Pablo Bustamante Pardo
18 de julio de 2016
A lo largo de mi vida he conocido mucha gente del mundo corporativo, académico e intelectual, a quienes reputo como amigos. Gente por la cual se siente cariño, con la cual te gusta encontrarte de vez en cuando y saludarte con entusiasmo y conversar algunas palabras, gente con la cual puedes estar en desacuerdo sobre muchas cosas, pero que respetas en la esencia de sus personas.
Todos ellos configuran mi contacto con lo que puedo llamar el ‘establishment’. Ellos representan buena parte del pensamiento de nuestra supuesta clase dirigente. Esa que como conjunto he criticado muchas veces, como lo hicieron en su tiempo, los insignes Víctor Andrés Belaunde y Jorge Basadre.
En esta ocasión y, después de haber vivido muy de cerca y en varias ocasiones, los cortos períodos de introspección nacional asociados a los procesos electorales, en los que todos se dinamizan con sus ‘creeres’, preocupados con lo que consideran los riesgos de las discontinuidades que podrían afectar la tranquilidad de sus espacios de vida, veo con más claridad dos fallas de nuestra clase dirigente.
En primer lugar el grado de lejanía que demuestran con los grandes temas nacionales, y en segundo lugar, la naturaleza discontinua de sus eventuales preocupaciones.
Con la licencia de una generalización, puedo decir que nuestra gente vive normalmente muy lejos del quehacer nacional, solo se acercan a él cuando los riesgos pasan a primer plano, pero además, esa cercanía temporal, que se expresa en preocupaciones auténticas, no traen consigo la disposición a actuar. Preocupación sin ocupación.
Cuando se disipan los peores temores de mis amigos, todos regresan a su espacios de vida, lejos de lo nacional, otorgando al salvador de la crisis superada, una suerte de ‘cheque en blanco’ de cinco años, período tras el cual, volverán a ‘preocuparse’.
Peor aún, entre susto y susto, no apoyan a las personas, instituciones o procesos, que sí se mantienen en la acción, y que podrían disminuir los riesgos de los espasmos de sus preocupaciones.
Es por eso que, como comentó Verónica Zavala, ex ministra de Transportes y Comunicaciones en el último Simposio del Oro y la Plata, hace un par de meses, que a diferencia de nuestros socios en la Alianza del Pacífico, en el Perú prácticamente no tenemos los llamados ‘think tanks’ o centros de pensamiento que podrían mantener las antorchas prendidas entre olimpiada y olimpiada. O que no hemos podido articular un permanente y sistemático intercambio de información e ideas, entre los que vivimos en la capital y nuestra gente de las regiones, más alejadas que nosotros del pensamiento de frontera y del mundo global.
Gente que en muchas ocasiones me ha dicho, cuando he tenido ocasión de interactuar con muchos de ellos: “¿y por qué nadie nos ha dicho eso antes?”.
No es pues raro escuchar entre mis amigos cosas como: “Vamos, vamos, ya pasó lo peor, déjate de exquisiteces” o “No pasa nada, no te preocupes”. Es como si no importara no apuntar a lo mejor, o que no busquemos la perfección cuando se habla de las gestas que no emprendemos. ¡¿Son buenas las soluciones ‘sub-óptimas’, si nos dan solo cinco años de tranquilidad?!
Queridos amigos, de verdad les tengo cariño, pero cada cinco años me ponen muy furioso.
¿Cambiaremos algún día?
Lampadia