Curadores invisibles: cómo los algoritmos deciden lo que pensamos y sentimos
Martín Naranjo
Presidente de Asbanc
Gestión, 14 de octubre del 2025
Nuestra experiencia y nuestras emociones ya no se construyen de manera directa. Están curadas artificialmente por programas invisibles.
«El curador es quién escoge, organiza y transforma una colección o una expansión en una narración. No muestra todo, muestra solamente lo que contribuye a esa narración»
Me dijeron que podía escoger un cuadro para la oficina que me había sido asignada. Que debía coordinar con los encargados de logística para ir a una especie de depósito en donde se acumulaba de todo, desde escritorios y sillas hasta una serie de cuadros apilados en el piso contra la pared. Escogí uno que me gustó mucho: un cuadro de grandes pinceladas, brochazos diría, que usaba solo tonos de blanco y gris sobre un fondo negro. Ese cuadro me acompañó por un par de años hasta que salí de licencia para estudiar.
No se cuántos años después, un experto realizó para la empresa un inventario y una valorización detallada de todos los cuadros existentes. El cuadro que yo había elegido en el depósito fue trasladado al lugar principal: al centro, entre las dos puertas del directorio, en el nuevo edificio. Resultó ser la pieza más importante de la pequeña colección. Un cuadro emblemático de Alberto Dávila, trujillano, maestro de maestros en nuestra Escuela de Bellas Artes, un expresionista abstracto, tremendamente disruptivo en su momento.
¿Cómo podía ser que un cuadro así de representativo hubiese estado abandonado en un depósito? ¿Quién decide qué cuadros deben colgarse en cada lugar? ¿Quién elige cuáles no mostrar o abandonar en el depósito? Ese es el trabajo del curador. El curador es quien escoge, organiza y transforma una colección o una exposición en una narración. No muestra todo, muestra solamente lo que contribuye a esa narración. Es, en esencia, un editor de experiencias estéticas.
Nuestra educación también proviene de decisiones de curaduría. Piense usted, querido lector, en los cursos que llevó. ¿Quién escogió cuáles se dictaban y cuáles no? Incluso dentro de un mismo curso, los profesores actúan como curadores. Dos profesores de un mismo curso de Historia del Pensamiento Económico pueden, por ejemplo, dar diferente importancia a Smith o Marx, a Hayek o Keynes, a Becker o Sen.
Nosotros también curamos nuestra experiencia como lectores. Escogemos qué libros comprar y vamos eligiendo según nuestros intereses en cada momento. Curiosamente, es muy común no leer todo lo que compramos. Esos libros en nuestros estantes que no hemos leído constituyen lo que Nassim Nicholas Taleb, a partir de una anécdota de Umberto Eco, llama nuestra antibiblioteca, y son tan o más valiosos como los que ya leímos. El valor de esa antibiblioteca es como el de una opción financiera. Esos libros no leídos son una opción que se ejecuta cuando entra en valor, cuando se te hace necesario disfrutarlos, para descubrir nuevas ideas o como herramienta de investigación.
Este concepto de curaduría es muy fácilmente trasladable al mundo digital y de las redes sociales. Solo que esta vez el curador es un algoritmo. El problema es que el algoritmo de recomendación no optimiza la calidad de tu experiencia estética, ni la calidad de tu formación personal. Al contrario, lo que busca es capturar más tiempo de nuestra atención y orientar nuestro consumo; para ello, utilizando nuestros propios clics, escoge hasta el matiz emocional de los contenidos que nos muestra para optimizar el tráfico. Así, sin darnos mayor cuenta, como si fuera algo espontáneo, vamos hiperpersonalizando nuestra experiencia alrededor de los contenidos que mejor captan nuestra atención. Nos sentimos cómodos cuando validamos nuestras opiniones y prejuicios. Nos hacemos adictos a los disparos de dopamina que nos producen los corazoncitos y los «likes». Nos envolvemos en un mundo en donde nos autorreferenciamos y en donde los contenidos extremos se amplifican. Nuestra experiencia y nuestras emociones ya no se construyen de manera directa. Están curadas artificialmente por programas invisibles, manipuladas por un algoritmo de recomendación.
¿Qué consecuencias tiene este algoritmo como curador? La primera consecuencia, más o menos evidente, es que pasamos cada vez más de nuestro tiempo libre en línea y cada vez menos tiempo con nuestros amigos y familiares. Otra consecuencia, esta vez menos evidente, es que como el conflicto y los extremos captan mejor nuestra atención y como el algoritmo hiperpersonaliza los contenidos que vemos, nos vamos polarizando con mayor facilidad. Si nos atrae y compartimos indignación, multiplicamos la indignación. Si nos atrae y compartimos esperanza, multiplicamos la esperanza. En el extremo, cada uno de nosotros tiene su propia versión de los hechos. Pasamos a vivir en miles de mundos paralelos en donde cada grupo tiene su propia verdad, sus propios amigos y sus propios enemigos. Predomina lo emocional sobre lo razonado.
Ahora, en estos momentos críticos para el Perú, también hay consecuencias políticas. Si cada grupo se autorreferencia, se autovalida y vive en mundos distintos, la deliberación y la conversación políticas se vuelven cada vez más difíciles. No nos ayuda que cada uno tenga una versión distinta de lo ocurrido. Corresponde, desde todos los frentes, recuperar el juicio crítico, sobre todo respecto de nuestras propias creencias. En estos tiempos de crisis, pensar críticamente, lejos de ser un lujo, es una necesidad. Es esencial para recuperar la serenidad y nuestra capacidad de diálogo democrático.