Vidal Pino Zambrano
Desde Cusco
Para Lampadia
Y si seguimos creyendo en salvadores mágicos
—vengan en tanques, en sotanas o en trajes ceremoniales—
no estamos refundando el país. Estamos repitiendo el ritual.
Agua pasada no mueve molinos.
Una izquierda que quiere resucitar viejos dioses o disfrazarlos
Es lamentable que un sector de la izquierda proponga como candidato al señor Alanoca únicamente por el hecho de hablar una lengua originaria. Ciertamente, esta es una virtud poco común en el Perú contemporáneo. Sin embargo, el país necesita hoy un político con trayectoria y un equipo técnico capaz de conducirlo por la compleja senda del desarrollo. No se trata de desacreditar a un candidato por sus raíces originarias, sino de advertir sobre el intento —posiblemente deliberado— de manipular el pasado o la ancestralidad como herramienta de control del presente y, peor aún, como visión distorsionada del futuro.
También resulta peligroso reivindicar el pasado con el objetivo de legitimar formas autoritarias. Jorge Basadre diagnosticó un mal endémico del Perú: la combinación entre pasadismo y autoritarismo bajo nuevas máscaras, la persistencia del caudillismo envuelto en ropajes regeneradores y la función anestésica del populismo.
Más de un siglo después, sus palabras resuenan con punzante ironía frente al surgimiento de un nuevo candidato presidencial: un profesor universitario aimara que, entre cantos a la Pachamama y promesas de refundación, anuncia la llegada de una nueva era… tan nueva como reciclada.
Lo advirtió también Albert Einstein: “Aferrarse al pasado es solo una ilusión obstinadamente persistente”.
Y, en otra clave, Oscar Wilde escribió: “El único encanto del pasado consiste en que es, precisamente, pasado”.
- La crítica estructural… que ya hemos escuchado
El señor Alanoca afirma, con tono solemne, que el Perú “nació corrupto”. Una revelación digna de notaría histórica, si no fuera porque ya la proclamaban González Prada, Mariátegui, Haya de la Torre y hasta los escolares en clase de Historia. La diferencia está en el tono: lo que antes se decía para agitar conciencias, ahora se repite como fórmula para obtener aplausos fáciles o cosechar “likes”.
La denuncia de la “democracia fachada” parece más una coartada para justificar la demolición de las instituciones que un compromiso auténtico con su perfeccionamiento. El ser humano es un ser imperfecto, con virtudes y defectos, y el candidato pretende adquirir una superioridad moral, casi divina, por el solo hecho de mencionarlo… o por hablar aimara.
Es imprescindible que el país redoble esfuerzos en la lucha contra la corrupción, tarea que debe ser permanente y multisectorial. Pero si se plantea combatirla desde una perspectiva identitaria que sitúa a los pueblos originarios como los “puros” y a los demás como los “corruptos”, no solo se incurre en un reduccionismo peligroso, sino que se legitima, paradójicamente, una forma de exclusión.
González Prada escribió: “En el Perú, donde se pone el dedo, salta la pus”. El mensaje era claro: enfrentamos una metástasis que exige consensos y acciones firmes. Lo que no dijo es que la cura milagrosa provendría de un discurso mesiánico basado en la nueva identidad. Cuando la propuesta es débil y superficial, puede terminar siendo cómplice de lo que intenta combatir.
- Refundación a la carta
El candidato propone un referéndum para cambiar la Constitución. Aclara que no quiere copiar a Bolivia ni a Venezuela, aunque reconoce “inspirarse en su propio modelo”. Su objetivo: fundar un Estado plurinacional, multicultural y multilingüe… aunque no queda claro cómo se administraría tal complejidad. Lo que sí parece probable es que, ante la falta de claridad, se termine en un escenario de “multi-caos” y “multi-desorden”.
La Constitución, concebida como una hoja de ruta institucional, es vista por él como un pergamino mágico: basta con modificarla para que el país renazca de sus cenizas. Lamentablemente, ni siquiera los textos de fantasía prometen tanto. Quiere ser una nueva ave, un alkamaru con aspiraciones de cóndor.
- La cosmovisión política y otras palabras mágicas
“Ayni”, “cheqapa”, “comunitariedad”, “el buen vivir”… Palabras hermosas, sin duda. Pero en política no basta el léxico ceremonial. Si bastara con usar términos ancestrales para gobernar bien, el Tahuantinsuyo nunca habría caído.
Alanoca no se presenta como caudillo. Faltaba más. Dice formar parte de un “liderazgo colectivo”. No obstante, a la hora de conceder entrevistas, redactar manifiestos y presentar propuestas, el liderazgo colectivo parece reducirse a su persona. Proclama que “la palabra es su ley”, pero la ley escrita le incomoda: le parece demasiado occidental, muy poco orgánica y escasamente originaria.
Cuando faltan ideas, lo más fácil es repetir frases hechas. Este desfile de términos nativos desprovistos de contenido programático concreto —y, peor aún, desprovistos de visión de futuro— lo confirma.
- Economía para el “buen vivir”… y el vago decir
Su propuesta económica es un ejercicio de equilibrismo retórico: promueve inversión privada con “impacto social”, defiende la soberanía sobre los recursos naturales pero sin espantar a las empresas mineras, y desea impulsar la educación técnica junto con una banca estatal para las PYMEs. ¿Quién podría estar en contra?
El problema es que la suma de buenas intenciones sin marco de viabilidad no constituye una política económica. Es una carta a los Reyes Magos. Y el “buen vivir” suena más a eslogan de retiro espiritual que a hoja de ruta gubernamental.
- El castillismo recalentado
Alanoca reconoce que Pedro Castillo “se rodeó mal”, como si el problema hubiese sido solo su entorno, y no también sus decisiones. Defiende, sin embargo, su “intención popular” y se distancia con una fórmula ambigua: “yo no soy como él, aunque sí, pero no tanto”. Una maniobra discursiva que haría sonrojar a cualquier sofista clásico.
Promete una izquierda ética, pedagógica y con raíces aimaras. Como si la ética fuera una condición genética y no el resultado de instituciones sólidas y prácticas democráticas.
- Dictaduras con matices
Sobre Cuba, Venezuela o Nicaragua, el candidato evita pronunciarse con claridad. Bueno, sí lo hace, pero con ambigüedad. Habla de “respetar los procesos de cada país”. Condena las dictaduras… siempre que estén en el hemisferio “equivocado”. Es un pluralismo selectivo, una libertad contextual, una democracia que cabe en una wiphala.
- El viejo dios disfrazado de nuevo mesías
Alanoca ha sido gestor local, profesor, mediador en conflictos. Todo eso está bien. Pero cuando comienza a hablar como profeta refundador, uno percibe la silueta del viejo caudillo nacionalista: ahora con poncho, pero con el mismo bastón de mando.
Como advirtió González Prada: “El problema no es que tengamos ídolos nuevos, sino que los viejos dioses no han muerto: se han disfrazado”.
Y si seguimos creyendo en salvadores mágicos —vengan en tanques, en sotanas o en trajes ceremoniales— no estamos refundando el país. Estamos repitiendo el ritual.
Agua pasada no mueve molinos. Lampadia