La editora central de Fin de Semana y Suplementos del diario decano, doña Martha Meier Miró Quesada, arremete contra quienes ella denomina “neoliberalidad criolla” o “sacha liberales”, aquellos que, al criticar un artículo de Marco Arana (líder político de Tierra y Libertad) publicado en la página de Opinión de este Diario, sostendrían un pensamiento único aferrado al “modelo primario-exportador”, con lo cual reniegan –según esta exégesis– sobre la necesidad de diversificarnos, apañando así el mercantilismo lobista local.
En verdad, cuesta trabajo desenredar la compleja conspiración que señala doña Martha, a quien le guardo respeto por cierto. Lo primero sería, tal vez, aclarar eso de “neo o sacha liberales”. Salvo por el señalamiento de uno que otro social-confuso, no conozco en el mundo un economista o pensador que se autodenomine “neoliberal”. Será, tal vez, porque el término lo acuñó un liberal (Ludwig von Mises) para referirse a aquellas personas que promovían las libertades políticas, pero argumentaban a favor de la regulación económica y la intervención del Estado en los quehaceres del mercado.
“Neoliberales” son así, en la definición original, aquellos que se creen liberales pero que, en el fondo, no lo son. En todo caso, aquellos liberales que llamaron la atención sobre el artículo del líder político Marco Arana lo hicieron no por razones mercantilistas –actividad inmoral sobre la cual todos los articulistas en cuestión se han pronunciado innumerables veces en contra–, sino por asepsia intelectual.
Me explico: no vivimos un modelo “primario exportador”. No es cierto que dependemos de la extracción de minerales. ¿Pruebas? Numerosas: La primera y más sencilla de hallar es el porcentaje de la economía que corresponde a los sectores primarios (no pasa del 15% del PBI local). Eso lo sabe el líder de Tierra y Libertad; empero, poco le importa.
Después está lo de la diversificación. Nuestra economía está diversificada (cerca del 67% de la misma es servicios, 15% manufactura, 6% agricultura; el resto es minería, pesca y otros sectores). Más que la diversificación, el problema es la pobre estructura estatal que la soporta. Tanto en la provisión de educación, como en la de salud, infraestructura, marco regulatorio u otros componentes del crecimiento económico, salimos jalados. Y eso, más que un tema de diversificación o no, es un tema que le compete en mayor medida al proveedor de dichos servicios (gracias a los impuestos que pagamos): el gobierno.
Lo que el líder de Tierra y Libertad propone, bajo el ropaje de una preocupación ambiental y ecológica, es la intervención del Estado, el sometimiento del capital y la limitación de las actividades empresariales. A él, sin embargo, no le interesan ni la naturaleza ni los pobres, sino las rentas políticas y económicas; si no estaría marchando en Madre de Dios contra la minería ilegal y aplaudiendo la reducción de la pobreza que vivimos gracias al desarrollo del mercado (no por la gentileza estatal).
Y no es cierto que a los liberales no les importe el medio ambiente. Es solo que apostamos por mejoras en la productividad de los recursos y el respeto a los derechos de propiedad. Lo que los defensores de una parte de este “modelo” exigimos, entonces, son reformas que permitan hacerlo más inclusivo aun: mejorar nuestras instituciones, viabilizar mayor competencia (luchar contra el mercantilismo, por cierto), mejorar las dotaciones de capital humano y físico, entre otras.
Esperamos que este gobierno, que apela al crecimiento con inclusión, escuche más a los liberales y menos a esos que desean vivir en el paleolítico (sin minería, y sumidos todos en la pobreza).
(Tomado de El Comercio, 23 de abril, 2013)