Por: Roberto Abusada Salah, Presidente del IPE
IPE
El reciente capítulo protagonizado por el Congreso en la mañana del martes es la continuación de una secuencia macabra de destrucción del país que se inició con el resultado de las elecciones generales del 2016. Un sistema político disfuncional dio como fruto, en un ajustado final, que una fuerza ganara la mayoría absoluta en el Congreso y que otra obtuviera la conducción del gobierno. En los hechos, la primera fue incapaz de asimilar la derrota presidencial, y la segunda igual de incapaz para entender que debía tender puentes, aun viéndose frente a una oposición reacia a concordar, por el bien del país. Este fracaso es particularmente triste dado que los planes de gobierno de ambos eran prácticamente idénticos. Así, se escogió el camino de la confrontación, que terminó con el “triunfo” de la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, y la elevación al poder de Martín Vizcarra, apoyado por la propia oposición.
Pero el origen próximo del desastre de esta semana está, sin duda, en el comportamiento de Vizcarra al proponer, primero, el adelanto de elecciones generales y, después, al perpetrar la ilegal disolución del Congreso opositor. El actual Congreso abyecto es el resultado directo de dicho acto, motivado por el propósito de ganar y de mantener una popularidad que Vizcarra no ha utilizado para gobernar, sino simplemente para disfrutar como una joya de satisfacción personal. Es cierto también que el Congreso le acaba de regalar una oportunidad adicional para practicar su deporte favorito: victimizarse para enfrentarlo y lograr así mantener lo que parece haber sido el único objetivo de su mandato, la popularidad.
Imagino que el capítulo del martes habrá conseguido desterrar por completo la idea idiota de que la política y el progreso material de una nación pueden ir por cuerdas separadas.
Por su parte, la mayoría de congresistas hicieron evidente que el chantaje y el infantilismo político se añaden a sus cualidades de ignorancia, populismo y demagogia. Burdo chantaje, por parte de aquellos que defienden sus centros de falsa educación superior y su derecho a seguir estafando a la juventud. E infantilismo, desde las filas de la izquierda conservadora que ven en el progreso a través de los enormes recursos mineros de la nación una amenaza a sus fines ideológicos de mantener en la pobreza a vastas zonas del país.
Es difícil saber lo que nos depara la próxima temporada de esta saga. Un observador razonable pensaría que Vizcarra nombrará a un nuevo Gabinete de unidad nacional, tapándose la nariz ante chantajistas e izquierdistas infantiles. Un nuevo Gabinete que pueda, al menos, llevar al país hacia las elecciones del bicentenario sin agravar la hecatombe política en medio de la peor crisis sanitaria y económica en la que está sumida la república. Pero el hilo conductor de este drama nos podría hacer pensar que el presidente, adicto a su inútil popularidad, nombrará a un nuevo Presidente del Consejo de Ministros reponiendo a todos los renunciantes en sus puestos originales, e incluso nombrando al saliente primer ministro en otra cartera del propio Gabinete para retar al Congreso. Lo que resulta inconcebible es que los líderes de los partidos representados en el Congreso, que mandaron a sus suplentes a las elecciones de enero, se hayan puesto ahora de lado y hayan permitido las tropelías de sus legisladores, asumiendo que la población no les reclamará por el grave daño que han causado al promover ilegales fines subalternos.
Resulta difícil vislumbrar dentro de la clase política a algunos líderes que podrían promover los imprescindibles cambios en la arquitectura política que permitan la gobernabilidad para sustentar el progreso de la nación y evitar lo que ahora se augura como una caída libre hacia el desorden, el caos y el atraso permanente. Difícil porque quienes se pensaba que serían los líderes que impulsarían la reforma política han dejado pasar la oportunidad de lograr cambios fundamentales, como la restitución del Senado, la creación de distritos electorales más pequeños y la elección del Congreso en la segunda vuelta.
Quizás el único recurso que le quede a la nación sea el de apelar a los ciudadanos independientes y a los medios de comunicación para rescatar al país en este difícil trance. La inacción en salud y economía que parece haber engendrado esta nueva crisis podría tener consecuencias insospechadas. Se habla fríamente de un aumento de 10 puntos en la pobreza, y de la caída de un quinto del tamaño de la economía, pero no se repara en lo que esto significa en términos de sufrimiento para una población que, durante los últimos 30 años, luchó por convertir al Perú de un país fallido a una nación vigorosa y próspera.