Escribo estas líneas antes de que el Congreso decida si censura o no a la premier Ana Jara, pero más allá del resultado de la votación, lo que ha quedado claro con los destapes realizados por Correo y Correo Semanal sobre el nauseabundo uso de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI) es hasta qué grado de cinismo puede llegar un gobierno que alcanzó el poder hablando de honestidad y de desterrar las malas artes de los políticos tradicionales.
Y es que desde que el 15 de enero destapamos los seguimientos y armados de expedientes a opositores desde las oficinas de la DINI, el nacionalismo y sus amigos han tratado sin éxito de traerse abajo la veracidad de las denuncias, recurriendo a argumentos que pasarán a la historia como una muestra de cómo en el Perú es tan fácil recurrir a la mentira burda para tratar de hacerle creer a millones de peruanos que acá no pasa nada y que los sinvergüenzas y corruptos fueron otros, no ellos.
Recordemos cuando salieron a decir que las denuncias de seguimientos a Jorge del Castillo y Natalie Condori eran un cuento aprista o que se basaban en trabajos “de privados”. Esta última falsedad era repetida hasta por el propio presidente Ollanta Humala, quien incluso pidió al Congreso que regule la labor de las compañías de seguridad a fin de evitar suspicacias. Y eso que el jefe de Estado siempre critica -lo cual me parece bien- a los “políticos tradicionales” que suelen mentir.
Semanas después, cuando sacamos en estas páginas el famoso listado bautizado como “DiniLeaks”, los peruanos tuvimos que ser testigos de defensas oficialistas muy risibles, como esa de que acá no pasa nada porque estamos ante “información pública” extraída fácilmente de la base de datos de la Sunarp, o esa otra sesuda respuesta ante el escándalo que dice que la DINI seguía a periodistas a fin de darles seguridad. Ni en Macondo, señores.
Con el escándalo de la DINI ha quedado claro que estamos ante un gobierno que es capaz de decir lo que sea, aun cuando se trate de un atentado contra la inteligencia más elemental, con tal de no admitir que se equivocó o que no era tan honesto y decente como se promocionaba. Los peruanos estamos alertados de que por más que se muestren las pruebas necesarias, el humalismo jamás admitirá nada e insistirá en culpar a la oposición, a los medios o a los fantasmas.