Café Viena, 22 de octubre de 2019
Por: José Antonio Olivares Opinión
Hace un tiempo breve, Alicia Delibes resumió de manera brillante el libro “El engaño populista”, escrito por dos jóvenes liberales, Gloria Álvarez y Axel Kaiser, que publicara Deusto; trata de explicar qué es el populismo, por qué supone un peligro para las democracias liberales y cómo podemos combatir sus trampas y mentiras. Trampas que, como dice Carlos Rodríguez Braun en el prólogo, no son fáciles de detectar porque los populistas «mienten sin pudor» para conseguir su objetivo, que no es otro que la toma del poder. Ahora que ronda un Vizcarra populista por nuestras tierras, bien vale la pena, leer este libro. El trabajo de Álvarez y Kaiser es notable. Desde una perspectiva liberal analizan el alma populista y ofrecen al lector argumentos más que de sobra para que pueda hacer frente a las falacias de una ideología que, como dice Rodríguez Braun, puede ser, para muchos, tremendamente seductora.
El libro consta de tres capítulos. En el primero, «Anatomía de la mentalidad populista», los autores analizan las características que consideran más relevantes del populismo. En el segundo, «La hegemonía cultural como fundamento del populismo», analizan el concepto de hegemonía como la gran aportación del pensamiento de Gramsci al populismo latinoamericano. Y, finalmente, en el último capítulo, «Cómo rescatar nuestras repúblicas», ofrecen algunas ideas que permitirían frenar el avance del populismo en América Latina y hacer frente a la seducción populista que se extiende por Occidente.
Cinco pilares. Para los autores de este libro, la mentalidad populista se sostiene sobre cinco pilares: el odio a la libertad individual y la consiguiente idolatría del Estado, el complejo de víctimas, la paranoia antineoliberal, la pretensión democrática y la obsesión igualitaria.
Ese desprecio por la libertad individual conduce a la idolatría del Estado. Los populistas hablan siempre de colectivos, nunca de personas. Hablan de la ciudadanía, del pueblo, de la gente, de la casta, pero nunca se refieren a la persona como individuo, como átomo de la sociedad y único sujeto de derechos. Y ese desprecio por la libertad individual conduce a la idolatría del Estado. Un Estado protector y niñera que cuidará del buen ciudadano desde la cuna a la sepultura y, sobre todo, que asumirá por él la responsabilidad de sus errores y de sus pecados.
Los populistas quieren dividir la sociedad en dos bloques antagónicos que luchan por imponer su hegemonía: nosotros y ellos, el pueblo y los explotadores, la gente y la casta. El primer bloque, el de los buenos, el de las víctimas, agrupa a todos aquellos colectivos que puedan sentirse discriminados, ya sea por su orientación sexual, por su origen social, por su situación económica o por cualquier otra razón. En el otro bloque, el de los malvados, están todos los culpables de esa discriminación: xenófobos, homófobos, especuladores y demás privilegiados.
El neoliberalismo «es el demonio». Otra de las características de la mentalidad populista que analizan Kaiser y Álvarez es la «paranoia antineoliberal». Es típico de los discursos de los líderes populistas latinoamericanos decir que el neoliberalismo «es el demonio».
Quienes condenan el «neoliberalismo» están en contra de la libertad de mercado, de la libertad económica. Pero estar en contra de la libertad económica es estar en contra de la libertad para emprender, para abrir y cerrar negocios, para trabajar en lo que uno quiera, para comprar o vender, para disponer de la propiedad privada. Así que no nos llamemos a engaño, quienes dicen estar en contra del liberalismo económico, lo que pretenden es destruir estas libertades.
Cuando se refieren a la «pretensión democrática» de los populistas, Álvarez y Kaiser recuerdan que no ha existido «ningún líder caudillista o totalitario socialista de la región latinoamericana que no haya llevado a cabo su programa de demolición institucional sin ponerle la etiqueta de democrático». Y explican cómo las democracias parlamentarias, llamadas también liberales, surgieron precisamente para «proteger los derechos de los individuos»; y cómo, por el contrario, los líderes de esas otras democracias «participativas», que han hablado siempre de respetar «la voluntad del pueblo», lo que en realidad han hecho es atribuirse a sí mismos toda la representatividad de ese pueblo y, mediante operaciones fraudulentas, arrogarse, en nombre de ese pueblo, plenos poderes. Como Chávez, los Castro, Maduro, y Evo.
Los líderes populistas cuando llegan al poder se apresuran a eliminar todos los contrapoderes, (prensa libre, justicia independiente, organismos de fiscalización…) que las democracias liberales han creado para limitar el poder ejecutivo y para evitar que con la mitad más uno de los escaños en el parlamento, un partido pueda acabar incluso con la democracia.
Habría que decir con insistencia que la democracia no consiste solamente en votar. Ser demócrata es creer en el Estado de Derecho, en la separación de poderes y en la igualdad de todos ante la ley. Y hacen bien Kaiser y Álvarez en calificar de totalitaria esa pretenciosa democracia participativa que utiliza el nombre del pueblo para otorgar al líder el poder absoluto.
En el segundo capítulo, «La hegemonía cultural como fundamento del populismo», está dedicado a una de las claves del pensamiento populista latinoamericano y del llamado socialismo del siglo XXI, la hegemonía cultural tal y como la entendía Gramsci. Los autores de este libro se remontan al origen de lo que se ha llamado el socialismo del siglo XXI, el Foro de Sao Paulo celebrado en Brasil en 1990. Aquel encuentro reunió a cuarenta y ocho partidos políticos y organizaciones de izquierdas de la región con el objeto de «revivir el comunismo en América Latina con el propósito de proyectarlo tras el fin de la guerra fría». El Foro declaró su compromiso «con la democracia y la soberanía popular como valores estratégicos».
Finalmente, en el último capítulo, «Cómo rescatar nuestras repúblicas», los autores plantean la necesidad de que en América Latina triunfe el «republicanismo liberal». Un objetivo que no podrá alcanzarse si no se consigue «construir un nuevo sentido común», una mentalidad liberal. Y, para ello, los autores dan tres consejos: la lectura y el estudio, no solo de las obras de los padres del liberalismo, sino también de los autores marxistas; la creación de think tanks independientes de los partidos políticos y apoyados por personas o instituciones privadas, y la utilización de todos los medios de comunicación posibles, incluidas las redes sociales y las nuevas tecnologías. Tarea hay por delante-
(Fuente.- libertad digital)