La Fundación del Partido Civil
Juan Carlos Llosa Pazos
Para Lampadia
Este año ha tenido lugar la conmemoración de un hecho que ha pasado casi desapercibido, y que sucedió hace 150 años, un 24 de abril de 1871. Me refiero a la fundación de la Sociedad de Independencia Electoral, que más tarde se conocería como Partido Civil. Este hecho, desde la óptica de quien escribe estas líneas, constituyó un hito en la historia del Perú, donde por primera vez los influyentes círculos sociales y económicos del país –o más bien limeños- se organizaron para la acción política patrocinando una candidatura civil, no exenta del apoyo de destacadas personalidades militares tanto en servicio activo como en el retiro definitivo. Para ese entonces las candidaturas de grandes mariscales, generales o coroneles habían dejado de ser atractivas para muchos caballeros de chistera y levita pertenecientes a esos círculos. Parecía que nuevos vientos soplaban en la arena política al iniciarse la década que se convertiría en su última etapa en la antesala de la tragedia nacional que asomó el 5 de abril de 1879.
A finales de 1871, se inició el proceso electoral que debía concluir en el relevo del Presidente Constitucional, Coronel José Balta Montero según los usos de la incipiente democracia liberal peruana, instrumentada por la Constitución de 1860 para el buen funcionamiento de la República. Aquella forma de gobierno y de organización del estado, se había establecido por primera vez en el país con la efímera Constitución de 1823, con lo que se dejó de lado la corriente monárquica constitucional, tal como sí lo habían adoptado otros países como Brasil, con el Emperador Pedro I, al declarar este monarca la independencia de los brasileros del reino de Portugal en 18221.
El proceso electoral del periodo 1871-1872 trascurrió de manera muy accidentada, como tantos otros que ha experimentado el Perú en su vida independiente, caracterizados por afiebrados discursos y disputas de las mesas de sufragio –no existía aún el JNE- muchas veces ganadas a balazos por los partidarios de los aspirantes a presidentes. Fueron las principales candidaturas la de Manuel Pardo y Lavalle, líder de lo que se llamaría en adelante civilismo, la del ex presidente General José Rufino Echenique – que luego declinaría su participación – y la del notable jurista don Antonio Arenas. El componente novedoso de la campaña en comparación con las anteriores, lo representaría la incorporación en el discurso de Pardo y de sus amigos del Club Nacional, de ideas antimilitaristas bajo el lema civil al poder, militar al cuartel, pero por encima de ello, fervientemente anti-caudillistas (militares o civiles) de ahí su implacable lucha contra Piérola. A pesar de ello, años más tarde, lo cual fue muy controversial en su momento, Pardo promovería la candidatura del militar Mariano Ignacio Prado en las elecciones presidenciales de 1876, como candidato del Partido Civil.
Finalmente, en el proceso electoral que nos ocupa, resultó ganador Manuel Pardo. Disconformes con ese resultado, un grupo de oficiales del Ejército, liderados por el Coronel Tomás Gutiérrez, a la sazón ministro de Guerra y Marina del presidente Balta, asaltó la Casa de Pizarro y depuso al Presidente Constitucional. Gutiérrez y sus hermanos -coroneles también- acusaron a Balta de faltar a su palabra y de traicionarlos al haber acordado con él días antes, impedir el acceso de Pardo al poder, ya que, según el entender de los conspiradores, el líder civilista resultaba una seria amenaza a la seguridad nacional. Aunque años más tarde ciertos hechos le darían la razón a Tomás Gutiérrez en cuanto a sus motivaciones2, se había producido una fragrante violación a la Constitución, que causó legítimo rechazo en diferentes sectores de la población.
El golpe del estado de los hermanos Gutiérrez terminó en fracaso y en el vil asesinato de sus promotores. Los crímenes fueron perpetrados por hordas infiltradas entre los manifestantes y que de ninguna manera fueron inspirados en principios republicanos y constitucionales, es decir un lumpen –aparentemente azuzado y sobornado- que se aprovechó de la justificada indignación de una masa importante de ciudadanos que de manera reflexiva expresó en las calles de Lima su hartazgo con las asonadas y con las abruptas tomas de Palacio de Gobierno. De ahí que cientos de ciudadanos creían en la necesidad imperiosa de que el pacto social establecido en la Constitución política se respetase a todo trance.
Estos hechos, desde mi punto de vista, han sido abordados principalmente desde la óptica del civilismo a excepción de importantes trabajos como el de la historiadora Margarita Giesecke en Masas urbanas y rebelión en la historia. Golpe de Estado: Lima 1872 (1978) o del escritor Alfonso Bouroncle Carreón, en La Tragedia del 79 (1984).
Una de las medidas que tomó Gutiérrez para imponer su gobierno, fue la de exigir que la Escuadra Nacional se sometiese a su mando, lo cual fue rechazado por el Comandante General de Marina, Capitán de Navío Diego de la Haza desde su puesto de comando en el Arsenal Naval del Callao. Sin embargo, la respuesta más contundente de la Armada vendría pocas horas después desde el mar. En efecto, reunidos en los buques de la Escuadra surta en la bahía, los marinos de guerra liderados por los Capitanes de Fragata Miguel Grau – Comandante del monitor Huáscar – y Aurelio García y García -sin puesto a bordo- mediante un manifiesto a la Nación, condenaron severamente la acción de los Gutiérrez a la que calificaron de acto criminal. Con ello Escuadra cumpliría un papel determinante para el fin de la crisis política, como sucedería más tarde en 1931 y en 1975. Fueron aquellos sucesos políticos violentos, y otros más que tendrían lugar en la década de 1870, en los cuales el Comandante Miguel Grau puso en práctica su más caro pensamiento político de ciudadano librepensador, es decir no reconocer a otro caudillo que no fuese la Constitución.
Manuel Pardo llegó al gobierno como el primer presidente civil elegido por sufragio de acuerdo a la legislación y a las formas de la época. Fue realmente un acontecimiento muy auspicioso para nuestro país al vislumbrase un futuro diferente, dónde muchos creían –no ajenos a la habitual ingenuidad limeña en estos temas- que habíamos entrado a una era de estabilidad política, sobre todo deslumbrados por la energía, empuje, grandes dotes de organizador que poseía Pardo, quien como Presidente de la Beneficencia Pública, había cumplido un destacadísimo rol en los días de la pandemia que asoló Lima en 1869. Hizo lo propio como Alcalde de Lima. Pardo fue la figura política del momento, el hombre de moda como diría Echenique. Su liderazgo magnético, su discurso innovador que enrostraba al viejo y lesivo caudillismo y que a pesar del orden que impuso Ramón Castilla a medios de ese siglo había logrado reinventarse; parecía prometer un auspicioso proyecto nacional. Muchos de sus aciertos y visiones modernizadores para el país, han sido investigados por la historiadora Carmen Mc Evoy, y sus biógrafos que son muchos, entre ellos el ex presidente Valentín Paniagua. Sin embargo, más allá de ello, Pardo fue antes que político, un empresario que invirtió importantes capitales en los principales negocios de la época, es decir en el guano, en la banca, en los ferrocarriles, y en la agroindustria, por lo que no pocos veían con escepticismo su aggiornamento a la política, al considerar que se debía a la defensa de sus intereses particulares o de grupo.
Aquellos cuestionamientos –que algún asidero tendrían- le hicieron ganarse muchos enemigos, entre ellos a Guillermo Bogardus, el misterioso señor Bogardus -como lo llamó Guillermo Thorndike- un abogado y periodista hijo de un cirquero inglés y de madre chilena, peligroso alfil de Piérola quien denunció al líder de la llamada Argolla –los civilistas- en Londres3, donde don Manuel representaba a los consignatarios del guano, y que incluso llegó a atentar contra su vida, siendo aquel ya presidente de la Republica.
Por sobre lo dicho, Pardo tuvo el mérito de gestar la formación y consolidar un partido político que logró trascenderlo –cosa tan poco común en el Perú– que tuvo vigencia hasta la década del veinte del siglo pasado, cuando ya sin brújula, como estancados en una Belle Époque republicana post Cáceres –o la República aristocrática en términos de Basadre- fueron aniquilados por un ex civilista, el exitoso político y businessman Augusto B, Leguía Salcedo. Este hecho en mi opinión, contribuyó a la instabilidad política que se produjo a la siguiente década, y a que no se pudiese consolidar un sistema de partidos en el Perú de manera permanente durante la mayor parte todo el siglo XX.
El primer civilismo por así llamarlo, que se extendió desde su aparición hasta la guerra con Chile, ocupo un lugar de primer orden en la política nacional. Su militancia fue variopinta. En esa década la participación en el civilismo de los miembros de las FFAA fue importante, con un mayor número de oficiales del Ejército, desde Generales de División- como Nicolás Freire, Fermín del Castillo y Luis La Puerta- hasta Tenientes Coroneles. En un número menor, pero de mayor influencia al interior del Partido, oficiales navales de los grados de Capitanes de Navío y de Fragata, cumplieron un rol muy destacado. Posteriormente, el principal líder naval en el partido, Lizardo Montero, ascendería a Contralmirante. Al respecto, señala el historiador alemán Ulrich Mucke, autor de uno de los libros más importantes sobre los primeros tiempos del Partido Civil que tiene por título Política y burguesía en el Perú. El Partido Civil antes de la guerra (2010), menciona que los marinos de guerra fueron protagonistas en la organización del partido y su conducción. Como anota Mucke, en un momento el consejo directivo -que según sus estatutos debía constituirlo cinco miembros- los conformaban tres marinos, Lizardo Montero, Camilo Carrillo y Aurelio García y García.
También integraron el civilismo, Miguel Grau, Juan Bautista Cobián y José Sánchez Lagomarcino. Estos dos últimos oficiales junto con Montero, según Muncke, figuran entre los fundadores. Es muy probable que la principal motivación de aquellos marinos haya sido el progreso y la modernización que, anhelada para su patria, lo que muchas veces habían visto en otras latitudes gracias a su profesión.
Por otro lado, gracias al liderazgo de Grau en la Marina, se estrecharon más los vínculos del partido con la institución naval, a la que Pardo consideraba de carácter estratégico por el empleo de los buques de guerra a favor del estado de derecho y por su demostrado constitucionalismo. Junto con la Guardia Nacional –por él reorganizada y vitalizada, tal vez con la idea, por cierto, descabellada, de superar al Ejército de línea- la Armada permitió un eficaz despliegue de medios para contrarrestar las intentonas revolucionarias anticonstitucionales de Nicolás de Piérola, a quien venció en el sur del Perú. De ahí que, una posible razón, más allá de las virtudes profesionales del Gran Almirante -el más capaz de todos, pero no el único- de la permanencia en el cargo de Comandante del monitor Huáscar durante todo el gobierno de Pardo. Esto puede haberse debido a su probada lealtad de Grau al gobierno civilista, pero sobre todo a la Constitución y a la ley, con lo que su comando se constituyó en una garantía de estabilidad para el régimen civilista, por encima de sus errores o aciertos. Grau era un hombre de principios y por lo tanto, para el futuro Caballero de los mares, la continuidad del gobierno republicano era indispensable para el éxito de nuestro país.
Para las elecciones de 1876, como candidato natural del civilismo se perfilaba Lizardo Montero que se había convertido ya para ese entonces en un personaje muy influyente en la política nacional. Manuel Pardo no lo quiso así, y tal vez esa haya sido la causa del alejamiento de los marinos del civilismo al final de ese periodo. Como hemos señalado, Pardo eligió al General Mariano Ignacio Prado Ochoa como candidato del civilismo para sucederlo en el sillón de Pizarro. Montero no se resignó y disputo la elección interna pero finalmente el triunfo lo obtuvo el vencedor del 2 de mayo de 1866. Por otra parte, a pesar de su vehemencia y lo difícil que pudiese resultar manejarlo atrás del poder formal, Montero era fundador y dirigente del partido, su presencia en él no podía ser subestimado. Según el reconocido historiador don Héctor López Martínez, don Lizardo fue un líder carismático, vehemente, cercano al pueblo, gran jugador de malilla y experto bailador de zamacueca, baile después llamado marinera precisamente en honor a los tripulantes de los buques de la armada. Lo cierto es que a la luz del enfrentamiento del civilismo con Prado – ya gobernante – y asesinado Pardo y posteriormente por su viaje – fuga en 1879, no me cabe duda que el fundador del civilismo erro en su decisión. Más aún, su empecinamiento por no ver la realidad geopolítica que imperaba en el cono sur de América, haciendo gala de sus prejuicios anti militares, como algunos oficiales se lo hicieron ver desde los medios escritos de la época, lo llevaron a comprometer al Perú en un tratado de seguridad nacional con un país que carecía de Armada y que tenía prácticamente abonadas sus costas. Ceguera y pequeñeces, que tuvieron altísimo costo para nuestra patria. Algunas leyendas urbanas dicen que Pardo, autoexiliado en Valparaíso en 1877, se dio cuenta del peligro chileno e hizo esfuerzos para advertir la amenaza al gobierno de Prado, la cual, según este argumento, fue tomada con recelo y desconfianza. Finalmente, una bala traidora de un sargento de la guardia de la cámara del Senado acabo con su vida en 1878.
Para terminar debo señalar que el Partido Civil aunque en tiempos y circunstancias muy distintas, es un modelo a tener en consideración en estos días, por su estrecho vínculo cívico-militar, en particular por la presencia naval en su militancia, que hoy se replica en la participación de dos importantes líderes navales en una nueva institución política, la misma que podría adquirir la impronta del primer civilismo, superando sus errores y su indiferencia por la geopolítica y la seguridad nacional de su primer momento, el que podría convertirse en el gran partido conservador-liberal que necesita nuestro país, en estos tiempos trémulos. Lampadia
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1. El imperio del Brasil tendría vigencia hasta 1889 al ser depuesto Pedro II, sucesor de su padre, gobernarte de ideas liberales y progresistas, que batalló por la abolición de esclavitud contra los intereses de muchos terratenientes cariocas.
2. Entre ellas la irresponsable reducción del número de efectivos del Ejército y la lesiva firma del tratado secreto con Bolivia de 1873, secreto para todos menos para el gobierno chileno gracias a su embajador en Lima, el espía perfecto Joaquín Godoy, casado con limeña de alcurnia y para más señas, gran contertulio en salones encumbrados. Mejor imposible.
3. Denuncia hecha por el peruano Guillermo Bogardus sobre los abusos y estafas cometidas por los consignatarios del guano y algunos de los agentes diplomáticos y financieros de la Republica (1866). En salones encumbrados, mejor imposible.