Por Patricia Teullet, Economista
Perú 21, 10 de enero del 2022
Hace unas semanas (mucho antes del último “sacudón), Raúl Delgado Sayán envió un mensaje por diversas vías, apremiándonos a estar preparados ante la posibilidad de un fuerte sismo en el país. Confieso que, pensando en el anuncio del famoso terremoto Brady, con fecha y hora en los 80, me atreví a validar la información con el ingeniero Piqué, a quienes ambos conocemos y respetamos. Y él coincidió.
Veo en los cerros miles de construcciones sin cimientos, que crecen verticalmente sumando pisos para acomodar a familias que crecen y que ya albergan, según se estima, a 3 millones de personas; las casonas del centro de la ciudad a punto de caer, lo mismo que muchas iglesias. El COVID terminaría cobrando mucho menos vidas que un terremoto en una ciudad caóticamente irresponsable.
Dice el ingeniero Delgado Sayán que existen sistemas de alerta temprana que permiten “ganar la calle” por segundos; y hay que usarlos. Esa es solo una primera recomendación. Pero ¿qué hacemos, por ejemplo, con los viejísimos hospitales que no han recibido mantenimiento y que, lo más probable es que no solo no sean de ayuda para atender damnificados, sino que terminen cayendo encima de los pacientes que están allí?
Los simulacros no sirven si no se acompañan de acciones concretas reforzando acantilados, inspeccionando y sugiriendo mejoras a las construcciones existentes. Sin embargo, sigo sin saber qué hacer con los miles de viviendas precarias que podrían casi deslizarse sobre la arena en la que están construidas.
Preferimos pensar en que el sismo no va a ocurrir y ojalá no lo haga. Pero, cuidado con pensar que pequeños temblores liberan la energía que evita un gran terremoto. Está probado que no es así. Estamos advertidos: muchos no tienen posibilidades de buscar algo menos precario; pero el gobierno sí tiene recursos y la obligación de usarlos bien. Y, mirando al futuro, ojalá no tengamos que reconstruir ciudades sobre sus ruinas y cadáveres.