Urpi Torrado
El Comercio, 14 de agosto del 2025
“El salto se dará cuando todo ese potencial se articule en torno a una política pública coherente ”.
Invertir en cultura no es solo una cuestión de identidad, es también una estrategia económica. Cuando se logra conectar el valor cultural con el tejido productivo, el impacto trasciende lo simbólico y se traduce en competitividad y un fortalecimiento de la marca país. Un ejemplo de este vínculo es Corea del Sur, que convirtió su industria creativa en un motor de exportaciones y posicionamiento internacional. Lo que hoy conocemos como K-culture no surgió de manera espontánea, sino de una combinación de ingenio, planificación y políticas públicas que supieron capitalizar este potencial para generar beneficios económicos tangibles.
El caso de los K-dramas es especialmente ilustrativo. Con historias atractivas, personajes cercanos y buena producción, lograron conquistar audiencias primero en el sur de Asia y luego en todo el mundo. Más allá del entretenimiento, estas producciones se convirtieron en una herramienta de márketing, mostrando en pantalla productos coreanos como cosméticos, ropa, alimentos y tecnología. El público no solo se engancha con la trama, sino que también aspiraba a consumir lo que ve. El ‘product placement’ se transformó en publicidad eficaz, mientras que el consumo visible de esos productos reforzaba la conexión emocional del espectador con las marcas.
El Gobierno Coreano, con el apoyo del sector privado, impulsó la internacionalización de su cultura con financiamiento, programas de exportación y organismos que facilitaron la llegada de las series a canales, plataformas y mercados extranjeros. La traducción y el doblaje en lenguas locales, junto con la distribución digital, multiplicaron el alcance y democratizaron el acceso a nuevos públicos. Con el tiempo, el interés por Corea se expandió más allá de las pantallas; crecieron las visitas turísticas, la matrícula en cursos de idioma y la compra de formatos para adaptar dramas al mercado local.
En el Perú, la ola coreana tuvo sus primeras expresiones a inicios de los 2000, un impacto que se multiplicó con la llegada de Internet y las plataformas digitales. Asimismo, grupos musicales han llenado estadios y reforzado el vínculo emocional con el público peruano, que cuenta con más de 8.000 seguidores en fan clubs y mantiene una presencia constante en eventos y conciertos. El ecosistema cultural también ha generado un espacio comercial propio, aunque todavía en volúmenes modestos, existen tiendas especializadas en cosmética coreana.
A la promoción cultural impulsada por la Embajada de Corea se suma la firma del tratado de libre comercio en el 2011. Las importaciones de vehículos y electrodomésticos lideran el comercio con Corea, aunque muchas empresas coreanas han trasladado parte de su producción a otros países para reducir costos logísticos. Ello demuestra que este fenómeno se sostiene en una combinación de estrategias de mercado y apoyo institucional que mantienen su legado vivo y creciente, más allá de sus fronteras.
En el caso del Perú, existe un punto de partida alentador, el sentimiento de orgullo alcanza el 78%. Los principales motivos de orgullo –la comida, la música y la historia– representan fortalezas que podrían servir de base para una estrategia sólida de proyección internacional. Se ha avanzado en campos clave; no obstante, el salto se dará cuando todo ese potencial se articule en torno a una política pública coherente, capaz de valorar y proyectar la cultura como eje de desarrollo y, al mismo tiempo, de reactivar y fortalecer el orgullo nacional. De este modo, será posible sumar el impulso de iniciativas privadas y empresas para convertir estos atributos en una marca país sólida, capaz de conquistar mercados, inspirar al mundo y generar prosperidad económica.