Iván Alonso
El Comercio, 7 de noviembre del 2025
“La visión superficial del socialismo imaginario, por su parte, se queda en los sueños y aspiraciones de sus ideólogos sin preguntarse por la posibilidad de concretarlos”.
Nueva York será un peor lugar para vivir y trabajar si Zohran Mamdani cumple con todas las promesas que lo han llevado a ser elegido abrumadoramente como su alcalde. Un columnista del Wall Street Journal decía el día de la votación, citando a un filósofo estadounidense, que la paradoja de un triunfo socialista en una ciudad que encarna el poder creativo del capitalismo solo puede explicarse por una trampa metodológica que consiste en comparar el capitalismo real con el socialismo imaginario. Esa explicación nos parece insuficiente. Para que el socialismo imaginario derrote, en el terreno de las ideas, al capitalismo real se necesita dos cosas más: una visión parcial de este último y otra superficial del primero.
La visión parcial del capitalismo real se fija en la prosperidad o desigualdad material que, según se lo mire, genera, omitiendo el florecimiento cultural que trae consigo. No es casualidad que las mecas del capitalismo, Londres y Nueva York, precisamente, tengan una actividad teatral incomparablemente mayor que la de cualquier otra ciudad del planeta. Es el capitalismo lo que sostiene las grandes producciones y el público masivo; es lo que crea la oferta y la demanda. No hay un equivalente a Broadway o al West End en el mundo socialista. ¿Cuántas obras se trae de un lado y del otro para montarlas en la escena local?
La visión superficial del socialismo imaginario, por su parte, se queda en los sueños y aspiraciones de sus ideólogos sin preguntarse por la posibilidad de concretarlos. Esa es la verdadera trampa metodológica porque al negarse a profundizar en el modo de producción de esos sueños y aspiraciones se pasa por alto su incompatibilidad con la naturaleza humana.
El señor Mamdani puede abrir todos los supermercados y bodegas que quiera, pero no puede garantizar que la variedad y calidad de los productos sean los que el público espera. No es por benevolencia, diría Adam Smith, que el verdulero, el carnicero y el panadero satisfacen las necesidades y deseos de los neoyorquinos, sino por su propio interés crematístico. Quizás las tiendas municipales puedan hacerlo por benevolencia, pero ¿cuánto durará eso? Es más cómodo ofrecerle al consumidor lo que a la municipalidad le parece que debe comprar que tratar de anticiparse a los cambios en sus preferencias para darle a cada momento lo que quiere comprar.
El problema no es, pues, comparar el capitalismo real con el socialismo imaginario, sino comparar una visión parcial que subestima los logros del capitalismo real con una imagen incompleta del socialismo que sobrestima las posibilidades de hacerlo realidad.



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