Perú21 entrevistó al catedrático y escritor Marcel Velázquez Castro, quien acaba de publicar el libro ‘Hijos de la peste. Una historia de las epidemias en el Perú’.
Entrevista a Marcel Velázquez Castro es autor del libro ‘Hijos de la peste’.
Por Mijail Palacios
Perú21, 17/12/2020
Escribía sin apuro sobre el anticlericalismo en el Perú. Llegó la pandemia y todo cambió. Emprendió su propio confinamiento, su refugio particular. Antes de las 5 de la mañana ya estaba sentado en el escritorio. Se encerraba y no detenía la marcha por unas cinco horas. Todos los días, sin descanso. “Era una forma de comenzar el día fortalecido”, explica.
Conforme avanzaba con las páginas, afuera el COVID-19 crecía en contagios. La primera versión de Hijos de la peste. Una historia de las epidemias en el Perú (Taurus/Penguin Random House) la acabó a fines de julio. Tres meses después, con el descenso de la primera ola, la obra era presentada. Un ensayo de historia cultural que incluye archivo iconográfico. Un texto que transita entre el miedo, la violencia y el humor, a partir de la fiebre amarilla, peste bubónica, gripe ‘española’ y el cólera.
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Nueve meses después de que empezó esta crisis sanitaria en el Perú, el catedrático y escritor, formado en Derecho, Literatura e Historia, revela estar un poco agotado, pero también señala que escribir el libro ha sido como una catarsis. Una manera de aportar a la comprensión de las epidemias y nuestro presente. “Lo que se conoce más se teme menos”, agrega Marcel Velázquez Castro.
-¿Cómo se vivió 1820, hace 200 años, en un entorno de epidemias, con varias ciudades que se estaban independizando y San Martín avanzando?
Era una situación de crisis total. San Martín buscaba generar un cerco sobre Lima. En su ingreso a Lima, San Martín encuentra una ciudad desabastecida, con muchas enfermedades. Siempre hubo viruelas en Lima, fue una de las grandes enfermedades del siglo XIX y había esos brotes. Había lo que se llamaba las fiebres pútridas, las fiebres biliosas. Había una situación de colapso muy fuerte. Pero también existía la voluntad del médico Juan Manuel Valdez, que era un afroperuano, de tratar de entender las dinámicas de las enfermedades, por qué se propagaban, qué remedios había: como la quinina.
-¿La Ilustración y las enfermedades cuánto influyeron para que se haya dado la independencia?
Son muchos los factores que tienen que ver con 1821, incluso el carácter universal, como la invasión de Napoleón a España o el dominio que tenía San Martín sobre el Pacífico y que no lo tenían los españoles. Pero, sin duda, la crisis de las enfermedades contribuye a acentuar esa sensación de un orden nuevo. Toda epidemia siempre genera la expectativa de un orden nuevo. Por otro lado, las ideas ilustradas influyeron en el afán de conocer el territorio, las plantas; recuerdo un artículo en El Mercurio Peruano sobre la hoja de coca, la utilidad de la quina.
-¿Podemos establecer una comparación con el presente?
En cierta medida hay una analogía. La diferencia principal es que el conocimiento ilustrado estaba reservado a una minoría en el mundo de 1820. Los que poseían un saber médico avanzado eran los médicos de San Fernando, como Hipólito Unanue, el propio Valdez. En cambio, ahora están las redes sociales y la velocidad de la información. Y se ha notado en esta epidemia, por primera vez, la presencia en el espacio público del discurso científico, médico, estadístico, y eso es algo positivo porque todos, creo, hemos aprendido sobre cómo se propaga un virus, qué es la tasa de mortalidad, etc.
-Sin embargo, también hemos visto movimientos negacionistas, antivacunas, los conspiranoicos, figuras públicas en contra del uso de mascarillas. ¿Por qué ocurre?
Las teorías conspiracionistas no son un fenómeno nuevo. Y han servido siempre para ofrecer explicaciones sencillas, muy accesibles a las personas que sienten que el dinamismo del mundo las supera, que sienten que sus valores tradicionales se pulverizan y entonces se refugian en esas lógicas. Lo que es peculiar de nuestro tiempo es que las redes sociales han intensificado y han provocado el crecimiento y la visibilidad de estos sectores. Entonces, aparecen los negacionistas o los que tienen, por ejemplo, teorías absurdas vinculadas a las antenas 4G, como si esto fuese una conspiración para acabar con parte de la humanidad y cosas delirantes que han circulado muchísimo. Y es que en las redes sociales la noticia insólita es la que más ‘likes’ recibe, la que más circula. Por otro lado, está el discurso anticientífico, que se ha notado mucho en políticos locales y a nivel mundial, como Trump y el propio AMLO.
-¿Cómo enfrentarlo?
Es un fenómeno social. También hay que entender cómo funciona la mente de un conspiracionista para enfrentarlo, porque es muy fácil burlarse, negarlo, ridiculizarlos, pero así no resolvemos el problema. Se necesitan más mediadores entre la ciencia y la sociedad, gente que pueda explicar con claridad cómo funciona una enfermedad.
Portada del libro «Hijos de la peste», de Marcel Velázquez Castro. Editorial: Taurus. Páginas: 246.
-Un momento del libro que retrata muy bien cómo las cosas no han cambiado tanto es la gran estufa de 1904. Su paralelo de hoy sería esta suerte de ‘cámara de desinfección’ que se instaló en algunos centros comerciales.
En el libro las llamo las fantasías de la desinfección. La gente necesita creer que es invulnerable al contagio. Por esa estufa pasaban las mercaderías que salían por el Callao. En ese momento el problema era la peste bubónica, que se contagiaba a partir de la picadura de la pulga de la rata, esas máquinas no ayudaban en nada; y es lo mismo que ha pasado ahora, sobre todo al inicio.
-Qué difícil fue vivir en el Perú en los primeros 100 años de la independencia.
Las condiciones materiales son casi inimaginables para muchos. La fiebre amarilla llegó a Lima por el Callao, en 1868, y fue la epidemia más mortífera de toda nuestra historia, casi el 5% de la población de Lima muere en pocos meses. La medicina estaba impotente porque no conocía cómo se propagaba la enfermedad, había una serie de debates pero no había un tratamiento válido. Pero a finales del XIX hubo un desarrollo de la bacteriología, se identifica el bacilo de Koch para la tuberculosis, está Louis Pasteur, se encuentra cómo funciona la difteria y se logra curar. Y al Perú llegó todo eso, por supuesto, después.
-¿Ser ‘hijos de las pestes’ es quizás una de las razones de por qué hoy nos cuesta todavía superarnos en varios ámbitos? ¿Aún sentimos las réplicas de esos primeros 100 años difíciles de independencia?
Una sociedad también es la suma de sus pasados y esos pasados a veces permanecen, siguen influyendo de manera no tan visible. Hemos sido una sociedad que respondió a las epidemias remarcando el miedo, la violencia, las jerarquías sociales y raciales, excluyendo a los chinos, a los vendedores ambulantes, a las poblaciones de las barriadas; ese tipo de respuestas sociales se han ido acumulando en el tiempo y de alguna manera han reaparecido ahora. El título del libro lo que quiere recoger es que las epidemias han moldeado –no solo el cuerpo biológico– las relaciones sociales, las relaciones entre el poder, la ciencia, la medicina y la sociedad.
-Escribe en Hijos de la peste que nos resistimos a las vacunas desde 1860. ¿Por qué pasa?
El movimiento antivacuna ha crecido mucho. Siempre ha habido una mirada ambivalente hacia la ciencia, porque la ciencia también ha tenido un lado siniestro. La ciencia también ha estado presente en Auschwitz, ha habido una manipulación biológica y experimentos con seres humanos en tiempos de guerra. La clave está en que haya una educación científica mucho más intensa en los colegios. Lo que hemos visto en el Congreso me parece un escándalo: que un congresista diga que se va a modificar el ADN de las personas a través de las vacunas o que las vacunas no son seguras y que logren que les quiten el carácter de obligatorias; ahora aparece (la vacunación) como un acto casi voluntario: “si quiero me vacuno, si quiero no me vacuno”, como si fuesen decisiones equivalentes. Es una clase política que está de espaldas a la ciencia, que no conoce cómo funciona una vacuna y causa un daño enorme porque alienta justamente a los antivacunas.
-En el libro detalla cómo el Perú pierde la batalla contra una epidemia de comienzos del siglo XX, precisamente, porque era complicado vacunar.
Todo el siglo XIX ya se conocía el suero contra la viruela y, sin embargo, nunca se pudo llevar a cabo una vacunación masiva. En el siglo XX, con más recursos y conocimientos, se vuelve a intentar y se avanza lentamente; recién hay un sistema de vacunación eficiente a mediados del siglo XX, porque siempre hubo esa resistencia.
-¿Cuáles fueron las consecuencias de rechazar la vacuna?
Las altas tasas de mortalidad. La gente que enfermaba moría, cuando en otros países esa gente podría haberse salvado. Eso tiene una consecuencia en el crecimiento demográfico, en el crecimiento económico. En Lima era tan endémica la tuberculosis que a Lima le decían tuberculima a inicios del siglo XX, porque prácticamente la tuberculosis estaba en todos lados. Y hasta ahora sigue siendo endémica. La viruela siguió matando a personas en el Perú hasta las primeras décadas del siglo XX cuando en muchos países ya estaba controlada a través de la vacunación.
-Hijos de la peste aborda la muerte, pero también el humor (recuerda a Monos y Monadas) en tiempos de epidemias. ¿Cuál es la distancia entre la muerte y el humor?
El humor es una construcción cultural inherente a la condición humana y que permite distanciarnos del determinismo de la muerte. El humor nos da la libertad cultural de poder reírnos de la enfermedad, de nuestras angustias. Es una respuesta ante las desventuras, ante el mal y que dice mucho de nuestra resistencia, de la capacidad de afrontar lo terrible con éxito.
-¿Qué le dice el humor del 2020 sobre cómo venimos resistiendo esta pandemia?
Se ha visto, sobre todo, en los memes. Con el humor se crea un reino de resistencia y esperanza. Es importante que el humor tenga un lugar en la historia de las epidemias, porque es una forma de combatirlas desde la cultura y creo que ha servido de alivio para muchos.
-La parodia de ‘Richard Swing’ en El especial del humor, con esa mascarilla diminuta sobre un rostro deformado, para mí es un retrato de cómo nos ha ido en el 2020 a todo nivel. Claro, un retrato grotesco.
(Ríe) Ha sido un año terrible, sin duda, pero también ha sido un año en el que mucha gente –pienso en médicos y biólogos– han trabajado durísimo para ofrecer algún tipo de solución.
-¿Este es el tiempo ideal para poder investigar y escribir?
Todo tiempo de crisis es un tiempo especial, que te permite emprender proyectos más arriesgados. La experiencia personal de la pandemia fue el aliciente para escribir este libro que no estaba en mis planes.
AUTOFICHA:
-“Soy Marcel Velázquez Castro. Nací en Lima, en 1969. Acabé el colegio e ingresé a Derecho a la Católica. Luego entré a Literatura en San Marcos. A esa edad uno va tanteando y buscando alternativas. Pero hoy me defino como profesor universitario y escritor, o ensayista”.
-“Luego hice una maestría en Literatura y doctorados en Literatura e Historia. Hijos de la peste. Una historia de las epidemias en el Perú es mi cuarto libro. Este verano espero retomar el libro que dejé inconcluso, que es una historia del anticlericalismo en el Perú”.
-“Actualmente, soy director general de Bibliotecas y Publicaciones en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde también enseño Literatura. Lo que quiero es seguir enseñando y escribiendo, son mis dos actividades principales, desde la línea del ensayo de historia cultural”.