Luis Carranza, Ex ministro de Economía y Finanzas
El Comercio, 8 de noviembre de 2016
La incapacidad de una sociedad para crecer y desarrollarse no es un problema económico, no tiene que ver con la poca diversificación productiva, la caída de los términos de intercambio o la falta de infraestructura. La falta de desarrollo de un país está directamente relacionada a la incapacidad de la sociedad para implementar buenas políticas y lograr un sector público eficiente que haga factible la prosperidad. Y ese es un problema político.
Evidentemente, las condiciones iniciales y económicas (términos de intercambio, posición geográfica, tamaño de población, recursos naturales, etc.) son importantes pero no determinantes. Corea del Sur es un claro ejemplo. Ellos resolvieron su problema político. Nosotros no.
Las sociedades son sistemas complejos donde multitudes de agentes toman decisiones en ambientes de incertidumbre, afectados por sus expectativas y las instituciones existentes, donde las fuerzas para cooperar y para competir se dan en subgrupos y de manera no homogénea.
Cada sistema es único, y si bien existen ciertos principios que regulan su dinámica, las reacciones no son las mismas ante los mismos efectos y los cambios que ocurren tienden a ser permanentes o tienen mucha inercia. Por ejemplo, después de que la peste negra asoló Europa en el siglo XIV los ingresos reales de los campesinos aumentaron en Inglaterra pero no en Francia.
Existen ciertas características de estos sistemas complejos. Primero, tienden a la estabilidad. La manera como se reparte la renta y quienes se benefician del crecimiento está determinada por instituciones políticas que tienden a ser estables en el tiempo. Asimismo, los grupos que se benefician invierten recursos en perpetuar dichas instituciones. Por ejemplo, las empresas financieras en Estados Unidos han evitado una mayor regulación, a pesar de que la crisis financiera del 2008 fue causada por la ausencia de regulación y supervisión financiera.
Segundo, la presencia de elementos exógenos al sistema (cambios tecnológicos, cambios climatológicos, enfermedades, etc.) tiende a tener profundos impactos en las sociedades si sus instituciones políticas no son lo suficientemente flexibles para adaptarse. Así, las malas condiciones climatológicas explican la revolución rusa, ante la incapacidad de la nobleza de adaptarse a las nuevas condiciones. Luis XVI convoca a los Estados Generales para subir impuestos en Francia y gatilla la revolución.
La tercera característica es que aparentemente pequeños cambios o eventos aleatorios generan en el largo plazo grandes transformaciones en las sociedades. ¿Por qué Costa Rica logra escapar al destino de violencia y bajo crecimiento que asoló a las repúblicas centroamericanas en la segunda mitad del siglo XX?
Para alcanzar la prosperidad en las sociedades se requiere armonizar tres elementos: la naturaleza de las personas, la interacción de las personas y la conformación de un Estado eficiente. Está claro que los pesos relativos de cada elemento dependerán de las características culturales y el nivel de confianza que exista en cada sociedad.
Las personas responden a incentivos y requieren protección de sus derechos de propiedad. Esta versión minimalista de Estado está muy bien reflejada en la frase de Adam Smith que dice que si los países tienen paz, un buen sistema de justicia y bajos impuestos el orden natural de las cosas los llevará de la barbarie a la prosperidad.
Pero esa versión de sociedad se contradice con la necesidad de resolver problemas de acción colectiva y de bienes públicos que requieren cooperación de agentes económicos que no tienen lazos de parentesco y ni se conocen. Aquí surgen dos problemas fundamentales. Primero, los agentes no querrán cooperar si perciben que el contrato social no es justo. Segundo, para que cooperen se requiere de instituciones fuertes que funcionen bien y de un Estado eficiente en proveer los bienes públicos y en regular y adaptar las instituciones. Que es justamente el tercer elemento que necesitamos resolver para alcanzar la prosperidad.
¿Cómo podemos hacer para sacar los proyectos mineros adelante? Ese no es problema técnico, es un problema político.
¿Cómo podemos hacer para que se use productivamente toda la tierra irrigada de la costa peruana? Ese es un problema político.
La captura del gobierno (local, regional o nacional) por parte de mafias que usan el clientelaje y la intimidación para hacerse de las rentas económicas es un problema político.
Encontrar el balance de estos tres elementos es muy complejo y requiere buscar intersecciones de restricciones políticas y económicas. Dentro de estas restricciones, la parte fiscal juega un rol fundamental.
Por un lado, los impuestos afectan los incentivos de la gente a esforzarse y no pueden ser muy altos porque las inversiones se irían y la gente no trabajaría. Por otro lado, los impuestos son la amalgama social que permite crear y financiar instituciones eficientes para poder resolver los problemas de acción colectiva, proveer bienes públicos y ofrecer un contrato social “justo” a la sociedad. El criterio de justicia no es el mismo en Estados Unidos que en Dinamarca o Japón.
La propuesta fiscal del anterior gobierno fue un total fracaso. La apuesta fiscal del actual gobierno es muy riesgosa.