El presidente Humala sabe que debe concertar con otras fuerzas políticas para lograr cierta estabilidad hasta el fin de su mandato. Con una bancada disminuida por las renuncias de varios congresistas y el toledismo mirando las elecciones de 2016, debe comprender que solo una oposición adocenada como la actual le permite mantener cierto control en el país. Lo normal a estas alturas, y con la actitud tan confrontacional que se tiene desde el Ejecutivo, es que la oposición ya hubiera tratado de imponer cierto orden, censurando a Urresti y presionando para un cambio de gabinete por uno más plural.
Sin embargo, el presidente busca permanentemente la confrontación con la oposición. No entiende que gobernar en democracia requiere del diálogo y consenso. Mal acostumbrado en los primeros años de gobierno, donde hizo abuso de su mayoría parlamentaria, ahora que esta no existe, sigue actuando bajo el mismo estilo, “chusco y chabacano”, como lo ha reconocido recientemente.
¿Qué es lo que busca Humala con esta actitud confrontacional?
Pareciera que estuviera buscando provocar a la oposición, para que esta asuma realmente su papel. Es decir, para que dentro de su tarea de control político censure ministros o incluso a todo el gabinete. La oposición actúa en los medios de comunicación pero muestra una apatía monumental cuando debe actuar conjuntamente en el Parlamento. No han censurado a ningún ministro a pesar de hechos escandalosos que se han denunciado, han dado el voto de envestidura a gabinetes en los que la intromisión de Nadine Heredia era evidente, han permitido que Nadine Heredia imponga a Ana Solórzano en el Parlamento, no han logrado que se debatan informes de comisiones como el de López Meneses o el de Alexis Humala. Son solo algunos casos en que el contrapeso de poderes no ha funcionado.
Hoy mismo cuando vemos como el (aún, al momento de escribir estas líneas) ministro Urresti agravia a congresistas, ex presidentes y líderes de la oposición han decidido tomar el asunto como un tema de ética, cuando está faltando el respeto a autoridades electas por voto popular, sin cumplir con su obligación de neutralidad y respeto a la ley. El Gobierno, encabezado por Ollanta Humala, e incluso ese oscuro personaje que ocupa la Presidencia del Consejo de Ministros han avalado el comportamiento de Urresti. La oposición no pasa de declaraciones y algo de activismo tuitero.
Es el problema de nuestra democracia. No funciona porque la oposición ha optado por el activismo mediático antes que por hacer política. Cree que el control político es hacer algún comentario firme ante los medios. Entonces como el presidente Humala sabe que nadie lo controla, actúa como quiere, chusco y chabacano, él y todo su Gobierno.
El problema es si los contrapesos no funcionan, la democracia se pone en riesgo. Y la actitud retadora de Ollanta Humala hace pensar que busca estirar hasta donde sea necesaria la resistencia de la oposición. Y cada vez avanza más, sin que exista la respuesta adecuada. Solo en el caso de Belaunde Lossio y su fuga a Bolivia, con Urresti mintiéndole al país de manera descarada, muestra cómo el Gobierno puede hacer lo que quiera, sin que existan repercusiones políticas.
Estamos avanzando en un peligroso camino de intolerancia. El presidente y sus ministros faltándole el respeto a cualquiera que los critique.
Congresistas o periodistas, medios de comunicación o partidos de oposición, ex presidentes de la República o ex oficiales de la Policía, cualquiera que cuestione alguna decisión de este Gobierno será inmediatamente agraviado. Y esa tarea de desprestigiar a la oposición es la que el manual del perfecto autoritario señala en primer lugar. Es obligación de la oposición evitar que sigamos este camino, antes de que sea demasiado tarde.