De un tiempo a esta parte, la izquierda se ha quitado todos los velos y ha empezado a mostrarse en orfandad ideológica y, de pronto, como que ha surgido un país que le da todas las espaldas. Sucede que la izquierda ha forjado todas sus certidumbres en contra del actual modelo económico y social y no sabe cómo procesar los hechos económicos de la realidad. Se sostuvo que la economía de mercado iba a destruir los “mercados internos”, pero, por primera vez desde nuestra independencia, ha emergido un mercado nacional. Se dijo que la libertad económica iba a acrecentar la pobreza, pero la Cepal, el BID y el BM sostienen que el Perú lidera la reducción de la pobreza y la desigualdad en América Latina.
Sin argumentos ideológicos, con las cifras y estadísticas en contra, la izquierda hoy renuncia a golpear de frente y pretende atacar por los costados. “La reprimarización de la economía”, “la prosperidad falaz” y “la falta de sostenibilidad del crecimiento” son los nuevos condimentos que se agregan para no reconocer lo que debería aceptarse: que hoy existe un modelo viable y que cualquier perfección o agregado debería hacerse respetando las columnas de nuestro crecimiento. A pesar de que, de 1990 al 2012 (ver www.lampadia.com ), nuestra industria ha crecido siete veces de cara a la feroz competencia planetaria, la izquierda dice que en el Perú no hay industria ni diversificación.
Pero donde este sector ideológico parece ahogarse es cuando se aborda el tema de los sectores emergentes y la clase media. La izquierda hace sumas y restas para regatear los éxitos y, otra vez, rema en contra de los organismos internacionales, las matemáticas y las cifras. La mayoría de los peruanos ha emergido de la pobreza y se consolida como clase media, y algunos se desesperan. Quizá la mezquindad con el modelo se explique porque el vigor de la clase media peruana puede significar el fin de los bolchevismos. Europa no se curó del comunismo con la caída del Muro del Berlín sino con la consolidación de su clase media.
La izquierda tampoco puede entender cómo avanzamos a nuestro cuarto proceso electoral ininterrumpido sin partidos políticos, con la mayoría de los proyectos intelectuales derrumbados y con una crisis endémica de la política. Todo el siglo XX nos pasamos diciendo que el país (a excepción de la república aristocrática) solo daba para dos gobiernos democráticos y luego golpeaba el militarote de turno. Hoy eso empieza a cambiar y los profesores de izquierda, que dudan entre la sociología y el periodismo, no se atreven a plantear una explicación.
En el Perú siempre han existido ideas republicanas, proyectos de partidos políticos, caudillos, horizontes intelectuales, pero la democracia no prosperó. Igualmente, siempre hubo inversión extranjera en materias primas (plata, oro, guano, caucho), sin embargo nunca se redujo la pobreza y la desigualdad como ahora. ¿Cuál es entonces la novedad? La novedad es que, por primera vez, la mayoría de peruanos tiene voto y propiedad, y ha surgido una red de mercados populares sin precedentes en América Latina. Esa emergencia popular ahora es el guardián de la institucionalidad democrática y usa los recursos que nos otorgan las inversiones en materias primas para diversificar y potenciar las industrias y los negocios que se multiplican en los mercados. La izquierda, pues, ha entrado a un desierto. Debería renovarse para evitar la deshidratación fatal.
Publicado en El Comercio, 9 de Septiembre del 2013