Por Iván Alonso, Economista
El Comercio, 7 de marzo de 2019
El Comercio, 7 de marzo de 2019
Ten cuidado con tus sueños –dice un proverbio americano– porque podrían cumplirse. La circunstancia de que las AFP hayan ganado 480 millones de soles el año pasado, mientras que los fondos de pensiones que administran perdían 3.880 millones, ha resucitado la idea de que las comisiones que cobran deberían ser proporcionales al rendimiento de los fondos. Si los fondos ganan, las AFP ganan; si los fondos pierden, las AFP también. La llamada comisión por desempeño alinearía, supuestamente, los incentivos de las AFP con los intereses de sus afiliados. Preguntémonos primero, entonces, cuáles son los intereses de los afiliados.
Lo que al afiliado le interesa es que, llegado el día de su jubilación, su fondo sea lo más grande posible. Le interesa la rentabilidad a largo plazo. Y aquí hay una discrepancia fundamental con los incentivos de un administrador que recibe una comisión por desempeño. En principio, el administrador también quiere maximizar sus ingresos a largo plazo. Pero tiene necesidades inmediatas: hay que pagar la planilla y las bonificaciones de fin de año.
Una comisión basada exclusivamente en el desempeño es inviable. Pensar que el administrador no debe cobrar cuando el fondo pierde es como pensar que los ministros trabajen gratis cuando la economía no crece o que el propio superintendente adjunto de AFP no cobre un sueldo cuando los rendimientos de los fondos que supervisa sean negativos.
La comisión por desempeño puede convertirse, además, en un incentivo perverso cuando llega octubre y hay que “salvar” el año. Enfrentados a la posibilidad de cerrar con pérdidas, los gerentes de inversión pueden decidir jugársela por una inversión arriesgada que, si sale bien, les asegura el pago por comisión, pero si sale mal perjudica aún más al afiliado.
Si se quiere alinear los incentivos, lo mejor es remunerar a las AFP con una comisión proporcional al tamaño del fondo administrado. Eso es suficiente para que concentren su atención en lo que le interesa al afiliado: el crecimiento a largo plazo. Mientras más crece el fondo, más crecen sus comisiones.
Lamentablemente, el sistema nació con una comisión por aporte de la que hace años está tratando de distanciarse. En aquel momento, cuando el fondo administrado era ínfimo, la comisión por saldo les resultaba insuficiente a los accionistas de las AFP. Primó una visión de corto plazo. Para el afiliado, la comisión por aporte es al principio insignificante, considerando que los primeros aportes serán administrados por su AFP por los próximos 30 o 40 años, pero se vuelve prohibitivamente cara para aquellos que se hacen cinco o diez años antes de la fecha de jubilación. No es extraño que la gente, a cierta edad, prefiera sacar su plata y pasarla, los que son suficientemente previsores y pudientes, a una cuenta de banca privada.
Entretanto, en el afán de reducir la comisión por aporte al mínimo posible, copiamos de Chile una idea que no es mala, sino pésima: la subasta de afiliados. Pésima no solamente por lo que el nombre evoca, sino porque reduce la competencia a una sola dimensión: el precio. No importa si una AFP muestra una rentabilidad más alta o menos volátil; si no pone la comisión más baja el día de la subasta, no puede recibir a los nuevos afiliados. Habría que dejar que la competencia funcione todos los días, no una vez cada dos años.