Por: Juan Stoessel
Perú21, 20 de diciembre de 2020
Imaginemos un barco en medio de la peor tormenta. Contra viento y marea, se mantiene a flote. Tras mucho sacrificio, por fin se acerca a aguas más calmadas. Solo para que los tripulantes remen de vuelta hacia la tempestad. Es exactamente lo que sucede hoy con el turismo. Cuando asomaba tímidamente la posibilidad de reactivar la industria, nos vemos inmersos en nuevas crisis, esta vez no por causa de un virus, sino de nosotros mismos.
Se esperaba que la recuperación comience por el turismo interno. Había una clara oportunidad con Machu Picchu, que reabrió en noviembre luego de ocho meses clausurada. Pero no pasó ni un mes hasta que un conflicto cerró otra vez nuestra maravilla mundial. La autoridad local y algunos dirigentes sociales reclaman a las empresas ferroviarias una tarifa irreal, sin otra razón que la búsqueda de capital político. ¿Así van a mejorar las condiciones de la gente? ¿Dejando a la población local que depende 100% del turismo –artesanos, guías, ambulantes, dueños de restaurantes y albergues– sin ingreso alguno? El paro acaba de levantarse, pero con un ultimátum. Si el 12 de enero no tienen lo que quieren, huelga indefinida. ¿Quién en su sano juicio planificaría un viaje con esa incertidumbre?
Por si no fuera suficiente, Corpac nos trae este “regalo”: los controladores aéreos amenazan con huelga desde el 22 de diciembre. Si se concreta, no habría vuelos domésticos y adiós turismo interno, hasta nuevo aviso. ¡No contentos con dispararnos a un pie, nos disparamos a los dos!
No es la primera vez que sucede. Hay una clara intencionalidad política de ciertos sectores, sin importar los miles de empleos y personas que perjudican. Sin embargo, el turismo nunca había estado en una situación tan crítica. El barco sigue a flote. No hay que torpedearlo. Al contrario, si queremos salir de esta, ¡rememos todos!