Por: Vladimir Flores
El Comercio, 6 de mayo de 2021
Decir que Iván Duque no es competente para desempeñar el cargo para el cual fue elegido hace tres años es llover sobre mojado. Con su manera de conducir los destinos de la Nación se ha ido confirmando que su dilatada trayectoria como burócrata de rango medio en el BID y su paso fugaz por el Congreso como senador no le iban a alcanzar para administrar los complejos problemas de este país.
Si a alguien le quedaba alguna duda de las limitaciones del actual mandatario, es probable que la observación y el análisis de los acontecimientos de la última semana –aun antes del inicio de los paros y las manifestaciones– le ayuden a despejar cualquier duda. Para decirlo en términos coloquiales, a Duque la vaina se le salió de las manos y en este momento nos encontramos en medio de una grave crisis política, económica, social, sanitaria y de seguridad, que ha derivado en una severa debilidad institucional. A pesar de que hay un presidente y un gabinete ministerial, lo cierto es que llevamos ya varios días invadidos por una sensación muy desagradable, entre la incertidumbre y la desesperanza.
Y el problema no lo causó la reforma tributaria; en este punto no podemos llamarnos a engaños. Ese frustrado proyecto de ley solo sirvió para exacerbar aún más los ánimos ya de por sí caldeados de una ciudadanía hastiada de que el Gobierno no les ofrezca solución a sus problemas reales; fastidiada con la indiferencia de un mandatario conectado a las pantallas, pero desenchufado de la realidad. El regreso de las manifestaciones callejeras es la continuación de las protestas iniciadas en noviembre de 2019 por muchos que han visto que sus reclamos nunca fueron atendidos.
Si los momentos cruciales, como el actual, son los que definen el carácter de un dirigente, es evidente que Duque no da la talla. De hecho, la estrepitosa caída de la reforma tributaria es apenas un botón de muestra de su ineptitud. “Sacarla adelante requería de un enorme esfuerzo didáctico, altas dotes negociadoras y acertar con el momento adecuado. No ha sido el caso”, decía el lunes el editorial del periódico El País de Madrid. Y razón no le falta al autor, pues lo único que hemos visto es un señor ‘paniquiado’, inmóvil como una estatua, mientras en las calles –al mejor estilo del régimen represivo de Venezuela– se multiplican los atropellos cometidos por la policía contra la población civil, tal y como lo han denunciado diferentes organizaciones de derechos humanos, empezando por Naciones Unidas.
Pero más allá de la discusión acerca de una necesaria reforma tributaria, en su recta final a este gobierno le quedan numerosas asignaturas pendientes, porque lo grave, como bien se agrega en la mencionada nota del diario español, es que “los problemas que la reforma pretendía paliar siguen ahí y no harán más que acrecentarse si no se toman medidas”.
Por lo tanto, Duque no se puede dar el lujo de repetir el error de 2019, cuando convocó una conversación nacional que en realidad fue una maniobra de dilación. No se trata de que se siente a dialogar con sus comités de aplausos ni con los que buscan cuotas burocráticas ni con los que quieren pescar en río revuelto, mientras le echan el ojo al 2022. No.
Ahora lo que se requiere es un llamado incluyente, inmediato y proactivo, para hablar sin vetos, prejuicios ni líneas rojas, de los retos que afrontamos como sociedad, empezando por la situación de los colombianos más vulnerables. Es una cita que no da espera.
Para esto no se necesita ser un estadista. Con saber oír es más que suficiente.
-Glosado y editado –