Maite Vizcarra
El Comercio, 5 de junio del 2025
Las generaciones más jóvenes no están desconectadas de la política. Las han desconectado.
¿Los más de dos millones y medio de jóvenes que por primera vez votarán en las elecciones del 2026 tendrán el poder de cambiar el rumbo del país? Tal vez no quieran cambiar al Perú, pero los que hablan por el Perú sí tendrían que cambiar para ganarse su voto.
Las generaciones más jóvenes no están desconectadas de la política. Las han desconectado. Los responsables las han guardado en una gaveta a fuerza de escándalos y promesas sin cumplir. Y, de ‘contrabando’, los más jóvenes han optado por no perder su tiempo. Esa es la conclusión que emerge, con toda su crudeza, del reciente análisis compartido con Jorge Yamamoto, Augusto Álvarez Rodrich y quien escribe, en la nueva temporada del espacio 4D ahora desde el canal A3R.net.
Allí discutimos los resultados de la encuesta reciente de Datum divulgada en el Día1 Summit 2025 y publicada en El Comercio que revela una distancia cada vez más profunda entre los jóvenes peruanos y el sistema político tradicional. El 65% de ellos declara abiertamente que no le interesa participar en política. No por apatía, sino porque no le ve valor. ¿Para qué perder el tiempo?, piensan. Y no es cinismo: es una respuesta práctica, casi quirúrgica. Entre estudiar, trabajar y sobrevivir, el esfuerzo de invertir energía emocional en algo tan poco fiable como la política parece un mal negocio.
Pero hay matices. Entre quienes votarán por primera vez –unos 2,5 millones de jóvenes entre 18 y 23 años– aún hay algo de idealismo. Son menos cínicos. Un 59% aún cree en la democracia, aunque eso también significa que un sector importante de la juventud no tiene claro eso. Y ahí está el riesgo.
Porque cuando no hay opciones que generen ilusión, siempre puede aparecer el “loco disruptivo” con un discurso incendiario pero seductor, como decía Yamamoto. Ya ha pasado antes. Podría volver a pasar. Ese voto joven –desencantado, impaciente, hiperconectado, pero mal informado– puede convertirse en el verdadero ‘cisne negro’ de las próximas elecciones. Su relación con el poder es distante, pero no indiferente. Y su manera de informarse escapa de los moldes clásicos: no siguen a políticos, periodistas ni opinólogos. Sus fuentes son la familia, las amistades, el entorno inmediato.
La política no les llega por las portadas; les llega por el algoritmo, o ni llega.
Pero eso no significa que no les importe el país. Les importa a su manera: buscan educación, oportunidades laborales rápidas, movilidad social tangible. Quieren una educación que les funcione ¡ya!, no una promesa abstracta a diez años. Y quieren liderazgos que los entiendan sin subestimarlos, que comuniquen con claridad, sin floro, sin engaños.
La charla en 4D concluyó con una evidencia descorazonadora: la valla está bajísima, solo líderes gritones y narcisistas.
Los jóvenes no están esperando que el Perú los cambie. Lo más probable es que, si pueden, se vayan. Más del 75% de ellos lo haría sin dudar. Pero mientras estén aquí, su voto sí puede cambiar algo. Incluso aunque no quieran hacer política, la política tendrá que hacer algo por ellos, conectando honestamente con sus requerimientos. Porque, si no, la deuda nos la van a cobrar muy caro luego los jóvenes que se vayan al lado oscuro de la fuerza.
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