Entrevista a Álvaro Vargas Llosa
El Comercio, 4 de mayo del 2025
Milagros Leiva Gálvez
Extraña tanto a su padre que todavía no puede volver a leer sus escritos. El hijo mayor de Mario Vargas Llosa rompe su silencio a tres semanas de la partida del premio Nobel. Dice que de su padre heredó el apego a la libertad y la certeza de que uno es feliz cuando hace realmente lo que le gusta.
—En un emotivo elogio a su padre después de su muerte, ha escrito que la idea de Mario Vargas Llosa tendrá que ver con los recuerdos, con lo que uno haya leído y con lo que termine evocando. ¿Qué idea central mantiene hoy sobre su padre?
Es demasiado pronto. Tengo muchos retazos de ideas y sobre todo una sensación de vacío, el mundo se me ha empobrecido. Poco a poco irá formándose una idea permanente en mi cabeza.
— ¿De qué murió?
No sé qué se dice por ahí, pero aconsejo no prestar oídos a nadie que no haya tenido acceso a mi padre o a mi familia. Mi padre no murió de leucemia, enfermedad en la que la médula produce una cantidad excesiva de blastos. No era su caso. Lo que tenía era unas defensas muy bajas que lo hacían propenso a infecciones de distinto tipo. También tuvo en la etapa final insuficiencia cardíaca. Tarde o temprano sabíamos que vendría alguna infección que superaría su resistencia. La última neumonía le hizo estragos y fue definitiva.
— ¿Cómo fueron los últimos días de nuestro premio Nobel?
Todos convergimos en Lima para estar a su lado. Lo paseamos en auto y en silla de ruedas, le leímos poemas y fragmentos de novelas, le pusimos conciertos de música clásica, le contamos cosas de sus obras (está por salir en Francia “Le dedico mi silencio”), de nuestras vidas, atendimos sus urgencias de salud y, en los momentos finales, hubo en la familia quienes se animaron a cantarle música criolla porque la sensibilidad auditiva es lo último que se pierde. En las últimas horas, cuando ya estaba semiinconsciente, nos turnamos para leerle en voz alta. Y le pusimos música, sobre todo sonatas de Beethoven, composiciones de Mahler. Yo le dije al oído en un momento: “Hubiera preferido irme antes que tú”.
— ¿Fue consciente de la proximidad de la muerte?
Creo que lo fue “antes que anochezca”, para usar el título del libro de Reinaldo Arenas, pero no necesariamente en el momento mismo en que empezó a anochecer. Era consciente del deterioro en la última etapa y de tanto en tanto hacía comentarios resignados, con cierto humor negro. Pero sonreía y hasta reía de alegría con las pequeñas satisfacciones que le ofrecíamos. A veces le subía la “nevada” arequipeña, frustrado por no poder seguir siendo el hombre vital que fue siempre. Dejó muchos encargos y decisiones, pero con cierta anterioridad, no en la etapa final. Quería ser cremado, evitar una ceremonia pública y que nos ocupemos de su obra.
— ¿Puedo saber cuál fue el último consejo que le dio antes de partir?
Puedo mencionar que le escribió, con mucha dificultad y haciendo un tremendo esfuerzo, una carta a mi hijo Leandro, que tiene vocación literaria, haciéndole advertencias. Esencialmente le decía: “El éxito es una casualidad, lo que te espera es el sacrificio, incluso la frustración, pero si eso es lo que quieres, hazlo”. Mi hijo tiene esa carta enmarcada. Lo hacía feliz tener a mi madre a su lado, así como a sus tres hijos y los nietos que pudieron llegar a tiempo. Le preguntó a mi madre en uno de los últimos días: “Patricia, ¿estás enamorada?”.

— ¿Qué le contestó su madre?
Ja, ja, ja. Yo no estaba en ese momento, solo los enfermeros. Y esa parte ella ya no me la contó, pero no lo necesitaba: sus actos en todo este tiempo hablan por sí solos.
— ¿En qué momento se dio cuenta de que su padre era un escritor inmortal?
Cuando crucé la frontera entre Pakistán y Afganistán por un lugar que se llama Peshawar, hace más de tres décadas, en plena guerra civil entre diversos señores de la guerra, y uno de ellos reconoció mi apellido y me dijo: “He leído a su padre”. También cuando, en Beijing, lo vi llenar teatros de dos mil o tres mil personas para hablar de sus novelas.
— ¿Por qué su familia no aceptó un homenaje oficial del Gobierno Peruano?
Las disposiciones de mi padre fueron que no quería una ceremonia oficial. La presidenta me llamó la noche en que murió para ofrecernos una ceremonia oficial y le expliqué que las voluntades de mi padre eran otras. Ella lo entendió, me contó que decretaría el duelo nacional al día siguiente y que las banderas serían izadas a media asta en el país, y me preguntó si podía hacer un acto de presencia en la casa para despedir a mi padre en el velorio privado. Le agradecí y le dije, por supuesto, que sí.
— Usted ha escrito que el diálogo íntimo con su padre comenzó cuando tenía doce o trece años. ¿Mario fue un padre abierto, tolerante, un gran oidor? ¿O al principio hubo cierto temor de decir lo que pensaba?
Fue un padre liberal. Delegó la autoridad en mi madre, supongo que en parte para evitar repetir los conflictos que tuvo con su propio padre. Habló con nosotros, desde chicos, de todo: cultura, política, sexo, dinero, las adversidades de la vida. “Aprende que vivir es joderse”, me decía a menudo para prepararme para el futuro. Mi padre no daba consejos, daba opciones. Aprendí así la libertad de optar, la responsabilidad individual. La ironía es que mi padre no quería tener hijos porque pensaba que eran una distracción para un escritor y luego, vaya, que fue un padre entregado a sus hijos.
— ¿Qué lecciones de vida ha sacado de esos diálogos?
La más importante es esta: la mayor fuente de la infelicidad es dedicarse a cosas que a uno no le gustan. Y qué razón tenía. Lo veo por todas partes. Dedícate a lo que te gusta, aunque los demás no estén de acuerdo o te pueda traer a la larga sinsabores y frustraciones porque arrepentirse de no haber hecho lo que a uno le gusta es la peor frustración.

— ¿Desde cuándo llama a su padre Varguitas? Para los lectores, Mario es “Varguitas” desde “La tía Julia y el escribidor”.
Desde hace muchos años. Sí, el apelativo nace con la novela –que se publicó cuando yo tenía once años– y seguramente lo empecé a llamar así poco después. A menudo él también me decía Varguitas. A veces yo le decía Vargas Llosa y él también.
— ¡Y Varguitas era su mejor amigo!
Fue mi mejor amigo y, en un sentido profundo, quizá el único gran amigo que he tenido. Extraño contarle cosas: personales, políticas, culturales, pequeñas o grandes. En los últimos años, me hizo muchas confidencias. Extraño el tono confidencial, más de amigo íntimo que de padre, con que me contaba lo que pasaba por su cabeza. Compartir esta pérdida y la etapa previa tan intensamente con mi madre y con Gonzalo y Morgana ha sido importante.
— Cuando piensa en sus libros y ensayos, ¿a qué texto vuelve siempre?
Al último capítulo de “Historia de Mayta”, a los episodios de Urania en “La fiesta del Chivo”, a algunos pasajes de “Conversación en La Catedral” o al inicio erótico de “Cinco Esquinas”.
— ¿Ha vuelto a leer alguna de sus novelas ahora que ya no está?
No. He leído todas dos veces, algunas tres. Volveré a leerlas, pero voy a esperar un tiempo.
— ¿Se arrepintió su padre de sus endoses políticos?
Todos fueron hechos con plena conciencia del mal menor. Quizá con Toledo es con el que más desengaño sintió.
— ¿Odiaba su padre a Fujimori como dicen los albertistas?
No. Odiaba el golpe de Estado y el autoritarismo. Mi padre apoyó a Keiko en el 2021. Él siempre decidía en función de las opciones existentes. Decía: en literatura, en el arte en general, hay que apuntar a la utopía, a la excelencia, pero en política hay que ser realista.
—¿Qué dijo cuando Alberto Fujimori murió?
Yo no estaba con él en ese momento. Eran sus últimos meses de vida, una etapa en que su salud declinaba. Ya no prestaba demasiada atención a la actualidad. Vivía más bien encerrado en un mundo mental distante, salvo cuando estaba mi madre, mis hermanos y yo, y algunos amigos que lo visitaban.
—La pregunta de Zavalita sobre cuando se jodió el Perú es un clásico en el análisis político. ¿Ya tiene una respuesta?
Hay muchos momentos. Uno de ellos es cuando, a la caída del régimen dictatorial de Fujimori, la democracia peruana fue incapaz de superar durante décadas el odio entre fujimoristas y antifujimoristas y la polarización acabó contaminando a todas las instituciones y afianzando posturas irreconciliables.

“El gobierno de Boluarte refleja la realidad política peruana”
— ¿Fue un error haber apoyado a Ollanta Humala?
Humala no hizo un gobierno radical de izquierda, más bien un gobierno mediocre y por eso la primera mitad hubo crecimiento, aunque impulsado por las materias primas, como las materias primas habían ayudado a Alan García –por quien mi padre votó en segunda vuelta– a atraer capitales. La alternativa era el fujimorismo en un momento en que no había una evolución clara.
— Usted y su padre fueron garantes en el 2011. ¿Algún mea culpa?
‘Garantes’ fue una palabra inventada por los adversarios. Lo que hicimos es lo que hacen los ciudadanos en una democracia: optar y participar. Que fuera un gobierno mediocre, que su esposa manejara el poder con demasiado personalismo o que mucha gente de la izquierda caviar se subiera al carro, refleja la realidad de la política peruana de las últimas décadas y la escasez de cuadros que tenía Humala.
— ¿Cómo ve la gestión de Dina Boluarte hasta este momento?
Soy menos implacable que muchos, porque no la juzgo como la persona que ganó las elecciones con un plan de gobierno y fracasó, sino como la persona que en el momento crucial le dio la espalda a Castillo y resistió la asonada golpista que hubiera conducido al Perú al populismo autoritario. Los resultados son pobres, pero preservó la democracia y va a entregar el poder. Ha sido un gobierno de emergencia desbordado por al grave problema de la inseguridad y la impericia administrativa. La economía va lenta, pero el año pasado el Perú tuvo la segunda tasa de crecimiento de Sudamérica y este año probablemente la tercera, tras Argentina y Paraguay. No le puedo pedir grandes reformas liberales a quien no ganó una presidencia con un programa que ofrecía eso. Eso hay que pedírselo a quien venga después.
— ¿Existe algún candidato que le ilusione?
Tengo la esperanza de que la candidatura de Carlos Espá, que ha mantenido un perfil muy bajo mientras recorre el país, tenga algún destino y que coloque una bancada importante. Si la gente lo conociera como lo conozco yo, sabría lo valioso que puede ser su aporte al Perú.
— ¿Keiko tiene chance o ya debe retirarse?
Venimos decretando la muerte del fujimorismo desde el año 2000 y allí están. Ella ha llegado tres veces a la segunda vuelta. Tiene muy difícil ganar la segunda vuelta si pasa, pero no veo que tengan un mejor candidato.

Panorama mundial
— ¿Cuál es su balance de los primeros cien días de Donald Trump?
Ha aumentado el gasto público al elevar el presupuesto de Defensa a un billón (trillón en inglés) de dólares en un gobierno que ya tiene un déficit de 6% del PIB, ha precipitado una recesión, generado una incertidumbre mayúscula e introducido elementos de irrespeto a las instituciones y al derecho internacional que preocupan enormemente. Dicho esto, tiene razón en que hay que desregular y bajar impuestos (pero no sin bajar el gasto), y en que la izquierda populista, el “wokismo”, ha sido nefastos para el país.
— ¿El eje mundial ha entrado en incertidumbre y descalabro por las decisiones de Trump?
Sí. Estados Unidos, donde estoy basado desde hace muchos años, es un país demasiado importante para estar gobernado por alguien tan irresponsable. Mi esperanza está en las instituciones del país. Ojalá surja una reacción liberal dentro del Partido Republicano porque no vendrá del Partido Demócrata, que está muy tomado por el populismo y el “wokismo” todavía.
— ¿Y qué opina de Javier Milei?
Que tiene la formación en economía de la que carece Trump. Ha hecho reformas valientes y logrado cosas importantes en materia fiscal y monetaria, y su ministro Sturzenegger está desmontando parte del aparato burocrático. Me gustaría que tuviera una mayor sensibilidad por las instituciones, un mayor sentido de la necesidad de hacer alianzas con el macrismo y una menor agresividad contra todo aquel o aquella que no se alinee.
— Sheinbaum en México y Petro en Colombia son grandes detractores del gobierno peruano. ¿La izquierda tiene en estos gobernantes a sus peores representantes?
No olvide a Maduro, Díaz Canel y Arce y Evo, que se disputan el poder en Bolivia. La izquierda latinoamericana, con excepción de la uruguaya, está en el Parque Jurásico.
— ¿Será posible liberar a Venezuela del chavismo? Nicolás Maduro parece inamovible.
Ocurrirá, pero tardará mucho más de lo que quisiera. Se ha instalado allí una mafia más que una dictadura, con un aparato de inteligencia bien organizado por los cubanos y una capacidad represiva despiadada. Tienen secuestrado al yerno de Edmundo González y a María Corina Machado en la clandestinidad, no lo olvidemos, por el crimen de haber ganado las elecciones que Maduro se robó.
— ¿Otorgar el asilo político a Nadine Heredia ha desnudado a Lula?
Lula es un personaje dañino para América Latina. Asilar a Nadine es el menor de sus pecados. Brasil es el país faro de la región sólo en potencia, en la práctica Lula lo ha empequeñecido con su tolerancia con la corrupción, su demagogia en política exterior, sus alianzas con dictaduras y su intromisión directa en la Justicia.
— En el Perú hoy muchos buscan a un Bukele por la inseguridad. ¿Es Bukele un buen referente?
Bukele es lo que ocurre cuando una sociedad no encuentra mecanismos plenamente democráticos e institucionales para darle orden a un país. Es una lección que el Perú debe tener en cuenta en las próximas elecciones.