Por: Moisés Wasserman, Diario “El Tiempo” de Colombia, GDA
El Comercio, 12 de mayo de 2019
Hasta hace relativamente poco, el título de esta columna no hubiera sorprendido; hoy resulta menos claro. Una encuesta del Centro de Investigaciones Pew, en Estados Unidos, señala que solo el 44% de ciudadanos confía en la comunidad científica. Paradójicamente, cuando se les pidió comparar entre diversas instituciones sociales, la segunda con mayor confianza fue la científica (79%), por debajo solo de la militar y muy por encima de los medios, los empresarios y el gobierno. En Europa, la ALLEA (All European Academies) manifestó en un artículo reciente su preocupación por una caída en la credibilidad de la ciencia. El 58% de los entrevistados manifestó no confiar en que los científicos informen adecuadamente sobre asuntos que generan controversia.
Puede ser que esos resultados señalen más bien la debilidad de las encuestas para abordar un asunto tan complejo. Pero es evidente que el aumento de la información informal, a través de las redes, ha promovido la difusión de conceptos equivocados y, a veces, descaradamente falsos.
Ese crecimiento de información errónea tiene en sus bases problemas conceptuales de fondo. Uno de ellos es la forma como se entiende lo que es una teoría científica. Los creacionistas suelen decir que la evolución es “solo una teoría” y, por tanto, debe enseñarse en igualdad de condiciones con la del “diseño inteligente”. Pero no es así, teoría no es una mera opinión en ciencia. Es una explicación bien sustentada de algún aspecto del mundo natural, que incorpora hechos, leyes, inferencias e hipótesis sometidas a rigurosas pruebas.
Es cierto que casi toda teoría aceptada hoy tuvo pocos seguidores en sus inicios. Pero finalmente se estableció por un consenso al que se llegó después de un largo proceso de crítica, observación, experimentación y contrastación de sus explicaciones y predicciones.
Hay teorías con diversos grados de consenso. Pero aun si este no es total, una persona con espíritu científico puede analizar las distintas posiciones y evaluar el rigor de los argumentos para aceptar, al menos temporalmente, los más sólidos. La ciencia avanza evidenciando el error.
Los científicos no suelen expresarse rotundamente. Sin embargo, podrán decir con toda seguridad que los seres vivos no fueron creados en su actual forma, que el universo no fue creado hace 6.000 años o que la Tierra no es plana ni el Sol gira a su alrededor.
Hay hechos que se aceptan, aunque se reconozca que las teorías no siempre están totalmente terminadas. Así, se puede decir que el universo se está expandiendo, que estamos sufriendo un cambio climático derivado de la actividad humana y que las vacunas funcionan y han salvado millones de vidas. Quien usa un GPS está comprobando la teoría de la relatividad, y quien habla por un celular está ratificando la teoría cuántica.
He leído a columnistas acusando a científicos de recibir pagos por exponer una posición que a ellos les disgusta. La duda es inherente al proceso científico, pero ella debe servir para estimular la discusión, no para terminarla. El ciudadano ilustrado no puede saber de todo, pero sí debe ser capaz de distinguir entre una desconfianza propositiva y otra que se da por falta de mejores argumentos.
–Glosado y editado–