Sally Palomino
El País de España, 08 de agosto de 2016
En Turbo, un pueblo ribereño de Colombia, han aprendido a vivir de cerca con la muerte. Cuando no eran las FARC con una masacre, eran los paramilitares con un tiroteo. Pero de eso, ya se cuenta poco. De lo que no han podido dejar de hablar es de los muertos que algunas mañanas aparecen en la orilla del río expulsados por el agua. Hay una fosa común en el cementerio a donde van a parar esos cadáveres. Sin nombre, ni apellido. Lo único que se sabe de ellos es que eran migrantes: cubanos, haitianos y nepalíes que tenían como destino Estados Unidos.
Dicen que las barcas en las que viajaban se voltearon o que los hombres que les garantizaban las rutas, los llamados coyotes, los tiraron al agua después de que les cobraron miles de dólares. Eso era lo que recitaban todos en el pueblo hasta el pasado mes de mayo, cuando Panamá cerró la frontera para indocumentados. Ahora agregan que la selva, a la que se aventuran como la única salida para llegar a su destino, también está matándolos. Entre julio y agosto de este año han salido 4.600 migrantes desde el muelle El Waffe, en Turbo. La mayoría cubanos, que desde ahí viajan en lancha, que ellos mismos costean, hasta Capurganá, destino turístico. A partir de este punto empiezan una caminata de hasta ocho días por el Tapón del Darién, una indomable selva húmeda entre Colombia y Panamá a la que han tenido que resignarse los más de mil migrantes cubanos que se resistían a salir de Colombia por esa vía. “Ni deportados, ni selva”, repetían hasta el pasado viernes desde un cambuche, en donde llevaban casi tres meses aguantando y pidiendo al Gobierno colombiano un puente aéreo hasta México para seguir con su ruta sin arriesgar la vida.
“Ahora se están implementando controles en las embarcaciones hasta Capurganá. Paga 23 dólares y garantizamos que las lanchas tengan al menos dos motores. Todos los ocupantes deben llevar chaleco salvavidas”, cuenta Fabricio Marín, administrador del muelle de donde este sábado salieron 229 cubanos. Pero Marín reconoce que la seguridad después de que desembarcan a dos horas de Turbo, es incierta. Allí, los coyotes esperan a los migrantes. Por 2.000 dólares les prometen llevarlos por el camino menos agresivo dentro de la selva hasta algún punto de Panamá, donde empezarán otra nueva travesía para llegar a Estados Unidos que, si tienen suerte, les tomará al menos un mes más. El dinero que llevan para asegurar el camino, les tomó años de trabajo o significó vender lo poco que tenían.
“En la selva hay muertos mi hermano. No se vayan a asustar”, escucha en un mensaje de audio Alejandro Labarte, un cubano de 32 años. La advertencia se la envía uno de los primeros cubanos que se arriesgó hace nueve días a pasar el Darién. “No es lo que queremos, pero si es la única salida preferimos morir allí que regresar a Cuba”, dice Alejandro, que ha convertido su teléfono en una especie de caja fuerte. Ahí están los testimonios de quienes ya cruzaron hasta Panamá, los vídeos de cómo Migración Colombia sacó a la fuerza a varios compatriotas suyos de Turbo, las fotos de un helicóptero del Estado que ha sobrevolando muy bajo (y muy seguido) el campamento en el que duermen. “Hay mucho miedo. El helicóptero todo el día encima asusta mucho. Las embarazadas son las que más sufren», asegura. Hace tres días hubo un aborto.
Según el último reporte de Migración, de los casi 1.300 cubanos que permanecían en el pueblo, 14 ya fueron deportados a Cuba. La advertencia que hace el director de esta institución, Christian Krüger Sarmiento, es que o salen por voluntad propia solicitando un salvoconducto que les permita estar hasta cinco días más en el país mientras buscan la forma de salir por sus propios medios, o los deportan a su país de origen o a Ecuador, si entraron por ahí. Pero ninguno quiere regresar y por eso desde el viernes se alistan para la selva.
Migrantes, un río revuelto en Centroamérica
Ariel Jaca, de 41 años, lleva un machete, unas botas de plástico, galletas, suero y una soga. Es un profesional de ciencias sociales que salió desesperado de Cuba porque la situación económica lo arrinconó. Tiene fe en que ese equipaje le sirva para el camino que emprendió este sábado y que no sabe cuándo va a terminar. “Me dicen que animales no hay tantos, pero que hay una parte que han empezado a llamar la montaña de la muerte y que es difícil de pasar. Con la soga esperamos ayudarnos unos a otros, así sea arrastrándonos”. Él viaja sin ningún familiar. Se ha hecho amigo de otros cubanos y con ellos espera llegar a Panamá y después seguir sorteando fronteras hasta pisar a Estados Unidos. Sabe que no es fácil. Costa Rica y Nicaragua también tienen el paso cerrado para migrantes.
“Si otros han podido, por qué nosotros no”, dice Aily Torres, de 28 años. Habla en plural. Tiene cuatro meses de embarazo y este sábado se subió a una de las lanchas cargadas de migrantes. “Me da miedo, claro, pero yo para atrás no miro. No puedo seguir tratando de vivir con 10 dólares al mes, necesito un trabajo digno”. La resignación les ganó. Ante la negativa del Ejecutivo colombiano de habilitar un vuelo que los lleve a México, bajo el argumento de que sería contribuir a una cadena de tráfico de personas, los cubanos se empiezan a ir a pesar del temor que les genera el inhóspito camino.
“Esperábamos que como Costa Rica y Panamá lo hicieron hace unos meses, Colombia también tuviera un poco de humanidad y nos ayudara, pero ante la única salida que nos dan (la deportación) no nos queda más camino que seguir como sea”, dice Aura Ruiz, una enfermera profesional que antes de llegar a Colombia estuvo un tiempo en Ecuador, hasta que las oportunidades laborales se acabaron. “Hay que luchar, volver sería estar como muerta en vida. En Estados Unidos tenemos garantías. Allá llegaremos”.
Otros temen que la Ley de ajuste cubano y la de pies secos dejen de existir. La primera permite que los cubanos en Estados Unidos tengan permisos de trabajo y seguro social, entre otros beneficios, y la de pies secos garantiza que a los migrantes que toquen tierra estadounidense se les permita quedarse de forma automática. “Dicen que esas leyes puedes cambiar y sin eso, nos quedamos sin opciones de vida”, asegura Patricia Suárez, otra de las tantas mujeres que abandonó este sábado el cambuche en el que esperó durante más de un mes el milagro de salir hacia Estados Unidos de forma segura.
A Turbo siguen llegando buses repletos de migrantes. No se sabe por dónde entran a Colombia. Todos dicen que esta vez no se van a quedar. Seguirán en tránsito como lo hacen desde hace mucho tiempo. Sin despertar ruido. Según cifras oficiales, más de 5.800 personas han sido deportadas desde Colombia en los últimos dos meses. Por Turbo han pasado 9.400 migrantes extranjeros en lo que va del año. El número ya supera al del mismo período anterior, cuando fueron 8.885.
Lampadia