Los mercados populares en el Perú no emergieron con toda su potencia creadora como resultado de la reflexión de intelectuales ni de los programas partidarios del siglo XX, sino por la pulverización del estado populista y del modelo de sustitución de importaciones. De pronto, a fines de los ochenta, la idea de empresas estatales o controles de precios – trágica moda hoy en los países bolivarianos- era imposible, porque, gracias a esas recetas, el Perú estaba en el fondo del barranco. Pero cuando el estado se hacía astillas, millones de migrantes peruanos se lanzaban a comprar y vender en calles, plazas y provincias del Perú. En medio de la crisis había surgido una sociedad de emprendedores sin comparaciones en América Latina y que nos recordaba al emigrante y pionero que conquistó los Estados Unidos.
En ese contexto, las reformas liberalizadoras del fujimorato estaban, como se dice, a tiro de cañón, pero el sistema de partidos que languidecía en el Perú y, sobre todo, la izquierda fue incapaz de vislumbrar a la red de mercados populares que había surgido espontáneamente en el país. La sociedad de emprendedores fue una especie de miles de Muro Berlín derrumbándose sobre los presupuestos ideológicos de la izquierda. De los ensayos de sociología y los viejos manuales zurdos quedaron muy poco: el pobre no era el proletario explotado sino empresario. Compraba y vendía sin cesar y buscaba elevar la “sacrílega” tasa de ganancia. ¿Podía prosperar una izquierda al margen de la realidad abrumadora de los mercados emergentes? De ninguna manera.
La izquierda enceguecida y afiebrada por la ideología se opuso a todas las reformas liberalizadoras y la apertura económica que hoy explica la sociedad de grandes y pequeños inversionistas del Perú que sorprende al mundo. Ahora se anuncia el surgimiento de un “nuevo” Frente Amplio de Izquierda, pero miles de muros de Berlín continuarán derribándose, porque se continúa negando el mercado y la inversión privada.
Con la pulverización del estado populista a fines de los ochenta no solo entraron en crisis el Estado, los partidos, sino los paradigmas de nuestro horizonte intelectual. Un ejemplo clarísimo es cómo los pensadores de la llamada Generación del Novecientos peruano se devanaban los sesos tratando de hallar una solución para resolver las distancias entre el mundo criollo y andino que explicaban muchas de nuestras tragedias desde la conquista. Hubo propuestas y reflexiones de enorme valor. Sin embargo fueron los mercados populares los que se encargaron de resolver el trauma nacional porque, de repente, se alzó una nueva sociedad de propietarios, de ricos y de clases medias al margen de razas y orígenes de casta.
En otras palabras, mientras el Estado se disolvía, los partidos se evaporaban y los proyectos intelectuales presentaban nebulosas, el mercado se convirtió en la institución que comenzó a moldear una idea de nación superando los desencuentros coloniales. Ahora que comenzamos a aceptar la emergencia de una clase media mestiza mayoritaria en el país, se puede hablar con propiedad de que ha irrumpido el sujeto moderno del Perú. No se trata de ser triunfalista ni de sostener que hemos entrado al final de nuestra historia. Se trata de aceptar un resultado que se explica por el camino que asumimos dos décadas atrás. En una realidad de esta naturaleza, ¿puede florecer una izquierda que niega a los mercados populares? Nadie sobrevive ignorando al sol que sale todas las mañanas.