar de los obstáculos aparentemente insuperables, los ucranianos establecieron una democracia. En Ucrania, a diferencia de Rusia y Bielorrusia, los candidatos de la oposición reemplazaron repetidamente a los titulares. Cuando se enfrentaron a la amenaza de la autocracia en 2004 y 2013, los ucranianos se rebelaron dos veces para defender su libertad. Su democracia es algo nuevo. Así es la “nueva paz”. Ambos son frágiles y pueden no durar mucho. Pero ambos son posibles y pueden echar raíces profundas. Todo lo viejo fue una vez nuevo. Todo se reduce a las elecciones humanas. 

Yuval Noah Harari es historiador, filósofo y autor de “Sapiens” (2014), “Homo Deus” (2016) y la serie “Sapiens: A Graphic History” (2020-21). Es profesor en el departamento de historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén y cofundador de Sapienship, una empresa de impacto social.

Artículo publicado el 28 de febrero de 2022 




La guerra contada por un espía

La guerra contada por un espía

Jaime Bayly
Perú21
18 de abril de 2022
Editado por Lampadia

“-Porque las guerras ahora se ganan con tecnología, no con soldados. Y Ucrania tiene armas de tecnología avanzada (…)”.

El periodista Barclays viaja a la ciudad de Washington, acude a la hora pactada al bar de The Hamilton, un sótano de aire conspirativo a pasos de la Casa Blanca, en la calle 14 esquina con la F, y se reúne con un asesor de seguridad nacional que trabaja en los servicios de inteligencia del gobierno y es amigo suyo desde los tiempos en que vivió en esa ciudad, hace treinta años. Tras pedir café, agua mineral y una tabla de quesos con aceitunas, Barclays le asegura a su informante que no grabará la conversación, solo tomará notas, y a continuación le pregunta:

Periodista: Cuéntame por qué Rusia va perdiendo la guerra en Ucrania.

El experto en temas militares responde:

Experto: Porque subestimó a la resistencia de Ucrania y sobreestimó su poderío militar.

P: ¿De qué manera? -pregunta Barclays.

E: Putin pensó que los soldados ucranianos no combatirían, se rendirían. Pensó que los civiles ucranianos aclamarían a los soldados rusos como libertadores, que los ucranianos querían ser rusos. Pensó que el presidente ucraniano Zelensky huiría al exilio. Pensó que las tropas rusas capturarían Kiev en cuatro días. Pensó que instalarían un gobierno títere pro ruso, como existía en Kiev antes de 2014. Cayó en una trampa que la inteligencia ucraniana le tendió a la inteligencia rusa.

P: ¿Cuál era la trampa?

E: Les hicieron creer que, tan pronto como Rusia invadiese Ucrania, los jefes militares ucranianos darían un golpe contra Zelensky, lo arrestarían o lo matarían, y apoyarían al gobierno títere pro ruso. Simularon ser agentes dobles al servicio de Moscú. Los rusos les creyeron. Pero era una telaraña para enredarlos.

P: ¿Por qué Putin sobreestimó su poderío militar?

E: Porque pensó que ganaría rápidamente la guerra con soldados, tanques y aviones -dice el analista de seguridad nacional-. Por cada soldado ucraniano, había diez soldados rusos. Por cada tanque o avión ucraniano, había diez tanques o aviones rusos. Putin pensó que eso bastaba para ganar la guerra. Pero se equivocó.

P: ¿Por qué?

E: Porque las guerras ahora se ganan con tecnología, no con soldados. Y Ucrania tiene armas de tecnología avanzada, de vanguardia, que Rusia no tiene.

P: ¿Cuáles son esas armas? -pregunta Barclays.

E: Principalmente, cuatro. Todas son armas defensivas. Pero han sido extraordinariamente eficaces para detener el avance ruso e impedir que los rusos ganen la batalla de Kiev. Es un hecho histórico que Rusia ha perdido la batalla de Kiev.

P: Explícame por qué Rusia ha perdido la batalla de Kiev.

E: Primero, Putin pensó que la información de los espías ucranianos era confiable: darían un golpe contra Zelensky y los rusos izarían su bandera en Kiev a los cuatro días de invadir Ucrania.

P: Pero era una trampa.

E: Era una trampa. Segundo, nuestra inteligencia le explicó a Zelensky que el primer día de la guerra, jueves 24 de febrero, los rusos tratarían de capturar el aeródromo militar de Hostómel, unas veinte millas al noroeste de Kiev.

Le dijimos a Zelensky exactamente lo que harían los rusos, porque teníamos infiltrados en Moscú que nos avisaron del plan. Y todo ocurrió exactamente como le dijimos a Zelensky: Rusia enviaría helicópteros, paracaidistas y tropas de élite a ese aeropuerto, era clave para ellos capturarlo para luego trasladar por vía aérea, en sus gigantescos Antonov, sus tropas de combate y hasta sus carros de combate. Entonces los ucranianos dejaron que los rusos desplegasen toda su fuerza de helicópteros y tropas de élite en Hostómel. Les cedieron el aeropuerto. Incluso les dejaron como señuelo un precioso Antonov ucraniano que los rusos destruyeron. Una vez que los rusos habían ocupado el aeródromo militar, los ucranianos, que estaban agazapados en los alrededores, atacaron de noche, y los rusos no tenían visores nocturnos. Fue una masacre para los rusos. Ucrania destruyó todos los helicópteros rusos y mató a centenares de rusos, usando los misiles que les dimos. Luego, hicieron exactamente lo que les aconsejamos: destruyeron todas las pistas de aterrizaje y despegue, dejaron el aeropuerto inoperativo para los rusos.

P: No me dijiste cuáles son las armas defensivas que les han dado a Ucrania y han funcionado tan bien -dice Barclays.

E: Nosotros y nuestros amigos en Londres les hemos dado los misiles Stinger y Javelin, que se disparan desde el hombro de un soldado. Los Javelines son una maravilla para destruir tanques, los Stinger derriban helicópteros y hasta aviones volando a baja altura. Además, Ucrania había comprado miles de drones turcos TB2, que han funcionado increíblemente bien, aun mejores que nuestros drones Kamikaze Switchblade 300 y 600, que son livianos y de una eficacia tremenda.

P: ¿Qué otros errores cometió Rusia, aparte del fiasco en el aeropuerto de Hostómel?

E: Los jefes militares rusos querían usar los ferrocarriles para desplazar más rápidamente a sus tropas, pero Ucrania, siguiendo nuestra información de inteligencia, destruyó todos los rieles que los rusos podían usar. Y luego los rusos cometieron un error terrible: entraron con un convoy militar de más de cuarenta millas, dirigiéndose a Kiev. Ucrania los dejó entrar y luego ejecutó el plan a la perfección: primero, volaron los puentes que los rusos ya habían cruzado, de tal manera que no pudieran volver por donde habían entrado, y luego de dejarlos avanzar un poco más, volaron todos los puentes de acceso a Kiev que los rusos tenían delante. De esa manera, Ucrania consiguió inmovilizar al convoy militar ruso: no podía retroceder, ni tampoco acercarse a Kiev.

P: ¿Qué pasó luego?

E: Enseguida Ucrania atacó el convoy militar ruso con extraordinaria astucia -responde el agente de inteligencia-. En lugar de disparar misiles Javelin a los tanques rusos que iban más adelante, los ucranianos sabían cuáles eran los camiones cisterna del convoy donde los rusos llevaban la gasolina para los tanques. Entonces, con pequeñas unidades de combate de seis a ocho hombres, escondidos entre los bosques cercanos al convoy ruso, los ucranianos dispararon sus misiles no contra los tanques rusos, sino contra los camiones cisterna. Destruyeron todos los camiones cisterna del convoy. Por eso, los tanques rusos, que no podían seguir avanzando por la ruta originalmente trazada, porque los puentes en la retaguardia y en la vanguardia habían sido volados, tuvieron que desviarse por terrenos cubiertos de nieve, por campos fangosos, y se quedaron sin gasolina, y entonces fueron emboscados por los ucranianos con sus misiles Javelin, disparándolos desde los bosques, como en una guerra de guerrillas tipo Vietnam, en la que el invasor no sabe dónde se esconde el enemigo.

P: Cojonudo. Extraordinario. Los rusos se quedaron sin gasolina.

E: Y sin comida.

P: ¿Cómo así? -pregunta Barclays.

E: Les dijimos a los ucranianos no sólo cuáles eran los camiones cisterna rusos, sino cuáles eran los camiones que llevaban el suministro de comidas y bebidas, lo que podíamos saber por nuestras fotos y videos satelitales. Y los ucranianos los volaron todos, o casi todos. A la semana de haber invadido Ucrania, los rusos se quedaron sin gasolina y sin comida.

P: ¿Qué pasó luego?

E: No podían llevar la gasolina y la comida por vía terrestre, porque los puentes de acceso estaban destruidos. Por eso mandaban todo en helicópteros. Y entonces los ucranianos usaron los misiles Stinger y los drones turcos para derribar esos helicópteros.

P: ¿Cuántos helicópteros rusos crees que Ucrania ha destruido?

E: El primer día, solo en la batalla de Hostómel, quince en total. Y luego han derribado entre veinte y treinta más.

P: ¿Cuántos soldados rusos han muerto?

E: Entre quince mil y veinte mil rusos han muerto -afirma el espía bien informado-. No quieren seguir combatiendo. Les mintieron. Les dijeron que iban a ejercicios militares, no a la guerra. La moral rusa está bajísima. Muchos desertan, se hacen los enfermos, se disparan en los pies para no pelear. Los ucranianos tienen poderosas razones para pelear por su tierra. Los rusos no tienen una sola razón para seguir peleando. Quieren volver a casa.

P: ¿Por qué Putin no ordenó a la aviación rusa que bombardease Kiev, como en su día bombardeó Aleppo en Siria o Grozny en Chechenia? -pregunta Barclays.

E: Porque sabe que los ucranianos tienen menos aviones, pero ahora, insisto, las guerras no se ganan con más aviones, sino con tecnología. Y Ucrania ha demostrado que tiene buena tecnología para derribar aviones rusos. Ha derribado un buen número, usando drones turcos y drones kamikaze. Incluso ha derribado aviones con los misiles Stinger, que obviamente no trepan tan alto, pero si el avión enemigo viene volando bajo, son capaces de tumbarlo.

P: ¿Cómo operan esos misiles?

E: Buscan el calor con sensores infrarrojos. Los disparas apuntando al objetivo, pero si el objetivo se mueve, el misil lo persigue hasta impactarlo. Los drones son los más eficaces en perseguir al blanco enemigo.

P: Pero Ucrania no tiene misiles de largo alcance.

E: No los tiene. No todavía. Pronto tendrá nuestros misiles Patriot y los S-300 de fabricación soviética que nuestros aliados en Europa les van a dar.

P: ¿Eso cambiará la guerra?

E: Sí. Esos misiles no solo pueden derribar aviones volando a treinta mil pies de altura. También pueden derribar misiles enemigos. Y pueden hundir los buques de guerra rusos en el mar Negro. Ya hundieron el buque insignia Moskva con dos misiles Neptuno de fabricación ucraniana. Y cumplido el primer mes de la guerra destruyeron el buque ruso Orsk, también con misiles Neptuno. Y Rusia se ha quedado sin sus mejores misiles guiados de largo alcance. Ha disparado más de mil doscientos misiles. Cada uno cuesta un millón y medio de dólares. No tiene más. Por eso sus misiles ahora caen en cualquier parte.

P: ¿Qué otros errores han cometido los rusos? -pregunta Barclays.

E: De nuevo, inteligencia y tecnología. Rusia es una economía tercermundista, con unas fuerzas militares tercermundistas. Cometieron dos errores cruciales: comunicaciones y ubicación del enemigo.

P: Explícame.

E: Los teléfonos satelitales encriptados que usaban los jefes militares rusos para dar órdenes, fueron intervenidos y saboteados por la inteligencia ucraniana, por los hackers ucranianos, que han sido decisivos en esta guerra. Entonces los militares rusos, al no poder usar sus teléfonos seguros, hablaban por sus celulares, daban órdenes desde sus celulares. Y luego llamaban a sus esposas, a sus novias. Y los ucranianos escuchaban todo. Sabían dónde estaban esos jefes rusos con bastante precisión. Por eso han matado a ocho o diez comandantes rusos en el campo de batalla. Todos murieron por hablar en sus celulares.

P: ¿En qué más fallaron los rusos?

E: Entraron a Ucrania sin visores nocturnos, porque pensaron que sería una guerra de tres días, cuatro días, y que los soldados ucranianos se rendirían, como se rindieron los afganos cuando nos fuimos de ese país el año pasado y el presidente afgano huyó al exilio. Entonces, de noche, en los pueblos al norte de Kiev, como Irpín, Bucha y Borodyanka, los ucranianos, que sí tenían visores nocturnos, destruían a los rusos con una inmensa ventaja tecnológica.

P: ¿Por qué los rusos mataron a tantos civiles inocentes en esos pueblos al norte de Kiev?

E: Por venganza, por odio, por frustración -dice el experto en temas militares-. Porque comprendieron que habían perdido la batalla de Kiev. Entonces se metían en las casas buscando vodka, buscando comida, y se emborrachaban, y algunos se volvían locos, sádicos, sicópatas, y mataban por matar a cualquiera que saliera a la calle. Pero lo hacían no porque estaban ganando la guerra, sino porque estaban perdiéndola.

P: ¿Rusia todavía puede ganar la guerra? -pregunta Barclays.

E: No. Rusia ha perdido la guerra de Ucrania. No podrá conquistar Ucrania, sojuzgarla, convertir a los ucranianos en vasallos del dictador ruso. Pero aún puede pelear por meses la guerra en el Donbás, al oriente de Ucrania. A Putin no le queda otra alternativa que limitarse al Donbás, ocuparlo y anexionarlo, como hizo con Crimea en 2014.

P: ¿Conseguirá Putin ganar la batalla del Donbás?

E: Puede ganarla. Depende de Alemania.

P: ¿Cómo así?

E: Mientras Alemania siga comprando gas natural ruso, y depositando cada día 800 millones de euros por el gas ruso en el banco estatal ruso Gazprombank, Putin tendrá dinero para financiar la batalla del Donbás, que será larga y terrible. Pero si Alemania deja de comprarle gas por 800 millones de euros depositados cada día, Putin perderá la batalla del Donbás.

P: ¿Y por qué los alemanes siguen haciendo negocios con Putin? -pregunta Barclays.

E: Porque el gas ruso les sale más barato. Y porque no quieren pasar frío de noche.

P: Pero ya casi es primavera.

E: Si Ucrania resiste en el Donbás hasta julio, y llega el verano a Alemania, y Alemania deja de comprarle el gas a Rusia y decide comprárselo a Qatar, entonces Putin habrá perdido la guerra con toda probabilidad.

P: ¿Puede Ucrania resistir en el Donbás hasta julio?

E: Será difícil. Será una carnicería. Y Putin es un carnicero profesional, con experiencia en Siria y Chechenia.

Lampadia




Por qué Ucrania debe ganar

Por qué Ucrania debe ganar

Pablo Bustamante Pardo
Director de
Lampadia

Para nosotros está muy claro que Ucrania debe derrotar a Rusia y ojalá la humanidad de deshaga de la camarilla estaliniana dirigida por el abominable Putin, que se ha atrevido a amenazar con el uso de armas atómicas.

Hasta ahora, para sorpresa de Rusia y del resto del mundo, Ucrania viene aguándole la fiesta de conquista a Putin. Zelensky ha probado ser un magnífico líder, que ha motivado a su población a resistir los embates de un desmotivado y desmoralizado ejercito ruso.

Según explica The Economist en el artículo que publicamos líneas abajo, occidente no está apoyando lo suficiente a Ucrania.

“Una Ucrania fuerte y democrática frustraría el expansionismo de Rusia, porque sus fronteras estarían seguras. (…) Por desgracia, gran parte de Occidente parece ciego a esta oportunidad histórica. (…) Zelensky acusa a esos países de ser miopes o timoratos. El esta en lo correcto”.

Ya comentamos en Lampadia la cita del historiador británico Timothy Garton Ash:

En 1994, estaba quedándome medio dormido en una mesa redonda que se celebraba en San Petersburgo, Rusia, cuando un hombre fornido y de baja estatura, con cara de ratón, que parecía ser la mano derecha del alcalde, empezó a hablar. Dijo que Rusia había entregado de forma voluntaria “inmensos territorios” a las antiguas repúblicas soviéticas, entre ellas zonas “que históricamente han pertenecido siempre a Rusia”. (…) El mundo debía respetar los intereses del Estado ruso “y del pueblo ruso como gran nación”.
Aquel hombretón irritante se llamaba Vladímir V. Putin.

Ver en Lampadia: Putinismo02/11/2016)

Las acciones de Putin son inaceptables y espero que los países de la Otan no cedan ante ninguna de las propuestas rusas, pues estas serían solo un avance parcial de una agenda expansionista, así Rusia se deshaga de Putin, puesto que no se puede generar un precedente que podría ser tomado en el futuro por otro líder conquistador.

Este es el momento de parar a Rusia, que ha venido siendo un elemento desestabilizador en la geopolítica global. Ya se apropió de Crimea, sometió a Bielorrusia, interfiere en América Latina soportando a cuba y a la dictadura del chavismo en Venezuela, que ha creado una crisis humanitaria sin precedentes.

Rusia debe perder, Putin tiene que caer, y la humanidad tiene que afirmar los caminos de la paz.

Una victoria decisiva podría transformar la seguridad de Europa

The Economist
2 de abril de 2022

Cuando Vladimir Putin ordenó a las tropas rusas entrar en Ucrania, no era el único que pensaba que la victoria sería rápida. Muchos analistas occidentales también esperaban que Kiev, la capital, cayera en 72 horas. El valor y el ingenio ucranianos confundieron esas suposiciones. A medida que la guerra entra en su sexta semana, el bando que contempla la victoria no es Rusia sino Ucrania, y sería una victoria que redibujaría el mapa de la seguridad europea.

Hablando con The Economist en Kiev el 25 de marzo, el presidente Volodymyr Zelensky explicó cómo el poder de la gente es el secreto de la resistencia de Ucrania y por qué la guerra está cambiando a favor de su nación. “Creemos en la victoria”, declaró. “Este es nuestro hogar, nuestra tierra, nuestra independencia. Es solo una cuestión de tiempo”.

El campo de batalla empieza a contar la misma historia que el presidente. Después de varias semanas en las que el asalto ruso se estancó, las fuerzas ucranianas comenzaron a contraatacar. El 29 de marzo, Rusia dijo que “recortará fundamentalmente” la campaña del norte. Su retirada bien puede ser solo táctica, pero Rusia ha admitido que, por el momento, no puede tomar Kiev.

Sin embargo, gran parte de Ucrania permanece en manos rusas, incluida la franja de tierra en la costa sur que los rusos ahora afirman que fue su enfoque todo el tiempo. Una gran parte del ejército ucraniano, en la región de Donbas, es vulnerable al cerco. Nadie debería subestimar la potencia de fuego rusa. Incluso si sus fuerzas están agotadas y desmoralizadas, pueden atrincherarse. La victoria para Ucrania significa mantener intactas sus brigadas de Donbas y usarlas para negarle a Rusia un control seguro sobre el territorio ocupado.

Para eso, nos dijo Zelensky, Occidente debe imponer sanciones más duras a Rusia y suministrar más armas, incluidos aviones y tanques. Las sanciones reducen la capacidad de Rusia para sostener una guerra prolongada. Las armas ayudan a Ucrania a recuperar territorio. Pero los países de la Otan se niegan a proporcionarle lo que quiere. Dado lo que está en juego, tanto para Occidente como para Ucrania, eso delata una falla reprobable de visión estratégica.

Para Ucrania, una victoria decisiva disuadiría otra invasión rusa. Cuanto más convincentemente Ucrania pueda despedir al ejército ruso, más capaz será de resistir los compromisos que podrían envenenar la paz. La victoria también sería la mejor base para lanzar un estado democrático de posguerra menos corrompido por los oligarcas y la infiltración rusa.

El premio para Occidente sería casi igual de grande. Ucrania no solo podría fortalecer la causa de la democracia, sino que también mejoraría la seguridad europea. Durante 300 años de imperialismo, Rusia ha estado repetidamente en guerra en Europa. A veces, como con Polonia y Finlandia, era el invasor. Otras veces, como con la Alemania nazi y la Francia napoleónica, fue visto como una amenaza letal y fue víctima de la agresión.

Una Ucrania fuerte y democrática frustraría el expansionismo de Rusia, porque sus fronteras estarían seguras. A corto plazo, un dictador enojado y derrotado se quedaría en el Kremlin, pero eventualmente Rusia, siguiendo el ejemplo de Ucrania, tendría más probabilidades de resolver sus problemas mediante reformas internas en lugar de aventuras en el exterior. Al hacerlo, la Otan se convertiría en una carga menor para los presupuestos y la diplomacia. Estados Unidos sería más libre para atender su creciente rivalidad con China.

Por desgracia, gran parte de Occidente parece ciego a esta oportunidad histórica. Estados Unidos está liderando como debe, incluso si vetó el envío de aviones a Ucrania. Pero Alemania tiene una visión a corto plazo de las sanciones, equilibrando la presión de sus aliados y la opinión pública contra la preservación de sus vínculos comerciales con Rusia, el proveedor de gran parte de su petróleo y gas natural. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, afirma hablar en nombre de los aliados occidentales cuando argumenta que suministrar las armas pesadas que necesita Ucrania los convertiría en “cobeligerantes”. Zelensky acusa a esos países de ser miopes o timoratos. El esta en lo correcto.

Quizás Alemania dude de que Ucrania pueda dejar atrás su pasado postsoviético. Es cierto que, después de que las protestas de Maidan instauraran la democracia en 2014, el país no pudo deshacerse de su corrupción e inercia política. Y después de ser golpeada por la artillería rusa, la economía de Ucrania estará en ruinas. Sin embargo, la UE puede ayudar a garantizar que esta vez sea diferente al comenzar a trabajar en la membresía de Ucrania ahora mismo. No podría haber mayor afirmación de la misión fundacional de la UE de crear la paz en un continente devastado por la guerra.

Alinear la gobernanza de Ucrania con la de la UE será necesariamente largo y burocrático. El riesgo es que Bruselas siga a Ucrania, como si Europa se estuviera dignando a dejar que se uniera. En su lugar, la UE debería dar la bienvenida a Ucrania con entusiasmo, como se dio la bienvenida a Europa del Este cuando se sacudió la dominación soviética a principios de la década de 1990. Eso requiere una ayuda generosa para reconstruir la economía, así como apoyo político y paciencia.

La otra preocupación es la de Macron: que la Otan provoque a Rusia. Desde el comienzo de esta guerra, cuando habló de “consecuencias… como nunca se han visto en toda su historia”, Putin ha insinuado que la participación occidental podría conducir al uso de armas nucleares. Sabiamente, Occidente ha dejado claro que la Otan no luchará contra las fuerzas rusas, porque, si lo hicieran, la guerra podría salirse de control, con resultados catastróficos.

Sin embargo, alejarse de la amenaza con tintes nucleares de Putin también implica riesgos. 

  • Limitar la ayuda ucraniana incitaría a Rusia a imponer una paz inestable y, por lo tanto, temporal a Zelensky. 
  • Recompensaría a Putin por sus amenazas, preparando su próximo acto de agresión atómica. 

Por el contrario, armas y sanciones más potentes marcarían un cambio en el grado de ayuda, pero no en su tipo. Y esta semana, ante el éxito de Ucrania, Rusia detuvo la campaña en el norte, en lugar de escalar. Por todas esas razones, la mejor disuasión es que la Otan haga frente a la amenaza velada de Putin y deje en claro que una atrocidad nuclear o química conduciría al aislamiento total de Rusia.

Levanta tus ojos

El conflicto es impredecible. La historia está plagada de guerras que debían ser cortas pero que se prolongaron durante años. Ucrania ha ganado la primera fase de esta, simplemente sobreviviendo. Ahora necesita avanzar, por lo que Zelensky necesita una ayuda occidental redoblada. Sería terrible que lo que se interpusiera entre una mala paz y una buena fuera una falta de imaginación en las capitales de Europa. Lampadia




Putin cruzó la línea roja

Putin cruzó la línea roja

Tal como explica Nina Jruschova en su artículo de Project Syndicate, se sospecha que la guerra de conquista desatada por Putin, podría haber sido diseñada por este sátrapa y sus compinches de la antigua KGB, sin la participación de las fuerzas armadas y las dirigencias del Estado.

Asimismo, la autora del artículo que reseñamos, considera que Putin, no solo ha destruido el estatus de paz de la pos-guerra fría, sino también el futuro de Rusia.

Esta acción abusiva y prepotente debe ser contrastada con todas las presiones posibles, incluyendo aquellas que caigan sobre los notables de Rusia, ya sean artistas, deportistas o empresarios, tal como escribimos en Lampadia el pasado 25 de marzo: Castigo a los rusos.

Veamos el artículo de Jruschova:

La guerra de Putin destruirá Rusia

Project Syndicate
31 de marzo de 2022
NINA L. JRUSCHOVA

Al atacar a otro país europeo, Putin cruzó una línea que se trazó después de la Segunda Guerra Mundial y cambió el mundo. Pero también cambió a Rusia, de una autocracia funcional a una dictadura estaliniana, un país caracterizado por una represión violenta, una arbitrariedad inescrutable y una fuga masiva de cerebros.

khrushcheva150_ALEXEY NIKOLSKYSPUTNIKAFP vía Getty Images_putin

VIENA – Una sombría vieja broma soviética probablemente suene demasiado cierta para los ucranianos de hoy. Un francés dice: “Tomo el autobús para ir al trabajo, pero cuando viajo por Europa, uso mi Peugeot”. Un ruso responde: “Nosotros también tenemos un maravilloso sistema de transporte público, pero cuando vamos a Europa, usamos un tanque”.

Ese chiste surgió en 1956, cuando Nikita Khrushchev ordenó tanques en Budapest para aplastar la revolución húngara antisoviética, y reapareció en 1968, cuando Leonid Brezhnev envió tanques a Checoslovaquia para aplastar la Primavera de Praga. Pero en 1989, cuando Mikhail Gorbachev decidió no enviar tanques o tropas a Alemania para preservar el Muro de Berlín, la broma parecía destinada a convertirse en cosa del pasado. Sin embargo, si el presidente Vladimir Putin nos ha mostrado algo, es que no podemos creer el presente, y todo lo que importa para el futuro de Rusia es su pasado.

Para Putin, el pasado que más importa es el que exaltó el autor disidente y premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn: la época en que los pueblos eslavos estaban unidos dentro del reino cristiano ortodoxo de la Rus de Kiev. Kiev formó su corazón, convirtiendo a Ucrania en el centro de la visión paneslava de Putin.

Pero, para Putin, la guerra de Ucrania se trata de preservar a Rusia, no solo de expandirla. Como dejó en claro recientemente el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, los líderes de Rusia creen que su país está encerrado en una “batalla de vida o muerte para existir en el mapa geopolítico del mundo”. Esa visión del mundo refleja la obsesión de larga data de Putin con las obras de otros filósofos emigrantes rusos, como Ivan Ilyin y Nikolai Berdyaev, quienes describieron una lucha por el alma euroasiática (rusa) contra los atlantistas (Occidente) que la destruirían.

Sin embargo, Putin y sus neoeurasiáticos parecen creer que la clave de la victoria es crear el tipo de régimen que más detestaban esos filósofos antibolcheviques: uno dirigido por las fuerzas de seguridad. Un estado policial cumpliría la visión de otro de los héroes de Putin: el jefe de la KGB convertido en secretario general soviético Yuri Andropov.

Tanto en 1956 como en 1968, Andropov fue el principal defensor del envío de tanques. Creía que aplastar la oposición al gobierno soviético era esencial para prevenir la destrucción de la URSS a manos de la OTAN y la CIA. Es más o menos la misma lógica que se aplica hoy en Ucrania, si se le puede llamar lógica. Hoy, la batalla para “salvar a Rusia” parece ser poco más que el producto de la ferviente imaginación de un hombre.

Hay buenas razones para creer que ni siquiera los funcionarios rusos de más alto rango han tenido mucho que decir en la guerra de Ucrania. Lavrov ha presentado explicaciones y objetivos contradictorios. La directora del banco central de Rusia, Elvira Nabiullina, intentó renunciar poco después de la invasión, pero Putin se negó a permitírselo.

En cuanto al Servicio de Seguridad Federal de Rusia, parece que el Departamento de Información Operacional del FSB fue responsable de alimentar a Putin con la narrativa ucraniana que quería escuchar: los hermanos eslavos de Rusia estaban listos para ser liberados de los colaboradores nazis y los títeres occidentales que dirigían su gobierno. Probablemente nunca se les pasó por la cabeza que Putin ordenaría una invasión de Ucrania, un movimiento que claramente va en contra de los intereses de Rusia, basándose en esta información. Pero lo hizo y, según los informes, unos 1,000 miembros del personal perdieron sus trabajos por el fracaso de la operación.

Esas pérdidas de empleo se extienden más allá del FSB al ejército, que también parece haber sido mantenido en la oscuridad sobre si ocurriría una invasión, cuándo y por qué. El ministro de Defensa, Sergei Shoigu, el miembro con más años de servicio en el gobierno, ha desaparecido en gran medida de la vista del público, lo que generó especulaciones de que Putin pudo haber planeado la guerra con sus compañeros ex oficiales de la KGB, en lugar de con los altos mandos militares.

Independientemente de cómo haya comenzado, la guerra probablemente terminará de una de cuatro maneras. 

  1. Rusia podría tomar el control de parte o la totalidad de Ucrania, pero solo brevemente. La lucha de las fuerzas armadas rusas por hacerse con el control de las ciudades ucranianas y por mantener el control de la única ciudad importante que se ha apoderado sugiere claramente que no puede sostener una ocupación a largo plazo. Me viene a la mente la desastrosa guerra soviética en Afganistán, que aceleró el colapso de la URSS.
  2. En el segundo escenario, Ucrania accede a reconocer a Crimea, Donetsk y Lugansk como territorios rusos, lo que permite que la maquinaria de propaganda del Kremlin produzca historias de ucranianos “liberados”. Pero, incluso cuando el régimen de Putin reclamó la victoria, Rusia seguiría siendo un paria global, con su economía permanentemente marcada por las sanciones, abandonada por cientos de empresas globales y cada vez más desprovista de jóvenes.
  3. En el tercer escenario, un Putin cada vez más frustrado despliega armas nucleares tácticas en Ucrania. Como advirtió recientemente Dmitry Medvedev, ex presidente y vicepresidente del consejo de seguridad de Rusia, Rusia está preparada para atacar a un enemigo que solo ha utilizado armas convencionales. La propaganda del Kremlin seguramente presentaría esto como una victoria, probablemente citando el bombardeo estadounidense de Hiroshima y Nagasaki en 1945 como precedente del uso de armas nucleares para poner fin a una guerra, y como prueba de que cualquier crítica occidental era pura hipocresía.
  4. En el escenario final, el presidente estadounidense, Joe Biden, consigue su deseo: Putin es destituido del poder. Dado que Rusia no tiene tradición de golpes militares, esto es muy poco probable. Incluso si sucediera, el sistema que construyó Putin permanecería en su lugar, sostenido por la cohorte de ex colegas de la KGB y otros matones de seguridad (“siloviki”) que ha estado preparando durante dos décadas. Si bien el aventurerismo extranjero podría disminuir, los rusos permanecerían aislados y oprimidos. Después de todo, es posible que el FSB no creyera que se avecinaba la guerra, pero ha explotado con entusiasmo la “operación militar especial” de Putin como una oportunidad para implementar medidas restrictivas y afirmar el control total sobre la sociedad.

Al atacar a otro país europeo, Putin cruzó una línea trazada después de la Segunda Guerra Mundial y cambió el mundo. Pero también cambió a Rusia, de una autocracia funcional a una dictadura estaliniana, un país caracterizado por una represión violenta, una arbitrariedad inescrutable y una fuga masiva de cerebros. Si bien aún está por verse la suerte de Ucrania, Europa y el resto del mundo después de las paradas de tiro, el resultado para Rusia es demasiado obvio: un futuro tan oscuro como su pasado más oscuro. Lampadia

Nina L. JRUSCHOVA, profesora de asuntos internacionales en The New School




Castigo a los rusos

Castigo a los rusos

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

No recuerdo una ocasión en la que no haya estado de acuerdo con las apreciaciones de Axel Kaiser. Esta vez no coincido con él en su crítica a las instituciones de Europa y EEUU que están castigando a ciudadanos rusos en sus actividades culturales, deportivas y empresariales.

Kaiser considera que “esto no tiene otro propósito que el afán de pose moral, de señalar a otros que se está del lado ‘bueno’, aun cuando esto implique decisiones estúpidas como cancelar gatos o aberraciones como perseguir a inocentes solo por su nacionalidad”.

Yo considero que ante el crimen cometido por Putin y la cúpula de poder moscovita asesinado miles de ucranianos por su afán de poder, si occidente no quiere involucrarse en ampliar el conflicto y causar más muertes de ciudadanos inocentes, presionar a los ciudadanos rusos, especialmente a los que tienen ascendiente en su sociedad, deportistas, artistas y empresarios, para que se resistan a apoyar a Putin, y hasta que vean como lo retiran del poder, es una buena alternativa.

Es injusto, sí; pero es menos injusto que entrar al conflicto ampliando el espacio de la guerra. El mundo moderno debe hacer todo lo posible por parar la locura estaliniana de Putin.

La indecencia de los “justos”

Fundación para el Progreso – Chile
Axel Kaiser
Publicado en Diario Financiero
17.03.2022

Unos de los problemas más alarmantes que evidenció la pandemia fue la incapacidad de muchas personas de pensar e informarse por sí mismas. Enfrentadas a una campaña de pánico cuestionable desde el punto de vista científico, abrazaron cuarentenas totalmente contraproducentes –algo que hoy casi nadie discute- y, peor aún, se convirtieron en denunciantes de sus propios vecinos.

Mucho de todo lo que ocurrió tuvo que ver, por supuesto, con pose moral; esto es, con la pretensión de estar del lado del bien y de ser reconocido públicamente como uno de los ‘justos’. La cancelación de quienes disentían del relato apocalíptico -incluyendo a científicos de las mejores universidades del mundo- reflejó de cuerpo entero este Zeitgeist totalitario bajo el que vivimos.

Lamentablemente, la persecución que se ha hecho de personas de origen ruso totalmente inocentes de las decisiones que toma el dictador Vladimir Putin ha venido a confirmarlo. La asociación de ajedrez de Noruega, por ejemplo, canceló al maestro ruso Alexander Grischuk de sus competencias y otros ajedrecistas de ese país enfrentan similares prohibiciones de participación en eventos internacionales. La Metropolitan Opera of Nueva York ha dictaminado que cancelará a todos los artistas que hayan apoyado alguna vez a Putin, lo que sea que esto signifique. Lo mismo ha resuelto el Carnegie Hall, mientras la Royal Opera House en Londres ha cancelado una residencia planificada del Bolshoi Ballet.

Valery Gergiev, director de la orquesta de Munich, fue despedido bajo el argumento de ser amigo de Putin, pero no tuvieron problema en contratarlo sabiendo que lo era. La soprano Anna Netrebko, una de las figuras más aclamadas de la ópera actual, ha sido igualmente cancelada de varias funciones. La orquesta sinfónica de Montreal incluso suspendió conciertos del pianista prodigio de veinte años de edad Alexander Malofeev, a pesar de que este condenó la invasión a Ucrania. La Cardiff Philarmonic llegó al punto de retirar al músico ruso del siglo XIX Pyotr Tchaikovsky de su catálogo de eventos.

En otra área, el ministro de deportes de Reino Unido Nigel Huddleston ha afirmado que cancelará la participación de todos los tenistas rusos en el torneo de Wimbledon este año si estos no muestran ser contrarios a Putin. Como consecuencia, Daniil Medvedev, actual número uno del mundo, podría quedar fuera del torneo, no porque sea favorable a Putin, sino porque no quiere involucrarse en temas políticos. El nivel de la histeria anti rusa ha llegado a tal absurdo, que la Federación Internacional de Gatos canceló a los gatos rusos de sus shows.

Todo esto no tiene otro propósito que el afán de pose moral, de señalar a otros que se está del lado ‘bueno’, aun cuando esto implique decisiones estúpidas como cancelar gatos o aberraciones como perseguir a inocentes solo por su nacionalidad. Con toda razón Tyler Cowen ha llamado a este sentimiento anti ruso de moda un nuevo macartismo. Según Cowen, la situación llega a tal punto que cualquier ruso trabajando en los Estados Unidos hoy enfrenta considerablemente menos opciones de ser promovido en su carrera.

La pregunta obvia es si toda esta indecencia cometida con fines de autopromoción moral perjudica finalmente a Putin. Según profesor de Princeton, Simon Morrison, lo que ocurrirá es lo contrario, pues estos malos tratos solo confirman la tesis de Putin de que Occidente siempre ha abusado de Rusia y mirado a los rusos con desprecio. Lampadia




Hambruna roja en Ucrania

Hambruna roja en Ucrania

CONTROVERSIAS
Fernando Rospigliosi
Para Lampadia

La invasión rusa a Ucrania es un nuevo intento de un imperio, que se creía extinto, de incorporar por la fuerza a una nación que en oportunidades anteriores ha resistido, a un costo altísimo, a su disolución.

Luego que los bolcheviques asaltaron el poder en 1917, Ucrania tuvo un breve periodo en que se independizó. Pero en 1921 el ejército rojo la ocupó y fue convertida en una república soviética durante 70 años, hasta qué en 1991, cuando se disolvió la URSS pudo independizarse nuevamente. Hoy día está amenazada otra vez.

Un episodio de la historia de Ucrania, anexada como parte del imperio soviético, ha sido relatada por Anne Applebaum en “Hambruna roja: La guerra de Stalin contra Ucrania”.

A principios de la década de 1930 Stalin emprendió una campaña de colectivización forzosa del campo que fue resistida por los campesinos. La medida resultó en un desastre monumental en el que al menos 5 millones de personas murieron de hambre, de los cuales unos 4 millones eran ucranianos. Es decir, los habitantes de las tierras más fértiles de la Unión Soviética fueron los más perjudicados por la feroz política comunista de Stalin y sus secuaces.

Los ucranianos lo denominaron en ucraniano el “Holomodor”, de holod (hambre) y mor (exterminio).

No fue casualidad. Fue una política dirigida a doblegar a los ucranianos que, tres lustros después de la revolución, resistían todavía la imposición comunista.

Como precisa Applebaum:

“Mientras los campesinos morían de hambre en las zonas rurales, la policía secreta soviética arremetió contra la élite intelectual y política ucraniana. A medida que la hambruna se extendía, se lanzó una campaña de difamación y represión contra intelectuales, catedráticos, directores de museos, escritores, artistas, sacerdotes, teólogos, funcionarios y burócratas ucranianos.”

“La combinación de estas dos políticas—el Holodomor en el invierno y la primavera de 1933, y la represión de la clase intelectual y política ucranianas en los meses posteriores—dio lugar a la sovietización de Ucrania, la destrucción de su idea nacional y la castración de cualquier intento ucraniano de desafiar la unidad soviética.”

Y añade: “Raphael Lemkin, el jurista judeopolaco que acuñó el término “genocidio”, identificó la Ucrania de aquella época como el ejemplo clásico del concepto. ´Es un caso de genocidio; de destrucción no solo de individuos, sino también de una cultura y de una nación´.”

Y Applebaum termina, premonitoriamente, su libro advirtiendo: “El actual Gobierno ruso conoce de sobra esta historia. Al igual que en 1932, cuando Stalin le dijo a Kaganóvich que su mayor preocupación era ´perder´ Ucrania, el actual Gobierno ruso también cree que una Ucrania soberana, democrática, estable y unida al resto de Europa mediante vínculos culturales y comerciales supone una amenaza para los intereses de los líderes rusos. Al fin y al cabo, si Ucrania se vuelve demasiado europea—si consigue que parezca que se ha integrado con éxito a Occidente—, los rusos pueden preguntarse por qué no pueden hacerlo ellos.”

“El actual Gobierno de Rusia utiliza la desinformación, la corrupción y la fuerza militar para socavar la soberanía ucraniana como hicieron los gobiernos soviéticos tiempo atrás. Al igual que en 1932, las constantes menciones a la “guerra” y a los “enemigos” siguen resultando útiles para los líderes rusos, que no pueden explicar el estancamiento del nivel de vida ni justificar sus privilegios, su riqueza y su poder.” Lampadia




Una guerra criminal

Una guerra criminal

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

La humanidad asiste incrédula a una guerra criminal desatada por el fanatismo y ambición de un hombre perverso que ha tomado el poder absoluto de Rusia. Ahora él y su camarilla estaliniana pretenden extender sus dominios sin que importen los inmensos costos humanos que están infringiendo.

Este no es un tema de política, ni de ideología, ni de simpatías o antipatías. Este es un tema de humanismo. Nada puede justificar las masacres que se hacen en nombre de toda Rusia.

En Lampadia esperamos que la reacción de los propios rusos ponga fin a este régimen autocrático y asesino, un régimen que ya fue acusado de asesinar a los opositores políticos de Putin. Un personaje que se ha hecho del poder enriqueciendo a sus amigos y destruyendo la economía de quienes no lo apoyaban, como ya hemos reportado en Lampadia.

Felizmente, la reacción de los ucranianos, comandados por su valeroso presidente, Volodymyr Zelensky, está mostrando al mundo la consecuencia, el valor y el compromiso nacional de un pueblo al que se quiere someter al terror de la nueva Rusia zarista.

Ver las notas que hemos publicado sobre la invasión de Ucrania:

Líneas abajo compartimos el artículo de The Economist que plantea la necesidad de enfrentar a Putin en todos los frentes.

La invasión de Ucrania

Mientras Putin intensifica su guerra, el mundo debe enfrentarlo

Murmurando amenazas nucleares, el presidente de Rusia amenaza prevalecer en Ucrania cueste lo que cueste

The Economist
5 de marzo de 2022

Maravillados con el heroísmo y la resistencia de Ucrania. En los primeros días de la guerra, el poderío acorazado de Vladimir Putin se encogió ante el coraje de la nación a la que había atacado. Frente a la invasión de Putin, el pueblo ucraniano ha descubierto que está dispuesto a morir por la idea de que debe elegir su propio destino. Para un dictador cínico eso debe ser incomprensible. Para el resto de la humanidad es una inspiración.

Ojalá la valentía de esta semana fuera suficiente para poner fin a la lucha. Por desgracia, el presidente de Rusia no se retirará tan fácilmente. Desde el principio, Putin ha dejado en claro que esta es una guerra de escalada, una palabra higiénica para una realidad sucia y potencialmente catastrófica. En su forma más brutal, la escalada significa que, haga lo que haga el mundo, Putin amenaza con ser incluso más violento y destructivo, gruñe, si eso significa recurrir a un arma nuclear. Y entonces insiste en que el mundo retroceda mientras él afila su cuchillo y se dedica a su matanza.

Tal retirada no debe ocurrir. No solo porque abandonar a Ucrania a su suerte sería un error, sino también porque Putin no se detendrá ahí. La escalada es un narcótico. Si Putin prevalece hoy, su próximo arreglo será en Georgia, Moldavia o los estados bálticos. No se detendrá hasta que sea detenido.

La escalada está en el corazón de esta guerra porque es la forma en que Putin intenta convertir la derrota en victoria. La primera ola de su invasión resultó tan podrida como la camarilla que la planeó, al igual que sus esfuerzos anteriores para sobornar a Ucrania. Putin parece haber creído su propia propaganda de que el territorio que ha invadido no es un país real. El asalto inicial, que condujo a ataques fallidos de helicópteros y redadas de unidades con armas ligeras, fue concebido para un adversario que implosionaría. En cambio, los espíritus ucranianos han florecido bajo fuego. El presidente, Volodymyr Zelensky, se ha transformado en un líder de guerra que encarna la valentía y el desafío de su pueblo.

El optimismo del belicista volvió perezoso a Putin. Estaba tan seguro de que Ucrania caería rápidamente que no preparó a su gente para ello. A algunas tropas se les ha dicho que están en ejercicios o que serán bienvenidas como libertadoras. Los ciudadanos no están preparados para un conflicto fratricida con sus compañeros eslavos. Habiéndosele asegurado que no habría guerra, gran parte de la élite se siente humillada. Están horrorizados por la imprudencia de Putin.

Y el presidente de Rusia creía que el decadente Occidente siempre lo acomodaría. De hecho, el ejemplo de Ucrania ha inspirado marchas por las capitales de Europa. Los gobiernos occidentales, habiendo escuchado, han impuesto severas sanciones. Alemania, que hace solo una semana se limitó a enviar algo más letal que cascos, está enviando armas antitanques y antiaéreas, anulando décadas de política basada en domesticar a Rusia comprometiéndose con ella.

Frente a estos reveses, Putin está escalando. 

  • En Ucrania se está moviendo para sitiar las principales ciudades y llamando a su armadura pesada para matar sin sentido a sus habitantes civiles, un crimen de guerra. 
  • En casa, está sometiendo a los rusos al redoblar sus mentiras y sometiendo a su pueblo al terror de Estado más duro desde Stalin. 
  • Hacia Occidente está emitiendo amenazas de guerra nuclear.

El mundo debe enfrentarse a él y, para ser creíble, debe demostrar que está dispuesto a desangrar a su régimen de los recursos que le permiten hacer la guerra y abusar de su propio pueblo, incluso si eso impone costos a las economías occidentales. Las sanciones ideadas después de que Putin anexó Crimea en 2014 estaban plagadas de lagunas y compromisos. En lugar de disuadirse, el Kremlin concluyó que podía actuar con impunidad. Por el contrario, las últimas sanciones, impuestas el 28 de febrero, han arruinado el rublo y prometen paralizar el sistema financiero de Rusia. Son efectivos porque son destructivos.

El peligro de la escalada es que esto puede convertirse fácilmente en una prueba de quién está más dispuesto y es más capaz de llegar a los extremos. Las guerras recientes han sido asimétricas. Al-Qaeda y el Estado Islámico cometerían cualquier atrocidad, pero su poder era limitado. Estados Unidos podría destruir el planeta, pero contra enemigos como los talibanes en Afganistán, nadie imaginó que estuviera dispuesto. La invasión de Ucrania es diferente, porque Putin puede cargar hasta Armagedón y quiere que el mundo crea que está listo para hacerlo.

La idea de que Putin use un arma nuclear en el campo de batalla seguramente es poco probable, pero no imposible. Después de todo, acaba de invadir a su vecino. Y así el mundo debe disuadirlo.

Algunos dirán que no tiene sentido salvar a Ucrania solo para desencadenar una espiral que puede destruir la civilización. Pero esa es una elección falsa. Putin dice que quiere expulsar a la OTAN de los países del antiguo Pacto de Varsovia y a Estados Unidos de Europa. Si la escalada le sirve, la próxima confrontación será aún más peligrosa porque estará menos dispuesto a creer que, por una vez, Occidente se mantendrá firme.

Otros pueden concluir que Putin está loco y que la disuasión no tiene remedio. Es cierto que sus objetivos son abominables, al igual que sus medios para lograrlos. Tampoco se preocupa por los verdaderos intereses de Rusia. Pero, no obstante, tiene una comprensión del poder y cómo mantenerlo. Sin duda, está atento al lenguaje de las amenazas.

Por el contrario, otros querrán evitar la escalada, diciendo que se debe detener a Putin antes de que sea demasiado tarde. A medida que emergen imágenes de sufrimiento de las ruinas de las ciudades de Ucrania, aumentan los llamamientos para que la OTAN haga algo, como crear una zona de exclusión aérea. Sin embargo, hacer cumplir uno requiere derribar aviones rusos y destruir las defensas aéreas rusas. En cambio, la OTAN debe mantener una línea clara entre atacar a Rusia y respaldar a Ucrania, sin dejar ninguna duda de que defenderá a sus miembros. Ese es el mejor freno a la escalada.

Entonces, ¿qué puede hacer para disuadir a Putin sin provocar la devastación? Solo Zelensky y su gente pueden decidir cuánto tiempo luchar. Pero si Putin provoca un baño de sangre, Occidente puede apretar las tuercas. Un embargo de petróleo y gas arruinaría aún más la economía de Rusia. Los patrocinadores de Ucrania pueden enviar más y mejores armas y la OTAN puede desplegar más tropas en sus estados de primera línea.

La diplomacia también importa. En las conversaciones de paz en Bielorrusia esta semana, Rusia todavía hizo demandas escandalosas, pero las negociaciones deberían continuar porque podrían ayudar a evitar una guerra de desgaste. La Unión Europea ha hecho bien en abrir los brazos a los refugiados ucranianos, que ya superan el 1 millón. Un refugio puede fortalecer la mano de los negociadores ucranianos, al igual que un camino hacia la membresía en la UE. China e India se han negado hasta ahora a condenar a Putin. A medida que se intensifica, pueden alarmarse lo suficiente como para estar dispuestos a tratar de disuadirlo.

Y hay trabajo que hacer en Rusia. Los comandantes militares deben saber que serán procesados ​​por crímenes de guerra utilizando las pruebas generadas por innumerables teléfonos inteligentes. Lo mismo debería hacer el séquito de Putin. Sus ejecutores firmaron para llenarse los bolsillos en una cleptocracia, no por un boleto a La Haya. Occidente puede asegurarles discretamente que, si destituyen al presidente de Rusia, Rusia tendrá un nuevo comienzo. Por nauseabundo que sea, Occidente debería darle a Putin una ruta hacia el retiro y la oscuridad, al igual que debería dar asilo a quienes huyen de su terror.

Un golpe palaciego puede llegar a parecer más plausible a medida que se asiente el horror de lo que Putin ha hecho. La economía se enfrenta al desastre. Las bajas militares rusas están aumentando. Los parientes ucranianos de los rusos están siendo masacrados en un conflicto desatado para satisfacer a un solo hombre. Incluso ahora, los valientes rusos están tomando las calles para protestar contra un crimen que mancha a su país. En un sentido profundo, la guerra innecesaria de Putin es una que ni él ni Rusia pueden ganar. Lampadia 




Putin agrede al mundo

Putin agrede al mundo

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

Tal como había advertido, Putin, el nuevo zar ruso de modales estalinianos, pasa a la ofensiva para tomar el control de otra parte de Ucrania.

Ya en el 2014, Rusia tomó el control de Crimea, una muy importante provincia ucraniana. Ahora Putin organiza un supuesto pedido de otras dos provincias ucranianas Donetsk y Luhansk para asociarse a Rusia, reconociéndolas primero y luego ordenando que sus ejércitos las ocupen.

La geopolítica rusa se hace a la mala, imponiendo sus planes a la fuerza. Algo que hoy es posible por la debilidad de EEUU con Biden y de Europa, que cometió el error de apostar buena parte de su suministro energético desde Rusia.

Ahora vamos a entrar al baile de las sanciones, muchas inútiles, y a un debilitamiento de los espacios de paz en el mundo. Además, subsiste la amenaza de China sobre Taiwán.

Se vienen tiempos en que los procesos se basan en los hechos consumados. Una lástima para el mundo y nuestra región, donde los partidos de izquierda extremista, usan esos mismos métodos de ‘persuasión’.

En Lampadia rechazamos la prepotencia de Putin contra la paz y las afrentas políticas contra los cánones de la democracia.

Ver en Lampadia: A pesar de la obsesión de PutinEl riesgo de ‘no pasa nada’.

Leamos el último artículo de The Economist al respecto:

Vladimir Putin ordena ingreso de tropas a dos “repúblicas” separatistas en Ucrania

La medida hace que la diplomacia sea mucho más difícil y aumenta las posibilidades de guerra.

The Economist
21 de febrero de 2022

EN UN MOVIMIENTO que pareció llevar a Europa al borde de la guerra, Vladimir Putin, presidente de Rusia, reconoció oficialmente las “repúblicas populares” separatistas de Donetsk y Luhansk en el este de Ucrania, y dijo que desplegaría tropas rusas en ellas. En un largo y amenazador discurso cuestionó la legitimidad de la independencia de Ucrania y acusó a la OTAN de utilizarla como base para amenazar a Rusia. El discurso, lleno de ira y resentimiento, sentó las bases ideológicas para futuras acciones militares, si Putin decide hacerlo.

Anteriormente, Putin había organizado un extraño espectáculo televisado para despejar el camino hacia el reconocimiento de las repúblicas. La decisión de transmitir una reunión ampliada del consejo de seguridad nacional de Rusia no tiene precedentes. Los intercambios con los miembros del consejo fueron igualmente extraordinarios. Desde su posición en una silla blanca, Putin pidió a sus secuaces, uno por uno, que dijeran lo que pensaban. Ayudó a quienes tenían dificultades para maquillarlos. “Hable claramente”, regañó al jefe de inteligencia extranjera, Sergei Naryshkin, quien en un momento pareció dar un paso en falso. “¿Lo apoyarías, o lo apoyas?” Putin enfatizó que no había consultado con sus ayudantes de antemano y que solo había un tomador de decisiones en el país.

Los rostros de dolor de algunos en la sala sugerían que no todos estaban contentos con la dirección del viaje. Sin embargo, aceptaron por unanimidad lo que, uno debe suponer, sabían que el presidente quería escuchar: una línea que, en el mejor de los casos, anularía un conjunto de acuerdos de siete años destinados a lograr la paz en la región de Donbas y, en el peor de los casos, desencadenaría una espiral de sanciones y guerra. Diez de los oradores instaron a Putin a reconocer de inmediato a las repúblicas separatistas. Solo tres sugirieron darle una última oportunidad a la diplomacia. El reconocimiento completo sugeriría reclamos territoriales en áreas actualmente controladas por Kiev, ya que las escisiones reclaman la totalidad del Donbas, y eso a su vez podría prefigurar una nueva gran intervención militar.

Después de la reunión de dos horas, Putin prosiguió con un incoherente discurso a la nación en el que expresó su creencia de que Ucrania no es más que una creación de Rusia, que Ucrania está planeando una “blitz krieg” contra Donetsk y Lugansk, que la OTAN ha engañado sistemáticamente a los rusos y que la propia Rusia está amenazada por los misiles de la OTAN que, afirmó, han sido trasladados a sus fronteras. Al final, se dirigió a otro escritorio y firmó tratados de “amistad, cooperación y asistencia mutua” con cada uno de los dos estados. El secretario general de la OTAN rápidamente condenó la medida por socavar la soberanía de Ucrania y describió a Rusia como buscando un pretexto para invadir Ucrania.

Al denunciar la “flagrante violación de los compromisos internacionales de Rusia”, la Casa Blanca anunció un conjunto de sanciones iniciales, entre ellas la prohibición de la inversión, el comercio y el financiamiento estadounidense de los estados separatistas, y la autoridad para imponer sanciones a cualquiera que opere en esas áreas de Ucrania. Se esperaban más medidas el 22 de febrero. Estas no son todavía las “ consecuencias masivas ” que Estados Unidos había prometido si Rusia lanzaba otra invasión. Un alto funcionario de la Casa Blanca señaló que el despliegue de tropas rusas en los enclaves simplemente pone de manifiesto lo que ha sido una presencia apenas velada desde 2014. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia convocaron una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU para discutir la crisis.

Los alarmantes hechos se sucedieron a unos días en los que la temperatura retórica se ha elevado notablemente. “Por ahora, la palabra… es guerra”, gritó el principal programa de noticias de Rusia, que hace solo unas semanas se burlaba del histrionismo occidental sobre una amenaza inexistente para Ucrania. El mundo puede estar adivinando la escala y el momento de una posible incursión militar rusa en Ucrania, pero ya ha comenzado una forma de ofensiva y la desinformación está causando estragos en las ondas de radio de Rusia.

La primera salva de esa campaña se disparó el 18 de febrero con una explosión en un estacionamiento frente a la sede de la autoproclamada república de Donetsk. El coche bomba, supuestamente obra de saboteadores ucranianos, fue seguido rápidamente por llamadas televisadas de los pseudogobiernos de Donetsk y Lugansk a mujeres, niños y ancianos para que evacuaran. Los metadatos de los videos, torpemente, mostraban que habían sido grabados dos días antes del bombardeo. Las mentiras descaradas no deberían sorprender: la propaganda televisiva de Rusia no es sutil.

En los últimos días, a los televidentes tanto en Rusia como dentro de las áreas separatistas se les ha informado sobre grupos de saboteadores que intentan volar infraestructura crítica en Donbas e intentan acceder a una planta química que produce cloro. Se les habló de los proyectiles ucranianos que caían en la propia Rusia y de los soldados ucranianos que cruzaban la frontera. Vieron fotos de mujeres y niños llorando que huían del “genocidio”, una afirmación que Olaf Scholz, el canciller alemán, descartó como “ridícula” luego de su reunión con Vladimir Putin el 15 de febrero.

Pero el consejo de seguridad nacional de Putin se alegró de retomar la narrativa y construir el caso para la guerra. Sergei Lavrov, el ministro de Relaciones Exteriores, llamó nazis a los líderes ucranianos y dijo que tenían la intención de atacar a “los eslavos y todo lo ruso”. Sergei Shoigu, el ministro de Defensa, dijo que Ucrania tenía mucho armamento de la OTAN, había perdido el control de las bandas nacionalistas e incluso podía fabricar una bomba sucia. Valentina Matviyenko, presidenta de la cámara alta y la única mujer en el consejo, dijo que los últimos siete años de la historia de Ucrania han sido un genocidio contra los rusos. Nikolai Patrushev, el presidente del consejo, lanzó acusaciones aún más amplias. Estados Unidos ha organizado el conflicto en Ucrania para debilitar a Rusia, dijo. El objetivo era desmantelar la Federación Rusa, nada menos.

Durante muchas semanas, el Kremlin se ha abstenido de presentar un argumento claro para justificar la guerra. Pero la ofensiva propagandística ahora parece estar a toda marcha, con reclamos de genocidio y agresión de la OTAN combinados en un solo llamado a la acción: es mejor, dice la retórica rusa, tratar con Ucrania ahora que esperar hasta que sea demasiado tarde. En su discurso de reconocimiento a los pequeños estados títeres, Putin llamó a Ucrania a “dejar de luchar”. Si no lo hiciera, dijo, sus líderes asumirían “toda la responsabilidad” de lo que venga después. La mayor parte de lo que dijo Putin eran tonterías, pero la insinuación de que pronto sucederá algo terrible puede no serlo.




Ucrania – Rusia

Ucrania – Rusia

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

Líneas abajo publicamos el artículo del ecuatoriano Jaime Durán Barba sobre el conflicto de Rusia con Ucrania, que ya involucra a EEUU y a los países europeos de la OTAN, amenazando con una situación de guerra que puede traer un proceso difícil de prever y controlar.

Publicamos el artículo con la autorización expresa de Durán, gestionada por el embajador Ponce Vivanco.

Eduardo Ponce Vivanco (embajador del Perú):

Este es un excelente artículo de mi amigo Jaime Durán Barba.  El ecuatoriano creador de Informe Confidencial (tipo IPSOS) quien  tuvo el valor de encuestar las preguntas que elaboré cuando fui Embajador en Quito.   El resultado anticipó -en 1994 – que sus compatriotas aceptarían la paz con Perú en base al Protocolo de Río de Janeiro.

Cuatro años después fue el principal asesor político de Jamil Mahuad, decisivo para el logro de la paz de 1998.

Después se fue a la Argentina, donde también fue decisivo para la victoria de Macri y, luego, uno de sus principales asesores políticos.

Vive en Buenos Aires y mantiene el Informe Confidencial en Ecuador con su socio Santiago Nieto. Jaime es un hombre brillante.

Tengo su autorización para que su artículo sobre Ucrania-Rusia se publique en Lampadia, que le pedí expresamente.

El calvario de Ucrania

Jaime Duran Barba
Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.
Perfil.com – Argentina
29-01-2022

¿Es posible que estalle una guerra en gran escala? Desde el análisis racional sería absurdo. Los costos para Rusia serían brutales, su economía no puede afrontarlos. Europa es un continente pequeño con una diversidad cultural en el que la guerra tendría costos incalculables. Occidente ha evolucionado y los pacifistas ya no son la minoría que pudo ser perseguida el siglo pasado. Pero los seres humanos no somos racionales.

Con frecuencia se analiza la política como si los seres humanos no interesaran demasiado. Algunos explican el conflicto entre Rusia y Ucrania solo a partir de variables abstractas, como el control del gasoducto, intereses económicos o la lógica internacional, pero somos humanos y lo que hacemos se explica más por una mezcla de elementos culturales, creencias, experiencias históricas, y la psicología de los líderes. 

No se puede comprender el problema de Ucrania sin conocer una historia en la que se han acumulado mitos, sentimientos y temores entre pueblos que, siendo parecidos, han sumado conflictos desde hace más de mil años. 

En el siglo VII los jázaros fundaron un país en el Cáucaso, adoptaron la religión judía y sometieron a los pueblos eslavos del sur. Dos siglos después varegos suecos destruyeron este reino, unificaron bajo su liderazgo a las tribus eslavas y fundaron el Rus de Kiev, gobernado por la dinastía rúrika, que reinó en las Rusias hasta el tiempo del zar Iván el Terrible. El país que fundaron los vikingos conectaba el golfo de Finlandia con el mar Negro. 

Los cristianos de la época creían que Dios había creado la Tierra dividiéndola con una cruz de agua cuyo componente vertical venía del Báltico por el Dniéper y continuaba por el Nilo, y el horizontal salía del estrecho de Gibraltar, seguía por el mar Negro y por otros mares que llegaban hasta el Pacífico.

El Rus de Kiev fue la Rusia original, que se dividió en tres países con cultura e idioma semejantes: Ucrania, Rusia y Bielorrusia. 

Rusia tuvo siempre un problema de acceso al mar que la llevó a mantener conflictos con Finlandia y los estados bálticos. Entre ellos fundó San Petersburgo, puerto que no puede trabajar todo el año porque se congela el mar.

En 1475 los otomanos, aliados a tártaros musulmanes, tomaron la península de Crimea en el mar Negro y la controlaron hasta 1783, cuando fue anexada a Rusia, que en 1864 se enfrentó a británicos, franceses y otomanos para mantener su control. Crimea fue por muchos años una provincia rusa habitada por tártaros, y se incorporó en esa calidad a la Unión Soviética en 1921.  

En la URSS, después de un breve período revolucionario dirigido por Lenin, se instaló un régimen dirigido por Stalin, un georgiano que pretendió colonizar con rusos varios países que conformaban la Unión Soviética. Esa es la raíz del actual conflicto. 

Stalin implementó en 1928 el primer plan quinquenal para desarrollar la industria pesada soviética, tratando de cambiar el modelo económico de un país que vivía de la agricultura. Para eso, lanzó un proceso de reforma agraria, que expropió la tierra de los campesinos para formar granjas colectivas, provocando un rechazo masivo de los habitantes del campo, que se negaron a enviar alimentos a las ciudades. El resultado fue una masacre en la que murieron 12 millones de soviéticos. 

Los horrores del plan quinquenal fueron más brutales en Ucrania, donde alrededor de 3 millones de habitantes murieron de hambre entre 1932 y 1933. En su idioma, crearon la palabra “holodomor” para referirse a la muerte por hambre generalizada en este período, que atribuyeron a los rusos. 

Pestes como el tifus se extendieron por el país causando una enorme mortandad, pero los rusos impidieron que los médicos enfrentaran el problema. Se han documentado casos de infanticidio, canibalismo, y la existencia de un mercado negro de carne humana. 

Stalin quiso exterminar la cultura ucraniana. Prohibió el uso de su idioma, sus publicaciones, y ejecutó a más de 600 mil maestros, intelectuales y ciudadanos que lo cultivaban.

La propaganda soviética impidió que se conociera esto durante muchos años, y los propios ucranianos no pudieron hablar del tema abiertamente hasta la disolución de la URSS. No se debía criticar a la revolución.

La política excluyente de Stalin cobró más fuerza después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el Ejército Rojo liberó Alemania de los nazis, en Königsberg, capital de Prusia Oriental, 2.5 millones de alemanes fueron expulsados para poblar la zona con rusos y fundar Kaliningrado. Esta provincia rusa, situada al suroeste de Polonia y Lituania, desvinculada del territorio ruso, se transformó en sede de una de las principales bases navales soviéticas, y cuando se disolvió la URSS permaneció como provincia de Rusia.

En Crimea, Stalin acusó a los tártaros de colaborar con los nazis y los deportó masivamente a Uzbekistán, en una limpieza étnica conocida como Sürgünlik. Como en otros sitios, la aniquilación de los tártaros sirvió para colonizar la península.  Los habitantes quedaron distribuidos de la siguiente forma: rusos 59%, ucranianos 24%, tártaros 12%.

Muerto Stalin, asumió el poder Nikita Jrushchov, que había nacido en una aldea fronteriza entre Rusia y Ucrania. Al momento de asumir el poder de la URSS era la máxima autoridad de Ucrania. En el XX Congreso del Partido Comunista, el nuevo secretario general denunció las atrocidades del estalinismo y fomentó una política de reconciliación entre Rusia y Ucrania. 

En un gesto de amistad, transfirió la península de Crimea a Ucrania, a pesar de que tenía una mayoría rusa. Fue un acto simbólico: existía una URSS férreamente unida, que parecía avanzar sobre el mundo, incluso instalando misiles en Cuba. 

En 1990 aconteció lo inconcebible: se disolvió la URSS y el tablero internacional se volvió caótico. Algunos países como Polonia, Hungría, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania y otros, amenazados u ocupados por los rusos, se apresuraron a ingresar en la OTAN. Quedaron conflictos por todos lados, porque la rusificación de Stalin introdujo contingentes de rusos en países que se volvieron independientes. En Kaliningrado no hubo problemas porque no dejaron prácticamente ningún alemán, en Crimea los rusos eran una clara mayoría, pero en otros países constituían minorías que reclamaban la independencia o volver a Rusia.

Era obvio que también Ucrania, cuando se proclamó república soberana en 1990, después de todo lo vivido, buscara la protección de la alianza atlántica.  

Pero el reordenamiento territorial no era fácil. Crimea está poblada por una mayoría de rusos, y es la principal base militar rusa en el mar Negro. Cuando su pertenencia a Ucrania era un juego simbólico no importaba, pero al convertirse en algo real era inadmisible para Rusia. En 2014 grupos pro rusos, tomaron Crimea y convocaron a un plebiscito en el que, como era de esperarse, se aprobó su adhesión a Rusia por el 97% de los votos.

En ese mismo año en el este y el sur de Ucrania se proclamaron las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk que reclamaron integrarse a Rusia. Son en realidad regiones habitadas por rusos que llegaron en el tiempo de la URSS. No son ucranianos, no se sienten tales, están en la frontera con Rusia, cuentan con su apoyo militar. Son rusos que quieren pertenecer a Rusia.

A lo largo de la historia, Ucrania no estuvo tan ligada a Rusia como Bielorrusia. Tuvo vínculos importantes con Polonia y Lituania, tiene una Constitución democrática, celebra elecciones periódicas. En contraste, Rusia es el país totalitario de siempre. Vladimir Putin es un ex jefe de la KGB que provocó una sospechosa masacre en Chechenia para afirmarse en el poder, no respeta las instituciones, manda a asesinar a sus opositores incluso fuera del territorio ruso. Es otro Stalin, cuya memoria detestan los ucranianos y veneran los rusos.  

Es natural que Ucrania quiera pertenecer a la OTAN para protegerse del peligro ruso. También lo es que los rusos que viven en Donetsk y Lugansk no quieran pertenecer a Ucrania, un país al que rechazan, aunque vivan legalmente en su territorio. Desde 2014 organizaron milicias, apoyadas y también integradas de manera clandestina por tropas rusas, inicialmente para apoderarse de edificios policiales, gubernamentales y de comisarías, y después para lanzar una guerra de independencia de Ucrania.

Putin ha dicho que los rusos, por razones históricas y culturales, sienten que Ucrania es parte de Rusia y quieren anexarla a su país. Para ellos sería inadmisible que se instalen los misiles de la OTAN tan cerca de Moscú, como fue absurda, en su momento, la instalación de los cohetes soviéticos en la Cuba de 1962.

En julio de 2007 el gobierno ruso anticipó que, si Estados Unidos desplegaba un escudo antimisiles en Polonia, Rusia instalaría armas nucleares en Kaliningrado, o sea en el territorio alemán ocupado. 

En el tablero internacional hay líderes y gobiernos totalitarios que admiran a Putin, quisieran que Rusia ocupara Ucrania. Los chinos verían en esa invasión, si es exitosa, un antecedente interesante para tomar por la fuerza Taiwán, al que sienten parte de China, aunque los taiwaneses no comparten esa sensación. Los ayatolás de Irán, que esperan matar en cualquier momento a los judíos y cristianos de todo el mundo, tienen también una simpatía táctica con este zar de corbata. Pasa lo mismo con líderes del Tercer Mundo, como Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela, Cristina Fernández en Argentina y los coroneles de Burkina Faso. Les encantaría tratar a sus adversarios con las recetas de Putin.

¿Es posible que estalle una guerra en gran escala? Desde el análisis racional sería absurdo. Los costos para Rusia serían brutales, su economía no puede afrontarlos. Europa es un continente pequeño con una diversidad cultural en el que la guerra tendría costos incalculables. Occidente ha evolucionado y los pacifistas ya no son la minoría que pudo ser perseguida el siglo pasado.

Pero los seres humanos no somos racionales. Cuando se estudia la Primera Guerra Mundial está claro que aconteció porque nadie la creía posible y como resultado de muchas equivocaciones y tonterías que condujeron a la tragedia. Lo prueba también la disparatada invasión a Irak, solo explicable por el libro de David Owen, The Hubris Syndrome: Bush, Blair and the Intoxication of Power. Lampadia