La Tercera de Chile, 21 de marzo de 2018
Editorial
De acuerdo a las Cuentas Nacionales informadas por el Banco Central, el crecimiento de los últimos cuatro años fue de solo 1,7% -por debajo del 1,8% previsto inicialmente- donde el punto más débil fue en 2016, que sufrió una fuerte corrección a la baja (0,3 décimas) aterrizando así en 1,3%. Además, el PIB 2017 decepcionó al cerrar en 1,5%, dado que se esperaba una cifra más cercana al 1,6%-1,7%, consecuencia de un primer semestre aún más lento que lo informado en primera instancia. Es así como las cifras oficiales vinieron a confirmar el paupérrimo rendimiento de la actividad del país en el segundo mandato de la Presidenta Michelle Bachelet.
Lo anterior no es más que una constatación de los costos que implica subordinar el crecimiento económico a otros objetivos. Primero crecimiento, lo demás viene después.
También se ratificó el ciclo de mediocridad, con una expansión incluso menor que la de América Latina.
Las cifras reveladas por el ente emisor vuelven a poner en el tapete la importancia de elevar el PIB potencial de la economía chilena. Es que es la única manera de hacer más sustentable el crecimiento y, de esta manera, lograr un gasto fiscal menos cíclico.
Si bien el PIB efectivo se recuperará hacia niveles más cercanos al 4% ante el mayor impulso externo proveniente de las mayores economías del mundo y por ciertas holguras internas, no se debe perder de vista que lo relevante es mejorar la perspectiva estructural.
Para ello el foco inmediato es la inversión, que dado el momento económico en el que se encuentra Chile traerá productividad y mayor contratación de mano de obra. También es fundamental la productividad total de factores, para lo cual se debe dar prioridad a la agenda enfocada en impulsar la eficiencia (en el sector público y privado), mayor flexibilidad laboral y condiciones para aprovechar la cuarta revolución industrial.