Por: José Enrique Vera Ocaña, Analista de Macroconsult
Gestión, 4 de diciembre de 2019
Según el Censo Nacional de Población y Vivienda 2017, viven en el país un poco más de 6.3 millones de jóvenes (entre 18 a 29 años), de los cuales solo el 47.9% laboraba en ese punto del tiempo. Además, de 2.8 millones de jóvenes que no tuvieron ningún tipo de actividad laboral, solo el 11% buscó activamente trabajo.
Por otro lado, y como dato consecuente a los dos previos, según la Encuesta Nacional de Hogares, en el 2018 un crítico 16.9% de jóvenes entre 15 y 24 años ni estudia ni trabaja (1.3 millones), a pesar de que la gran masa de este grupo (74%), reporta niveles educativos entre secundaria completa y superior completa.
Asimismo, también en el 2018 el porcentaje de población subempleada a nivel nacional, ya sea por ingresos o por jornada laboral, corresponde al 29.9% del total de ocupados. Y por último, con base en cálculos realizados con la Encuesta Permanente de Empleo, en este postremo trimestre móvil del 2019, en Lima y Callao es más fácil, en términos temporales y en promedio, que una persona con estudios secundarios completos logre conseguir un trabajo con respecto a otra que cuenta con estudios universitarios completos.
Estos simples datos reflejan generalizadamente el deficiente sistema laboral peruano, el cual se ve afectado por la informalidad y una variedad de aspectos que agudizan dicha situación.
Es verdad que ahora existen más oportunidades y vías para conseguir un empleo acorde a la educación recibida, pero eso no evita que algunos jóvenes tengan mayores complicaciones para insertarse por primera vez al mercado laboral.
Las razones son muchas: puede deberse a la segmentación socioeconómica, desigualdad social, contextos de volatilidad económica, entre otros. Incluso, y no es de agrado mencionarlo, la simple razón de no conocer de la oportunidad o no tener los “contactos” que respalden el desempeño de uno, dificultaría la búsqueda de aquel puesto de trabajo deseado con respecto a otros que sí cuentan con dicha “suerte”.
Esta desigualdad de oportunidades desencadena en que la nueva fuerza laboral, luego de completar sus estudios, termine siendo relegada a un puesto subempleado o a un contexto de trabajo informal a causa del propio dinamismo ineficiente del mercado de trabajo.
Asimismo, con el endeble crecimiento económico de los últimos años, la demanda laboral compensa menos a la masa de jóvenes que buscan insertarse al mercado laboral, sin importar algunas veces, ni la calidad ni el nivel educativo recibido. Es decir, los programas que buscan aumentar los niveles educativos de la población son políticas necesarias, pero no suficientes para lograr una inserción laboral exitosa.
Por ello, basando las propuestas en un estudio del BID en el 2008, deben explorarse estrategias que complementen a dichas políticas educativas, tales como vincular a los centros laborales con la oferta de jóvenes más vulnerables, fomentar la meritocracia, capacitar laboralmente a jóvenes para un adecuado conocimiento sobre el mercado y más. A la fecha, existen programas relacionados (Jóvenes Productivos, FondoEmpleo, entre otros), pero falta mucho.