Por: Roberto Abusada, Presidente del Instituto Peruano de Economía (IPE)
El Comercio, 2 de octubre de 2018
La Alianza del Pacífico (AP) es, sin duda, el esquema de integración más exitoso jamás ensayado en la región latinoamericana. En poco más de siete años, la iniciativa peruana de crear un espacio de integración profunda y abierta al mundo entre cuatro países –Chile, Colombia, México y Perú– avanzó vertiginosamente al liberalizar, casi totalmente, el comercio entre sus miembros, y desarrollar los mecanismos para alcanzar el libre movimiento de capitales y personas. Hoy, sin embargo, la AP ha perdido su impulso inicial; empiezan a surgir peligrosos intentos de burocratizarla, así como la tentación de ceder ante grupos mercantilistas al interior de sus países miembros.
El espectacular éxito inicial fue posible por la clara vocación democrática y la inequívoca orientación de mercado que caracteriza a sus miembros. Los cuatro países fueron abriendo sus economías y posteriormente, uno a uno, concluyeron tratados de libre comercio con los países desarrollados más competitivos del mundo. Todos los países de la AP perfeccionaron, además, acuerdos bilaterales entre sí. La alianza era el paso lógico para la conformación de un espacio económico de integración profunda y abierta al mundo. Por ello no llama la atención que una pluralidad de naciones, 55 en total, acompañen hoy a la AP en calidad de observadores.
Pero esto no es todo. Cuatro países –Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Singapur– negocian actualmente su incorporación como estados asociados. Un proceso que culminará en un tratado de libre comercio de estos países como un bloque único. A esto se suma el crucial hecho de que tres de los cuatro miembros de la AP son signatarios del TTP-11 (el tratado transpacífico de los 11 países remanentes luego de que el presidente Trump retirara a Estados Unidos del acuerdo). Se han abierto insospechadas oportunidades de inversión, crecimiento y progreso al posibilitarse el intercambio de partes, piezas, insumos y, por supuesto, servicios y bienes terminados que se integrarán sin restricciones a cadenas de valor mundiales con un grupo de países que en conjunto superan el PBI de Estados Unidos.
Este año, en el que el Perú ha asumido la presidencia pro témpore de la AP, se han hecho más evidentes los signos de parálisis en el proceso de perfeccionar el acuerdo. La elección de Andrés Manuel López Obrador en México (AMLO) e Iván Duque en Colombia han suscitado dudas con respecto al compromiso que estos dos gobernantes vayan a tener con el perfeccionamiento de la AP. En México las expresiones del presidente electo a favor de mantener la fuerte relación económica con su vecino del norte y el rápido acuerdo de renegociación del tratado de libre comercio con Estados Unidos logrado por la administración saliente (con apoyo de AMLO), auguran una posición similar con relación a la AP.
Sin embargo, el presidente Duque durante la campaña que lo llevó al poder, se mostró contrario a la firma de nuevos tratados de libre comercio. Al descartar el deseo inicial de su antecesor de ingresar al TPP-11, Duque confirma los temores respecto a su compromiso integrador. Hace pocos días, en una insólita decisión, Colombia se abstuvo de asistir a la rueda de negociación en Nueva Zelanda, donde se negocia la incorporación de los cuatro países antes mencionados aduciendo que quieren primero “…conocer las inquietudes y expectativas que, frente a estos acercamientos del grupo regional, tienen los empresarios colombianos”.
Más grave aún es la corriente de colgarle a la AP temas que pertenecen a otros foros, como el enfoque de género o la política laboral. Las burocracias de los cuatro países ya han creado 28 grupos y subgrupos “técnicos” para tratar otros tantos temas dentro de la alianza. Y como si fuera poco, se insinúa la “necesidad” de crear una secretaría técnica; es decir, dotar a la AP de una burocracia que de seguro después será albergada en una inútil sede similar al elefante blanco de US$45 millones construido en Quito para la moribunda Unasur.
En mi opinión, la AP debe acelerar el paso bajo la presidencia del Perú con tareas fundamentales. Primero, incorporar al Ecuador, que con los cambios económicos introducidos por su presidente Lenin Moreno sería un miembro natural. Segundo, encomendar al Consejo Empresarial de la Alianza del Pacífico (CEAP) que trabaje intensamente para eliminar todas la barreras no-arancelarias al comercio hoy existentes. Tercero, avanzar en la integración financiera y mercado de valores; y cuarto, resistir cualquier integración con Mercosur –un acuerdo regional cerrado, antítesis de la AP–. Pienso que Brasil ha comprendido mejor que nosotros mismos el enorme potencial económico y político de la AP; de allí su propósito de mediatizarla desde su inicio proponiendo una eventual unión.