Por: Jaime de Althaus
El Comercio, 22 de enero del 2022
“Era contradictorio invitar al sector privado a invertir y mantener al mismo tiempo la espada de Damocles de la asamblea constituyente”.
En la entrevista que le hace César Hildebrandt, el presidente Pedro Castillo se presenta como un hombre bien intencionado, ingenuo, sin ideologías, interesado en la unidad del país y preocupado por la pandemia, por el retorno de los niños a las aulas, la anemia, la pobreza y la delincuencia. Por los problemas concretos de la gente.
Reprocha a la oposición una voluntad de polarizar y crear inestabilidad, pese a que él –asegura– no es comunista ni marxista-leninista ni pasó jamás por su cabeza cerrar el Congreso. Además, cree en la inversión privada y en la economía social de mercado, y la prueba es que no ha expropiado nada. Él es solo “un hombre del pueblo que cree en la democracia”.
Si efectivamente es así –pese a la cantidad de veces que tuvo expresiones contrarias–, la pregunta es por qué insiste en una asamblea constituyente que, como sabemos, ha sido en los países bolivarianos un instrumento para cerrar el Congreso, intervenir el Poder Judicial, concentrar el poder y perpetuarse en él, y darle al Estado un rol empresarial y directivo en la economía.
¿Es posible que no esté informado acerca de eso? No descartó en la entrevista apelar al Tribunal Constitucional si el Congreso insiste en la ley sobre el referéndum (lo que ocurrió ayer) e incluso amenazó indirectamente con una movilización violenta de la población para imponer la asamblea constituyente, cuando explicó al entrevistador que, en Chile, “cuando el Ejecutivo y el Legislativo actuaban como hoy se está actuando en el Perú, salió el pueblo y determinó su destino”.
Sin embargo, su sentencia final fue mucho más sensata: “Lo que tendríamos que hacer es decirle a la gente que agotamos todas las vías para cambiar la Constitución. Si el Congreso quiere cerrarle las puertas a la voluntad de la gente, esa será su responsabilidad”. Es decir, hicimos todo lo que pudimos, pero el Congreso no dio pase. En realidad, el Congreso le ha hecho un gran favor al aprobar esa ley por insistencia, porque ha suprimido la incertidumbre. Estamos ante un nuevo escenario.
Era contradictorio invitar al sector privado a invertir y mantener al mismo tiempo la espada de Damocles de la asamblea constituyente. Dicha asamblea era el programa común que tenían todas las izquierdas radicales que están en el gobierno: el Fenate, Perú Libre, Frente Amplio, Juntos por el Perú y Nuevo Perú. Sin asamblea constituyente posible, ¿para qué mantener esa alianza?
Porque, si hacemos abstracción de ese tema, todo el resto del discurso de Castillo apunta a un programa que se ubica más cercano al centro. La pregunta es ¿qué hace Castillo –que niega ser comunista o marxista-leninista y afirma creer en la economía de mercado– al lado de Cerrón y de todas esas izquierdas marxistas, cuya compañía anula el enorme potencial de crecimiento, empleo e ingresos para el pueblo que desataría su gobierno si optara por un Gabinete de centro conformado por gente calificada?
Quizá no se haya dado cuenta de esa incompatibilidad, de la misma manera como confiesa no haberse percatado de que su propio gremio, el Fenate, era cercano al Movadef, y que, al enterarse, hizo un deslinde absoluto. Lo que, sin embargo, no le impide convivir con esa organización. Quizá piensa que puede integrar a todos, de todos los colores, cada uno con su cuota de poder. De hecho, señala en la entrevista que “lo que hemos hecho en estos días es convocar no solo al secretario general de Perú Libre, sino que hemos abierto las puertas a todos”. Perro, pericote y gato.
Confiesa, sin embargo, que está aprendiendo a escoger mejor a la gente. “Tengo que tener mayor cuidado y tengo que saber identificar a las personas”. Claro, se refiere a los pillos. Pero ojalá este aprendizaje se extienda también a los aliados.