Las grandes personalidades políticas suelen surgir en momentos de gran dificultad. Y los grandes líderes proponen entonces cambios de rumbo y abandono de tendencias, persuadiendo a la gente de que las soluciones no se encuentran en los caminos trillados.
Margaret Thatcher fue un gran personaje del siglo XX. No por ser la primera mujer en desempeñarse como primera ministra del Reino Unido –nunca usó el argumento sexista para perseguir simpatías–; más bien, porque tuvo la lucidez y el coraje de proponer soluciones distintas a las políticamente correctas y de convencer a sus compatriotas de que no esperasen que sus grandes problemas fuesen resueltos a través del Estado, sino por su propio esfuerzo.
En su condición de gobernante, Margaret Thatcher conquistó enormes logros en las ideas y en la realidad. Veamos solo algunos de ellos.
Planteó y consiguió la liberalización de la economía, lo que facilitó al país el acceso al mercado y el avance hacia un capitalismo popular.
Emprendió la privatización de empresas y servicios públicos, traducida de inmediato en menores gastos para el Estado y en mayores beneficios directos para los usuarios.
Propuso el desmantelamiento del Estado del bienestar, que convierte a los ciudadanos en Estado-dependientes y les impide desarrollarse como individuos a plenitud.
Rompió el viejo paradigma socialista de concebir la economía como un juego de suma cero, donde el beneficio de unos se traduce en perjuicio para los demás, sin aceptarse que la riqueza se crea y no solo se redistribuye.
Logró la recuperación tangible de una economía destrozada, consiguiendo en pocos años un mejoramiento palpable en el nivel de ingresos y la calidad de vida de su país, que hizo posible su sostenimiento en el poder durante once años (1979-1990).
Arrebató a los socialistas la bandera de las causas populares y –a diferencia de los sucesivos fracasos de aquellos– la convirtió en exitosa. Ello no le fue perdonado por los perdedores. Como dice en sus memorias, frente al auge de la prosperidad, la izquierda, impedida ya de culpar al capitalismo de libre empresa por la falta de trabajo y el pobre nivel de vida, trasladó su atención a asuntos ajenos a la economía. “La idea de que el Estado era el motor del crecimiento económico quedó desacreditada”, señala.
Demostró que el origen de los problemas sociales contemporáneos es que el Estado ha hecho demasiado. La sociedad se compone de individuos, familias y comunidades, y si el Estado usurpa sus decisiones, no solo les desalienta sino que sus problemas aumentan en lugar de disminuir.
Pero su gestión se caracterizó no solo por sus logros, también por el modo de alcanzarlos. Sin temor a ser minoría, convirtió sus programas en planes de mayoría gracias a su firme voluntad, basada en una sólida convicción. Sus principios eran tan claros que nunca dudó en aplicarlos, aun en las circunstancias más extremas. Frente a los conflictos que hubo de encarar, padeciendo presiones y hasta extorsiones, su respuesta jamás pasó por la vacilación o el temor. Para ella, las soluciones a los problemas estaban preestablecidas y claramente definidas: se encontraban en la ley, y su deber como gobernante era cumplirla y hacerla cumplir.
Por todo ello, Margaret Thatcher, a diferencia de otros personajes, en verdad merece ser considerada un ejemplo a seguir.
Tomado de El Comercio, 22 de abril, 2013