Maite Vizcarra
El Comercio, 4 de diciembre del 2025
“Ahora que nos acercamos a tiempos de elecciones, necesitamos poner en la mesa una charla seria sobre el futuro, con ambos polos opuestos”.
El 2 de diciembre se celebró el Día Mundial del Futuro. Y sí, necesitamos celebrar lo que todavía no existe, porque solo entrenando la imaginación colectiva evitaremos seguir viviendo ‘a salto de mata’ como si el futuro fuera siempre un impostor inmanejable.
Los peruanos somos especialistas en el ‘aquí y ahora’. Tenemos una sapiencia innata en apagar incendios, improvisar parches y sobrevivir al día a día. La planificación suele parecernos una excentricidad nórdica. ¿Para qué hacer planes si siempre ocurre ‘algo’ imprevisto? Pero, por lo visto, el resto del mundo ha decidido que vale la pena ensayar futuros posibles, incluso si todavía no podemos importarlos vía delivery.
Por eso existe el Día Mundial del Futuro, que se acaba de celebrar el martes pasado, gracias a la Unesco que nos recuerda que pensar en el mañana no es una pérdida de tiempo, sino una forma de protegerlo.
La Unesco sugiere que cada país diseñe una visión a largo plazo si de verdad quiere enfrentar los desafíos globales –climáticos, tecnológicos, sociales– y garantizar un desarrollo feliz. Pero el concepto detrás de esta celebración es más seductor aún, pues busca promover la llamada Alfabetización del Futuro (Futures Literacy). Una habilidad universal basada en algo que sabemos hacer desde que somos niños: imaginar.
Pero no se trata de soñar por soñar, ni de inventar castillos en el aire para luego reclamar cuando no los vemos construidos. Se trata de entrenar esa imaginación en lo social, en lo político, en lo económico; convertirla en una herramienta para tomar mejores decisiones hoy. Prepararnos, recuperarnos e inventar mientras ocurren los cambios. Algo así como un gimnasio para la imaginación colectiva: si no levantamos ideas nuevas, nos atrofian las soluciones viejas.
Ahora bien, reflexionar sobre el futuro nos lleva a un aparente dilema político y filosófico: ¿debemos conservar o rebelarnos? Hannah Arendt lo explicó con claridad icónica: “El revolucionario más radical se convertirá en un conservador el día después de la revolución”. El cambio transforma, pero también obliga a preservar lo construido. Quien ayer derribaba muros hoy los defiende para evitar volver al punto de partida. No es incoherencia: es la dinámica natural del poder y del progreso.
De ahí que el futuro no deba ser monopolio ni de los rupturistas ni de los guardianes del orden. Ambos son necesarios. Los que se atreven a cuestionar los supuestos dominantes y los que se preocupan por sostener lo valioso de lo logrado. La clave está en el equilibrio: rebelarnos con criterio y conservar con propósito. Sin ese balance, las sociedades quedan atrapadas entre la parálisis del miedo al cambio o el caos del cambio sin dirección.
Ahora que nos acercamos a tiempos de elecciones, necesitamos poner en la mesa una charla seria sobre el futuro, con ambos polos opuestos. Porque, al final del día, son lo mismo: todo conservador fue alguna vez un revolucionario; y todo revolucionario que logra cambiar algo valioso se convierte, tarde o temprano, en su custodio.
El futuro nos exige asumir ambos roles. Soñar con audacia, pero también sostener con serenidad. Necesitamos opciones que nos permitan un Perú que se atreva a diseñar lo que vendrá y, esta vez, que lo haga con la convicción de preservar aquello que nos permitirá decir, finalmente, que el mañana SÍ vale la pena.






