Por: Natalia Manso
Gestión, 28 de Setiembre del 2022
Por qué no estamos dando a nuestros jóvenes motivos suficientes para que dejen de emigrar para trabajar o estudiar”.
El Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) nos ha puesto en la mesa la reflexión sobre la emigración y la inmigración. Su reciente informe “Perú: Estadísticas de la emigración internacional de peruanos e inmigración de extranjeros, 1990-2021” es un viaje a lo largo de más de tres décadas de intensos movimientos migratorios en cuyo epicentro se encuentra la búsqueda de oportunidades. Revela que en el Perú viven 1.3 millones de migrantes internacionales, mientras 3.3 millones de peruanos residen en el extranjero, principalmente en Estados Unidos, España, Argentina y Chile.
En la absurda politización del tema migratorio, es necesaria un poco de introspección. Cierto es que la emigración peruana ha sufrido un descenso sostenido desde 2010, si bien la balanza inmigrantes-emigrantes sigue apuntando hacia la salida. Además, las remesas que ingresan al país gracias al esfuerzo de los migrantes continúan siendo un flotador para muchas familias, las cuales recibieron US$ 3,592 millones en 2021, equivalentes al 1.6% del PBI.
El 20% de nuestros emigrantes son estudiantes, el resto se divide entre profesores con un 17%, son la ocupación mayoritaria-, ingenieros, profesionales y muchos enfermeros. Es revelador saber que, en estos últimos 30 años, el 51.9% de los emigrantes fueron mujeres, creciendo esta brecha hasta un 54.6% en 2020. Esta fuga de talento tiene un impacto social evidente: hemos perdido casi 30,000 profesoras, 17,204 enfermeras, 24,394 contadoras, administradoras y economistas, 5,110 abogadas, 3,588 psicólogas y hasta 1,850 obstetrices, mientras nuestro sistema de educación y salud sigue en cuidados intensivos.
En paralelo, el gobierno presenta un proyecto para modificar la Ley de Migraciones con un enfoque especialmente preocupante para las madres. Tan desacertada ha sido su formulación que deja en un limbo la situación a los menores hijos de las inmigrantes, a las que expulsaríamos bajo absurdos supuestos como no portar un documento de identidad, situación que depende con frecuencia del actual colapso de la Superintendencia Nacional de Migraciones.
La inmigración es fuente de riqueza y desarrollo. Díganselo a Suiza, con casi un tercio de población extranjera, o Estados Unidos con 1 inmigrante cada 5 habitantes. El mensaje populista de ampliar a nuevas causales de expulsión suena a excusa para disimular la incapacidad de los sucesivos gobiernos en realizar una gestión migratoria ordenada, eficaz y respetuosa de los derechos humanos y los tratados internacionales. Pero, además, es un velo para evadir el otro debate: por qué no estamos dando a nuestros jóvenes motivos suficientes para que dejen de emigrar para trabajar o estudiar, peor aún en el caso de las jóvenes. El amor por la tierra no es un incentivo suficiente. Como estado y sociedad debemos aportar oportunidades, trabajo, seguridad y calidad de vida para todos y todas.