Tres días antes del asesinato de un joven eritreo en Dresde, en la puerta de su apartamento apareció una esvástica pintarrajeada. La noche en que lo mataron a puñaladas el movimiento xenófobo conocido ya en todo el mundo con el nombre de Pegida había llevado a cabo su mayor manifestación hasta la fecha en esa ciudad. Y no me preocupa solo Alemania. Al mismo tiempo que se desbarataba un plan terrorista islamista en Bélgica, inmediatamente después de la matanza de “Charlie Hebdo” en París, los políticos de la extrema derecha xenófoba se han lanzado a tratar de captar votos en toda Europa.
Pegida son las siglas de Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes, Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, pero Abendland es una palabra muy anticuada que significa literalmente “la tierra del anochecer”. También lo de “patriotas europeos” muestra una extraña mezcla de modestia y firmeza.
¿Quiénes son los europeos antipatriotas? Uno de los organizadores de Pegida, Thomas Tallacker, escribió en Facebook en el 2013: “¿Qué debemos hacer con las hordas, analfabetas en un 90%, que se aprovechan de nuestras prestaciones sociales y exprimen nuestro Estado de bienestar?”. Y después de una agresión con navajas: “Seguro que ha sido otra vez un turco loco o muerto de hambre por el Ramadán”. ‘Encantador’ este Tallacker.
Según un estudio encargado por la Fundación Bertelsmann, el 57% de los alemanes no musulmanes considera que el islam es un peligro. Y hay muchos políticos, periodistas y agitadores dispuestos a alimentar ese miedo.
La consecuencia de todo esto será más nerviosismo entre los musulmanes europeos y, si no tenemos cuidado, una mayor radicalización de una pequeña minoría.
El gran historiador francés Ernest Renan escribió que una nación es “un plebiscito diario”. El domingo posterior al ataque contra “Charlie Hebdo”, más de tres millones de personas en las calles de Francia dieron un magnífico ejemplo de cómo responde una gran nación europea a ese reto. Franceses musulmanes, hombres y mujeres, entregaban rosas blancas a sus compatriotas judíos, cristianos y ateos.
“Magnifique!”. Pero eso pasó un domingo. La lucha para construir una Europa de países cívicos e integradores se ganará o se perderá todos los demás días, los días laborables, los días grises.
Sin hacer jamás ninguna concesión sobre los principios fundamentales de una sociedad abierta, empezando por la libertad de expresión, los europeos no musulmanes debemos enviar este tipo de señales a nuestros conciudadanos musulmanes, tanto en Internet como en nuestros contactos personales cotidianos. La mejor señal de todas es dejar claro que no es necesaria ninguna señal explícita. Es lo que sucede la mayor parte del tiempo en una ciudad como Londres: se da por descontado que los británicos musulmanes son tan británicos como todos los demás, que no existe un “ellos”, sino un “nosotros” más amplio, maravillosamente mezclado. Así saldremos triunfantes en el plebiscito diario. Así conseguiremos deshacernos de un vampiro llamado Pegida.