Por Paul Krugman
The New York Times, 26 de marzo de 2018
“Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”. Eso fue lo que declaró Donald Trump hace unas semanas, después de anunciar aranceles al acero y el aluminio. En realidad, las guerras comerciales rara vez son buenas y no es nada fácil ganarlas… en especial, si uno no tiene idea de lo que está haciendo. Y esta gente no sabe lo que está haciendo.
En cierto modo es algo raro. Después de todo, el comercio es claramente una cuestión que verdaderamente le apasiona a Trump. Trató de acabar con la reforma al sistema de salud público, Obamacare, pero sin duda su principal preocupación era opacar el legado de su predecesor. Quería un recorte fiscal, pero más para anotarse una victoria que porque le importara lo que este incluyera. Sin embargo, reducir el déficit comercial ha sido una obsesión ya añeja de Trump, así que uno podría esperar que aprendiera algo sobre cómo funciona el comercio, o por lo menos que se rodeara de gente que entiende el tema.
Sin embargo, no lo ha hecho y lo que él no sabe puede dañarnos, y lo hará.
En el caso del acero, esto fue lo que ocurrió: primero, vino el llamativo anuncio de los grandes aranceles, aparentemente en nombre de la seguridad nacional, que enfureció a los aliados estadounidenses, que son la principal fuente de nuestras importaciones de acero. Luego vino algo que parece ser la marcha atrás: el gobierno exentó a Canadá, México, la Unión Europea y a otros países de la aplicación de esos aranceles.
¿Esta marcha atrás fue una reacción a las amenazas de represalias o el gobierno no se dio cuenta desde el principio de que los aranceles golpearían principalmente a los aliados de Estados Unidos? Sin importar qué haya sido, puede que Trump haya terminado con lo peor de los dos mundos: hacer enojar a países que deberían ser nuestros amigos y hacerse de una reputación como aliado y socio comercial que no es de fiar, sin siquiera hacer gran cosa por la industria que supuestamente estaba tratando de ayudar.
Ahora está por estrenarse Trumpcomercio II, el síndrome de China. El gobierno estadounidense anunció el 20 de marzo que impondría aranceles a varios productos chinos y que los detalles respectivos se darían a conocer posteriormente. ¿Cómo funcionará ese proyecto?
La política comercial de Trump se está convirtiendo rápidamente en una lección objetiva sobre lo que cuesta la ignorancia.
Seamos claros: tratándose del orden económico mundial, China es un mal ciudadano. En específico, juega como mejor le conviene con la propiedad intelectual y de hecho roba tecnologías e ideas desarrolladas en otros lugares. También subsidia algunas industrias, lo cual contribuye a la sobrecapacidad mundial.
Sin embargo, aunque la camarilla de Trump menciona estos temas, el presidente estadounidense parece estar obsesionado con el déficit comercial que tiene EE. UU. con China; se la pasa diciendo que es de 500.000 millones de dólares (en realidad es de 375.000 millones, pero ¿quién está contando?).
¿Cuál es el problema con esta fijación?
Antes que nada, gran parte de ese enorme déficit es una ilusión estadística. China es, como algunos dicen, el “gran ensamblador”: muchas exportaciones chinas en realidad se componen de partes que se produjeron en otros países, sobre todo en Corea del Sur y Japón. El ejemplo clásico es el iPhone, que está “hecho en China”, pero para el cual la mano de obra y el capital chino solo representan un porcentaje mínimo del precio final.
Ese es un ejemplo extremo, pero forma parte de un patrón más amplio: buena parte del aparente déficit comercial estadounidense con China —probablemente casi la mitad— es en realidad un déficit con los países que venden componentes a la industria china (y con los que China misma tiene déficits). Esto, a su vez, tiene dos implicaciones: Estados Unidos tiene muchas menos ventajas comerciales sobre China de las que Trump se imagina y una guerra comercial con “China” enojará a un grupo más grande de países, algunos de ellos aliados cercanos.
El comercio chino no es la cuestión que debemos atender en el mundo de 2018.
Lo más importante es que el superávit comercial general de China en la actualidad no representa un problema importante ni para Estados Unidos ni para el mundo en general.
Digo “en la actualidad” con muchas consideraciones de por medio. Hubo una época, no hace mucho tiempo, en que Estados Unidos tenía una elevada tasa de desempleo y China, con tal de mantener su moneda devaluada y sus enormes déficits comerciales, contribuyó a que el problema del desempleo empeorara. Además, en aquella época, yo pedía que Estados Unidos actuara de manera más agresiva al respecto.
Sin embargo, eso fue entonces. Los superávits comerciales chinos han disminuido bastante; mientras tanto, Estados Unidos ya no tiene una tasa de desempleo elevada. Trump puede pensar que nuestro déficit comercial con China significa que está ganando y Estados Unidos perdiendo, pero sencillamente no es así. El comercio chino —en lugar de otras formas de malas prácticas por parte de esa nación— no es la cuestión que debemos atender en el mundo de 2018.
He aquí que al encaminarnos entre tropiezos hacia una guerra comercial, Trump socava nuestra capacidad de hacer algo sobre los problemas reales. Si queremos presionar a China para que respete la propiedad intelectual, necesitamos reunir una coalición de naciones dañadas por los robos chinos; es decir, países como Japón, Corea del Sur y las naciones europeas. Sin embargo, Trump está alejando de manera sistemática a esos países con decisiones como su arancel al acero, que pone un día y quita otro, así como su amenaza de imponer aranceles a productos que aunque están ensamblados en China, se producen en su mayor parte en otro lugar.
En resumidas cuentas, la política comercial de Trump se está convirtiendo rápidamente en una lección objetiva sobre lo que cuesta la ignorancia. Al negarse a hacer su tarea, el equipo de Trump está arreglándosela para perder amigos a la vez que se muestra incapaz de influenciar a otros.
La verdad es que las guerras comerciales son malas y casi todos acaban perdiendo económicamente. Si alguien gana, serán las naciones que se hicieron de influencia geopolítica debido a que Estados Unidos está dilapidando su propia reputación, y eso quiere decir que en la medida en la que alguien salga victorioso de la guerra comercial de Trump, ese será… China.