Por: Jaime de Althaus, Periodista y antropólogo
El Comercio, 5 de abril de 2019
El Comercio, 5 de abril de 2019
Salvador del Solar puso énfasis en el diálogo para reconstruir la confianza entre las personas y en el Estado. “La fractura es bicentenaria”, dijo acertadamente. Pero hay varias fracturas. Una es con el Estado mismo. No funciona, no hay ley y la altísima informalidad es la evidencia más clara. Para eso, el gran proceso de la reforma del sistema judicial, que debemos vigilar que realmente se ejecute, será fundamental, así como esa suerte de atención primaria de la justicia penal que integre a policías, jueces y fiscales en módulos distritales habilitados por las municipalidades que anunció (ojalá se impulse).
También la reforma política, cuya propuesta elaborada por la comisión Tuesta ha sido elevada de la categoría de “insumo” a la de “fundamento” de iniciativas que presentará próximamente. No sabemos en qué quedará. No hubo compromiso con la búsqueda de un servicio civil meritocrático ni con la simplificación administrativa y la digitalización, indispensables para reconciliar al Estado con la sociedad. Y nada acerca de la reforma de las empresas de agua potable, para que los cinco mil millones que se invierten al año en ellas no se vayan al agua, justamente. Muy bueno, sin embargo, lo de adoptar el modelo Panamericanos para el conjunto de la obra pública.
Pero para reducir la gran brecha de la informalidad no planteó casi nada. Ni reforma laboral ni tributaria, pese a que en el Congreso se están planteando iniciativas muy positivas en esa línea. Al anunciado Plan Nacional de Competitividad casi se le ha borrado el capítulo laboral. Para formalizar el trabajo solo anunció más inspecciones persecutorias, pero ¿cómo vamos a obligar a las microempresas y pequeñas empresas a poner en planilla a su gente si les es imposible? La formalización ya no sería una meta del gobierno. El Estado seguirá divorciado de la sociedad.
La otra gran fractura es la que tenemos con el mundo andino. Sorprendió gratamente que mencionara el programa Haku Wiñay, que induce tecnologías de riego y otras en las familias campesinas. En esa misma línea, hubiera sido fantástico que anunciara la reconversión de Juntos a un Juntos Productivo. Se trata no de distribuir dinero, sino capacidades. Y eso es lo que olvidó el ministro de Transportes cuando anunció 350 millones para las comunidades por el paso de la carretera a razón de 25 soles el m2, ¡cuatro veces más que las tierras de agroexportación más caras de la costa! Una barbaridad. Con ese dinero hay que hacer desarrollo, no populismo inmediatista. El gran instrumento para soldar esa fractura con el mundo andino es la minería si, por ejemplo, adelantáramos a valor presente el canon y las regalías para formar fideicomisos ejecutivos que hagan desarrollo integral incorporando las economías locales al mercado. Cada proyecto minero sería un gran motor de desarrollo e integración económica en sus zonas. Sería la solución al corredor minero.
Para cerrar esa fractura necesitamos un alto funcionario de la PCM en las regiones mineras, que son las más pobres, articulando al Estado. Una suerte de vice primer ministro en el terreno. Anunció algo parecido: 6 agencias regionales de desarrollo, pero ¡no en las regiones mineras! Increíble.
Un poco más de ambición, primer ministro. ¡Sí se puede!