Natalia Majluf, Historiadora
El Comercio, 15 de agosto de 2016
Cuando en los últimos días el presidente Pedro Pablo Kuczynski definió como meta duplicar el número de turistas (cifra todavía lejos del potencial que el Perú tiene en este rubro), propuso, entre otras cosas, construir carreteras de acceso a Choquequirao y Kuélap. Parecería evidente decir que priorizó la inversión en infraestructura. Según el diccionario, sin embargo, infraestructura es el “conjunto de elementos, dotaciones o servicios necesarios para el buen funcionamiento de un país, una ciudad o de una organización cualquiera”. Es mucho más que ladrillo y cemento.
Los datos del Mincetur señalan que más del 70% de los turistas extranjeros que llegan al Perú nos visitan motivados por temas relacionados con la cultura. Esto incluye el interés por monumentos arqueológicos (Machu Picchu lidera todos los sondeos), por la diversidad etnográfica y por la gastronomía. Las vías de acceso a Choquequirao y Kuélap son sin duda fundamentales para empezar a construir un polo de desarrollo en torno a estos lugares. Pero las verdaderas carreteras del turismo no tienen la forma de pistas o teleféricos. El crecimiento del sector solo se puede sostener a través de la inversión en lo que constituye el activo que motiva la visita: colecciones, museos, monumentos arqueológicos e históricos, lenguas y formas tradicionales de vida. Y esa inversión se sustenta en la conservación y en la investigación académica.
Lo cierto es que el desarrollo del turismo cultural solo será sostenible sobre la base de la capacitación, la investigación y la generación de conocimientos en áreas especializadas como la arqueología, la historia del arte, la antropología, la lingüística o la conservación, todos campos desatendidos desde el Estado. No es el lugar para hacer un diagnóstico del sector, pero pongo por delante dos datos sueltos que nos dan un indicio de las razones por las que no se logran avances significativos.
No se contempla, por ejemplo, la asignación de fondos nacionales para el subsidio a la investigación en humanidades, lo que incluye proyectos arqueológicos, antropológicos o de conservación de monumentos. De otro lado, el Ministerio de Cultura, responsable de velar por la preservación de nuestro patrimonio, no cuenta en su planilla con un solo conservador con formación de posgrado (de los cuales hay poquísimos en el país). Esto se refleja en el propio organigrama del ministerio, que tampoco cuenta con una dirección dedicada exclusivamente a la conservación.
No hay dificultad que no tenga solución. Aquí tres acciones simples que pueden tener un impacto inmediato y duradero:
La primera es ampliar el alcance del Concytec –que viene haciendo un excelente trabajo– y dotarlo de los fondos necesarios para que pueda también promover la capacitación e investigación en humanidades.
La segunda es invertir lo antes posible en formar una nueva generación de conservadores científicamente capacitados. (Descargo: el MALI, junto con otras organizaciones, viene promoviendo una maestría en conservación preventiva y gestión de colecciones).
Y la tercera es otorgar recursos al Ministerio de Cultura para establecer un fondo concursable destinado a proyectos de conservación de monumentos, colecciones, archivos y bibliotecas.
El saqueo del patrimonio destruye evidencias materiales, pero también oportunidades de desarrollo. Pensemos en lo que el trabajo académico en Sipán, el Brujo o en la Huaca del Sol y de la Luna ha producido para la industria turística y para la imagen del país. O lo que la conservación de las iglesias coloniales en la llamada ruta del barroco puede generar para la región de Quispicanchi. La lista es interminable. El potencial también.
Lampadia