Por: Pablo Boza, Profesor de la UESAN
Gestión, 12 de febrero de 2020
La primera fase de un acuerdo comercial entre China y Estados Unidos, firmada el 15 de enero del 2020, marca un respiro en las tensas relaciones comerciales que se iniciaron hace dos años entre las dos economías más grandes del mundo.
La aplicación de aranceles al aluminio y al acero desde Estados Unidos hacia China, en marzo del 2018, fue la primera de una serie de medidas proteccionistas entre ambos países, donde las acciones habían escalado a un ritmo exponencial a través de la afectación de aranceles a valores de importación cada vez más elevados. Las batallas seguían un patrón, Estados Unidos era el primero en actuar, evaluando y luego aplicando aranceles con base en “listas” de productos afectados. China respondía con su propias “listas” de productos americanos afectados.
Durante estos dos años, el mundo ha observado como los escalamientos han sido acompañados de declaraciones y retórica contradictoria, siendo endulzadas con las esperanzas de un acuerdo comercial, y estas junto con políticas monetarias cada vez más expansivas han llevado a las bolsas americanas a sus máximos históricos y han prevenido un desapalancamiento en la economía china.
Para Trump, la guerra comercial ha sido el cumplimiento de una promesa de campaña a una base electoral que está próxima a necesitar en las próximas elecciones del 2020. Xi Jinping probablemente preferiría dedicar recursos y esfuerzos a los proyectos de infraestructura de la nueva ruta de la seda, que uniría China con el mercado europeo. Es así que China ha encontrado que tiene más que perder en el lado comercial dado que las “listas” americanas han aplicado aranceles por el valor de US$ 550,000 millones sobre productos chinos, mientras que las “listas” chinas solo han afectado el valor de US$ 185,000 millones de productos americanos.
Además, China ha visto que los aranceles que ellos aplican han encarecido sus cadenas de valor, desplazando mucha producción a países competidores donde abunda capacidad instalada como Vietnam, Tailandia o Malasia, incluso México ha sido beneficiado tomando parte de la producción china.
Por otro lado, los efectos se han sentido en todas las economías mundiales a través de los precios. La contracción de la producción china afecta la demanda de commodities, y a nivel local la caída del precio de estos bienes termina afectando a nuestro principal sector exportador, el sector minero.
La firma de la primera fase del acuerdo comercial, que se había anunciado desde el 13 de diciembre del 2019, pone un respiro a las dos economías, en un momento donde ninguna está en una posición firme para enfrentar una recesión o una caída en los mercados financieros. Estados Unidos ha frenado una nueva ronda de imposición de aranceles a productos chinos, ha quitado la denominación a China como país que manipula su moneda y se ha comprometido a reducir aranceles de 15% a 7.5% sobre un valor de US$ 120,000 millones. China, por su lado, se compromete a incrementar sus compras a Estados Unidos por un valor de US$ 200,000 millones, entre productos de manufactura, agrícolas, energía y otros servicios, y permitiría a inversionistas americanos comprar directamente a bancos chinos deuda de alto rendimiento, pero de alto riesgo.
Adicionalmente, en el acuerdo de 96 páginas se tocan temas hasta ahora sin avances sobre derechos de propiedad y transferencia tecnológica. Una fase dos del acuerdo comercial no ocurriría hasta el 2021, permitiendo a Trump y Xi Jinping concentrarse en sus objetivos internos.